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Reportaje:

Las dos caras de la extrema derecha belga

Los grupos violentos y xenófobos abonan el terreno a los partidos extremistas, que crecen

Ana Carbajosa

Los codos tatuados de Jacques y de Charles sujetan la barra de un bar de Leopoldsburg, la ciudad flamenca en la que la policía belga desarticuló la semana pasada un compló de extrema derecha que, según los pasquines incautados, pretendía desestabilizar la vida política del país. Jacques compartía hasta hace escasos días cuartel con el soldado Thomas Boutens, el supuesto cabecilla del grupo neonazi, que junto con sus secuaces había hecho acopio de bombas de fabricación casera, "capaces de hacer saltar un automóvil por los aires", y hasta 300 armas.

En esta ciudad a la que un aluvión de turcos llegó hace décadas para trabajar en la mina de carbón, casi nadie piensa que los jóvenes neonazis afines al Ejército supongan un verdadero peligro. Pero esta extrema derecha subversiva sí que pretende crear el caos y difundir un discurso anti inmigrantes para abonar el terreno al Interés Flamenco (Vlaams Belang, VB), el partido xenófobo y separatista al que piensan votar más de un cuarto de los flamencos en las municipales de octubre, según sostiene, entre otros, Manuel Abramowicz, autor de varias publicaciones sobre el extremismo de derecha en Bélgica. Desde las filas del VB acusan al Ejecutivo belga de orquestar la operación policial contra los neonazis para atacar al Belang.

"No somos nazis; sólo queremos lo mejor para los flamencos", dice un cabeza rapada
Los sondeos auguran a Interés Flamenco, de extrema derecha, el 34% de los votos en Flandes

En el cuartel de Leopoldsburg han dado orden expresa de no hablar con la prensa, pero Jacques, cerveza en mano, larga. "Thomas es mi amigo, y no es un neonazi. Sí, le gustan mucho las armas y busca por Internet, pero a todos los soldados nos gustan", explica al tiempo que chupa un pitillo liado. Como muchos en Bélgica, piensa que la operación policial de la semana pasada responde a motivaciones políticas -el 8 de octubre se celebran las municipales y la extrema derecha parece que está en ascenso imparable- y cuenta que Boutens, de 25 años, tuvo problemas disciplinarios y que su jefe tenía ganas de quitárselo de encima.

"En 2005, Thomas tenía que haber ido a Kosovo, como fui yo, pero el jefe no le dejó ir por haber acosado a un compañero. Thomas sólo quería que uno, que siempre estaba enfermo, se fuera del Ejército; es normal, yo tampoco quiero a gente débil entre nosotros", asegura este hombre al que le caben dragones, águilas y letras chinas en los brazos y que lleva 12 años al servicio de las Fuerzas Armadas belgas.

A su lado, Charles (un nombre ficticio), visiblemente más joven y también aficionado a las armas de fuego, piensa como Jacques que eso de que el Ejército belga esté plagado de neonazis es una leyenda -"cada uno tiene sus ideas", dice-. No logra entender sin embargo, de dónde Boutens y los suyos sacaron las armas. "Vale, en el mercado negro puedes comprar sin problemas un AK-47 por 180 euros, ¿pero los rifles? Un rifle de francotirador Dragonov cuesta por lo menos 300 euros ahí fuera", dice este joven que explica que un soldado gana 1.250 euros al mes y que asegura tener 32 rifles en su casa.

Fuera, en la calle, la ciudad está casi muerta. Es lunes por la noche y la mayoría de los bares están cerrados. El Viking también, pero por razones distintas. Allí se reunían los jóvenes neonazis de Leopoldsburg hasta que la policía echó el cierre la semana pasada y detuvo a su dueña. Tamara, la ex novia de Boutens regentaba el Viking. También soldado raso, Tamara viajó a Afganistán con el Ejército belga y hasta hace días combinaba su trabajo de militar con el de camarera de este bar de top less. Muchos en Leopoldsburg echan pestes del garito. "Allí solo entraban los blancos. Iban vestidos de camuflaje, con chupas de cuero y tachuelas", cuenta Pierrot, un operario de máquina-herramienta que ronda los 50 y que con pinta de motero se declara socialista.

