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Reportaje:

Vagones por bulerías

Niña Pastori encandila a fieles y curiosos en la jornada más multitudinaria de la Cumbre Flamenca en el metro

Y eso que María Rosa es jaranera, pero nunca se había visto en una igual. María es la favorita de Cai, la emperatriz de San Fernando, la Niña Pastori, y acumula ya muchos kilómetros de plazas, palcos y teatros sobre sus espaldas flamencas y salerosas, pero como el sarao de anoche no se le conocían antecedentes en su currículo. La Pastori cantaba no a ras de suelo, sino (¡perdón!) unos cuantos metros bajo tierra, en el vestíbulo central de la estación de Nuevos Ministerios. Y lo más pintoresco del caso es que su arte no se lo ofrecía sólo a los 650 aficionados que se arremolinaban frente al escenario por la patilla, sino también a un buen puñado de admiradores, curiosos y transeúntes despistados que jaleaban rumbas y tanguillos en torno a las dos pantallas gigantes instaladas junto a la boca de metro, en pleno Paseo de la Castellana. Y, todavía más llamativo, a los miles de viajeros que contemplaban las pantallas del Canal Metro en los vagones y andenes de media ciudad.

Más de 2.500 personas se dieron cita en los andenes de Nuevos Ministerios
En algunas estaciones no llegó el sonido y en otras hubo problemas con la imagen

Lo del Canal Metro fue un invento del consejero de Transportes de Gallardón, un señor con maneras de la aristocracia británica que se llamaba (y se sigue llamando, aunque ahora le saquemos menos en los papeles) Luis Eduardo Cortés. Al bueno de Luis Eduardo se le ocurrió amenizar con imágenes los tiempos de espera de los pasajeros en las estaciones y hasta dentro de los convoyes, pero ordenó que aquellas emisiones fueran mudas para "atenuar la contaminación acústica" en nuestro subterráneo. Un día, durante una visita a los músicos ambulantes del metro, al consejero Cortés le pidieron los fotógrafos que cogiera una guitarra, y el hombre agarró la guitarrita con el mismo arte que si se lo hubieran pedido, pongamos por caso, a Severiano Ballesteros. Total, que agotado el virreinato gallardonista, marcharse Cortés y subir el volumen el Canal Metro fue todo uno. Así que lo de anoche bien podemos considerarlo la culminación de un largo proceso: de emisora silente a emtiví por bulerías. Un canal con recitales en directo, que ya podían otros tomar nota.

"Me gusta la idea. Es una forma de acercar el flamenco a más sitios y más gente. Haremos lo que ustedes quieran, que para eso estamos", proclamó María Rosa García García ante una parroquia entregada que no paraba de hacer clic, clic, clic con los móviles y las cámaras digitales. Sobria, estilizada y con un moreno estupendo, en contraste con esos enormes pendientes dorados y los zapatos color champán, la Niña desbrozó algunas de las versiones que dan forma a su más reciente disco, Entre dos puertas: la atribulada Hoy igual que ayer, la coplera María de la O, un Mediterráneo con introducción lerele o ese Cuando nadie me ve, de Alejandro Sanz, que a ella le queda siempre tan sentido.

¿Y el público? Francamente a favor. En el vestíbulo, guardando sitio desde bien temprano, toda la muchachada: pipiolos encantados de hacer manitas, chandaleros irredentos, gitanas la mar de guapas o chavalotes en bermudas con los cuerpos atiborrados de piercings. Todos ésos, y un montón de vigilantes con petos naranjas empeñados en que la gente se sentara en el suelo para disfrutar del espectáculo. Con lo a gusto que se estaba de pie.

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Más allá de la zona acotada, Laura se desesperaba ante un agente. "¿Pero no me puedo acercar más al escenario?", imploraba mientras el otro sacudía la cabeza. "¿Y la Pastori no va a acercarse hasta aquí a saludar?".

A no mucha distancia, Mara, una brasileña mulata de sonrisa generosa, experimentaba su primera aproximación al arte flamenco (de acuerdo, los puristas matizarán aquí: "flamenquito" o "pop aflamencado"). "Tiene ritmo, mais aínda non o comprendo bem", confesó sin perder nunca la expresión risueña.

De regreso a la superficie, en la franja ajardinada de Nuevos Ministerios y con aroma a hierba recién cortada, un grupo aún más heterogéneo seguía las evoluciones del espectáculo a través de las pantallas. El sector juvenil se entregaba a la cerveza en lata, el porrito, los avituallamientos urgentes de grasas polisaturadas y, ejem, algunos focos de calimocho y botellón (está bien, los puristas lo denominarán semibotellón, porque de lo contrario la policía municipal habría irrumpido en la fiesta). Y la mediana edad, por su parte, mucho más concentrada en todos los detalles sonoros y visuales del concierto. "Nos hemos enterado hoy por Telemadrid", comunica Juana con tono lacónico y gesto evidente de si-es-tan-amable-y-no-me-interrumpe-usted.

Hacia el final del corro, un muchacho de largas patillas y camiseta de Jimi Hendrix en amarillo alucinógeno fija mucha la mirada en la proyección. Se llama Diego Pablo y parece muy atento a cuanto desfila por la pantalla. "¿Cómo supiste de este concierto?" "Huy, no has dado con el más adecuado", amonesta con afable sonrisa. "Yo es que trabajo para Niña Pastori". "¿Y esa camiseta?". "Todo es compatible, amigo. ¡Eclecticismo!".

Los aficionados al duende, o aquellos que quieran comprobar por el más módico de los precios si el arte jondo les produce alguna clase de hormigueo en las tripas, aún están a tiempo. Hoy y mañana disponen de un par de oportunidades para acercarse al suburbano y sucumbir al hechizo de un quejío y una guitarra. Esta noche será el turno de la barcelonesa Mayte Martín, la promotora de ese flamenco de cámara que seduce y ensimisma, y que ayer quiso seguir a la Niña de Cádiz desde la mismísima primera fila. Y el viernes habrá ocasión de disfrutar con un guitarrista de ley, Enrique de Melchor, acompañado también a las seis cuerdas por Melchor Jiménez y con Juan Parrilla a la flauta. Pero tendrán difícil igualar el poder de convocatoria de María Rosa, que entre unos rincones y otros de Nuevos Ministerios reunió a cerca de 2.500 personas.

La consejera de Transportes, Elvira Rodríguez, y el consejero delegado de Metro, Ramón Aguirre, que tampoco quisieron perderse el jolgorio, anunciaron que otros 200.000 usuarios habrían podido tararear las canciones de Niña Pastori a través de las 250 pantallas de la red. Se trata, insistieron, de una iniciativa "pionera a nivel mundial". Pero acaso pecaron de optimistas o confiaron en la técnica sin reparar en los efectos perniciosos de la Ley de Murphy. Lo cierto es que en los andenes de Nuevos Ministerios de la Línea 6 no funcionaba el sonoro, ni mucho ni poco. Y un par de estaciones más al oeste, en Guzmán el Bueno, la imagen llegaba al cristal líquido entrecortada y parpadeante. No dramaticemos: son las cosas del directo. Eso, o una sutil venganza de Luis Eduardo Cortés...

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