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Columna
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Dos entran, uno sale

De una moción de censura a un gobierno se sabe cómo se entra, pero nunca cómo se sale. Incluso con los votos de los diputados a favor o en contra, las consecuencias de una moción de censura son imprevisibles, porque dependen más de la gestión de los tiempos y las palabras que de las razones políticas que se argumentan como motivo para justificar la moción. Por encima del número de diputados está la percepción que llegue a los ciudadanos. Dos entran y uno sale, como en la Cúpula del Trueno.

La historia de las mociones de censura es larga y compleja, porque no es un instrumento para garantizar la gobernabilidad, diga lo que diga el reglamento. Sirve para hacer política, que está muy bien, y, sobre todo, sirve para hacer propaganda. Por eso los populares de Galicia amagaron con presentarle una a Emilio Pérez Touriño, presidente de la Xunta, porque se le prendían fuego los bosques.

En los buenos tiempos de la democracia parlamentaria la moción de censura se la jugaba el promotor en el puro debate parlamentario. Brillantez en la oratoria o ironía o puro filibusterismo para ocupar el tiempo en el estrado han sido siempre razones de peso a la hora de ganar o perder una moción de censura. Pero ahora tienen poco que ver esas cualidades con el resultado de la moción.

Las mociones son mediáticas. Lo dicen los profesores Octavio Salazar y Antonio Porras, cuando señalan que de "una política orientada a actuaciones que mejoren las condiciones materiales, sociales y económicas de los ciudadanos, se ha pasado hacia la mera gestualidad, destinada a fomentar mayorías emocionales o simbólicas...". Si pudiera, Pla resumiría en un ¡Pásalo! los tediosos 90 minutos que debe durar la exposición de su programa. Es el gran éxito mediático de los últimos cincuenta años.

En principio la moción de censura en España es constructiva. Esto es, el proponente presenta la moción para decir al ciudadano que él lo hará mejor que el gobernante actual. González ilusionó al personal el día que presentó la moción contra Suárez y realizó una de sus más soberbias actuaciones en la tribuna del Parlamento español. Juzgó a Suárez, pero, sobre todo, puso su mercancía política encima de la mesa, para que todos la admiraran: 202 diputados en 1982.

Sin embargo, la gestualidad y el peso de los medios de comunicación en el componente de la política española deriva las mociones hacia una excusa para hilvanar todo tipo de mandobles contra el gobernante. Si triunfa la moción, pues bien. Y si no triunfa, al menos el desahogo del aspirante llenará los oídos de toda su feligresía. Estrategia complaciente, pero que no varía los resultados electorales.

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Por eso el PP mantiene a su vez el debate sobre el Estado de la Comunidad para días después, por si hay que contraprogramar los mensajes, no vaya a ser que se escape algún voto por el centro izquierda. La moción será para hablar del desgobierno y la corrupción y el debate siguiente para resaltar el desprecio que el PSOE y Zapatero exhiben contra los valencianos. Dos realidades parlamentarias completamente distintas y manipuladas. Ejemplo: hace unos años la base de la OTAN en Bétera era una excesiva concesión militarista de Aznar y ahora la utilización de Manises es un paso en el camino de Zapatero hacia la paz. Todo es según el color del cristal político como se mira.

Por eso mismo la moción no es constructiva ni estará constreñida a un solo día, que es lo que durará el debate en el Parlamento. La moción ya ha arrancado mediáticamente e irá cogiendo ritmo a medida que se acerque el día en cuestión. Las ocho horas de debate no pueden reflejarse en titulares en contra o a favor al día siguiente. Hay que afianzar antes el código del mensaje político, que se prorrogará durante los próximos meses. Ésta es una moción de censura mediática para demostrar a los ciudadanos que el gobierno actual es un desgobierno. Así lo intentará hacer el PSOE y veremos si el PP es capaz de entenderlo, defenderse y contraatacar. Dos entran, uno sale.

www.jesusmontesinos.es

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