Pierrot piensa que se trata sólo de niñatos a los que les gusta ir de duros. "Hablan mucho y hacen poco". A este vecino de Leopoldsburg sí le preocupa sin embargo "el problema de los inmigrantes". "No son como nosotros, ellos van siempre en grupo, no trabajan, viven del Estado y están comprando medio pueblo, los kebabs, las tiendas nocturnas... La policía les tiene miedo y no se atreve a intervenir". Los agentes no intervinieron hace dos semanas, cuando tres belgas apuñalaron a un marroquí que caminaba tranquilamente por las calles de Leopoldsburg.

En el centro cultural turco de la ciudad, donde un grupo de hombres toma té y juega a los dardos, la cosmovisión es otra. "Sólo por ir en grupo piensan que somos Al Zawahiri [el número dos de Al Qaeda]", dice Toonje, nacido en Bélgica y de origen turco, que vive de la pensión que recibe del Estado desde que cerraron la mina de carbón cercana y a la que vinieron a trabajar muchos compatriotas suyos.

Una ristra de chavales de tez morena, desparramados en los dos sofás del local sonríe cuando oyen la palabra Viking, el céntrico bar de Tamara. Uno de ellos cuenta que cuando algún turco pasa por delante del bar acristalado, los jóvenes neonazis se bajan los pantalones y les enseñan el culo a través del vidrio a modo de saludo. "En este pueblo hay mucha gente de extrema derecha. Todo el mundo sabe que los mayores racistas están en el Ejército. Al Viking sólo pueden entrar los que pertenecen al Vlaams Belang", sentencia Toonje.

El VB es el poderoso partido de extrema derecha flamenco al que los sondeos le auguran un 34% de los votos en Flandes en las próximas municipales del 8 de octubre. El resto de partidos belgas instauraron a principios de los noventa el llamado cordón sanitario por el que se comprometen a no pactar con la extrema derecha. Una estrategia, que no parece haber dado muy buen resultado a la vista de los sondeos.

La victimización le ha sentado muy bien al Vlaams Belang, que convertido en el gran partido antisistema, rentabiliza la desafección de los ciudadanos respecto a la clase política tradicional. Manuel Abramowicz coordina Resistances, un observatorio belga de la extrema derecha y sostiene que aunque el Vlaams Belang y Sangre y Honor no tienen ninguna vinculación institucional, "sí comparten espacios, manifestaciones y encuentros".

Abramowicz no cree que el grupo de militares neonazis pretendiera cometer atentados de gran envergadura, pero sí piensa que estos grupúsculos están decididos a fomentar el caos social. "En Bélgica tenemos por un lado la extrema derecha parlamentaria que ha decidido ganar las elecciones, como lo hizo Hitler. Ésa es la estrategia del Belang o del Front National en Valonia. Y por otro lado tenemos las organizaciones subversivas como Sangre y Honor, que lo que pretenden es crear el caos, porque saben que eso favorecerá a la extrema derecha en las urnas. Unos y otros se complementan".

En el palacio de exposiciones de Amberes, los altavoces vomitan A mi manera, una cutre versión en castellano del tema de Frank Sinatra. Se trata de la celebración anual del VB. Los discursos de los líderes giran en torno a la seguridad y la necesidad de orden social. Ese orden pasa por poder cerrar el paso a los inmigrantes. "Queremos el fin total de la inmigración. Los que vengan tienen que ser flamencos entre los flamencos. No tienen que crear islas de negros, marroquíes o libaneses, tienen que aprender nuestros idiomas", dice Karim van Overmeire, senador de VB.

Durante el mitin acusan al Gobierno belga de querer desprestigiar al Belang con la redada policial que ha dado caza a casi una veintena de neonazis. Dicen que les resulta sospechoso el hecho de que la investigación llevara abierta desde 2004 y que justo ahora, a pocas semanas de los comicios, salga a la luz "No queremos que nos comparen con ellos", se desmarca Erik, un joven y robustísimo cabeza rapada que ha acudido al acto. Preguntado por su colgante, una cruz celta, símbolo que utilizan los neofascistas, Erik se lo quita y lo guarda corriendo en el bolsillo. "No, no, no somos nazis, sólo queremos lo mejor para nuestra gente, los flamencos, sin inmigrantes".

Manifestación ante la sede del partido nacionalista flamenco Vlaams Belang el pasado mes de mayo en Bruselas.
Manifestación ante la sede del partido nacionalista flamenco Vlaams Belang el pasado mes de mayo en Bruselas.AFP

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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