Incomunicado

Ni wifi (internet inalámbrico por ondas de radio) ni cobertura en el móvil. Estamos en el paraíso, o en el infierno, según se mire. Hoy y mañana nos toca descansar en un lugar envidiable, en un remanso de paz situado a unos kilómetros de Cuenca, en la misma Hoz del río Huécar, que es la hoz que da la vista espectacular de las casas colgadas (que no colgantes, como gustan recalcar por aquí). Justamente en lo alto del valle por el que descendíamos de cara a meta hoy y por el que también lo haremos mañana.

El Hotel se llama (¿puedo hacer publicidad?...no es que lleve comisión) Cueva del Fraile y es un conjunto de edificios del Siglo XVI estructurados en torno a un patio central. Antiguamente fue convento, después venta (según me han contado, unos escritos hechos en el techo con sangre de cordero así lo atestiguan), más tarde finca de un terrateniente y finalmente hotel, y así sigue. Vamos, en resumen, un lugar idóneo para relajarse y esperar tranquilamente al momento en el que salte la inspiración. Ponerse entonces manos a la obra con este artículo y dejar que el verbo fluya por sí mismo.

Pero no, porque aunque las circunstancias me acompañen, hay un gran impedimento: el cansancio. Siento insistir, no quiero estar aquí día tras día llorando, pero así son las cosas y así las estoy contando. A mí ahora me apetecería tumbarme boca arriba en la cama y dedicarme a mirar a las musarañas, que por cierto, nunca he visto ninguna y aún así no me siento ridículo utilizando la expresión. Pero ni puedo ni quiero, tengo el compromiso de contar algo diariamente y no pienso fallar, aunque haya días -como hoy- en los que necesitaría contar para desahogarme lo que he sufrido durante la etapa y tal y cual.

No quiero ser redudante para terminar aburriendo. En el ciclismo tenemos un par de días de gloria por cada cien de miseria, así de triste, así que al final aprendemos por higiene mental a disfrutar de ciertos momentos de esos días de miseria. Es eso de que el placer está en los pequeños detalles. En disfrutar por ejemplo de los 3 primeros kilómetros de la etapa, aquellos en los que -gracias- nadie atacó. O en dejarse llevar por los paisajes por los que transitamos. La vista del agua -poca- de los pantanos del Mar de Castilla. O la curiosa sensación que te atrapa cuando desciendes a tumba abierta por mitad de un cañón, como pasó hoy después de Priego o el otro día camino de Burgos. O en sentir la frescura del río que bajaba con fuerza justo en el lugar dónde estaba el avituallamiento (supe que El Potro se había bañado nada más verlo, el río digo). Pero en fín... que ya he llegado a la última línea y ya me siento mejor. Estoy cansado, tengo hambre y sueño, y las piernas me duelen una barbaridad. Pero todo va a mejorar, verás. Ya de primeras me tengo que ir a cenar, así que hasta mañana.