Empezar por la educación
Sostiene la autora que la educación en el respeto a los demás constituye la mejor medicina contra la violencia doméstica
El goteo imparable de mujeres muertas en España en lo que va de año a manos de sus maridos, compañeros, novios o ex lo que sea produce, además de un sentimiento de vergüenza colectiva, el de impotencia. Parece que no hay forma de acabar con esa lacra social. Al mismo tiempo, surgen los comentarios sobre la Ley de Violencia de Género, y se cuestiona su utilidad. Otra consecuencia paralela es la vuelta a comparar lo que sucede en otros países más igualitarios que el nuestro, en los que, sin embargo, la violencia entre parejas alcanza proporciones altas, así como el análisis de las formas diversas de hacer frente con éxito al problema.
Por supuesto, es necesario que existan normas legales que protejan a los ciudadanos de los abusos cometidos por otros (incluido el Estado), que regulen las relaciones sociales en definitiva. Esa necesidad está en el origen del Derecho, puesto que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. Pero la existencia de leyes, por muy perfectas que puedan ser, no corrige los problemas definitivamente ni, mucho menos, de forma inmediata. Las leyes son necesarias, imprescindibles incluso para vivir en sociedad, pero no son la panacea. Nunca se erradicarán todos los problemas de convivencia social. Cierto es que la probabilidad de mayor de éxito de una ley depende de que vaya acompañada de medidas eficaces para ser aplicadas a quienes no la cumplan. Por ejemplo, la medida de alejamiento en el caso de la violencia doméstica sólo puede ser eficaz si realmente se controla que el agresor no pueda acercarse a su víctima. En esto la tecnología puede jugar un papel relevante. Pero sabemos que son precisamente algunas mujeres maltratadas y amenazadas de muerte las que rompen esa medida, permitiendo al agresor acercarse a ellas. Y ahí es donde se pone más de manifiesto la necesidad de la educación como elemento fundamental en la prevención de la violencia de género. Se considera que la educación es un factor fundamental de prevención porque el maltrato doméstico, en la mayor parte de los casos, no es debido a psicopatologías, sino que se considera una sociopatología. Es decir, que en su origen se encuentran razones de carácter estructural, como los valores existentes en la sociedad. La violencia doméstica o de género es un fenómeno universal y no incluye sólo el asesinato, sino, también y sobre todo, formas diversas de vejaciones y abusos, con diferentes grados de intensidad y gravedad.
La violencia y el abuso como demostración de fuerza sobre el otro debe resultar repugnante desde la infancia
En la mayor parte de los casos, el maltrato doméstico no es debido a una psicopatología, sino a una patología social
La educación debe alcanzar diversos ámbitos, como el de la afectividad, tanto en chicos como en chicas. ¿Qué valores se enseñan en cuanto a las normas que deben regir las relaciones entre unos y otras? Aparte de la poca utilidad que parece tener la llamada educación sexual a la vista de los comportamientos entre jóvenes, ésta no va acompañada de una educación sentimental. ¿Qué estilos de relación en la pareja se proponen? No estoy muy segura de que los cuentos ahora terminen como antes, con "se casaron, fueron felices y comieron perdices", pero lo que parece predominar a través de los medios es la banalización de las relaciones amorosas en los procesos de socialización de los jóvenes. Aún peor, la educación sentimental recibida puede ser -lo es- letal para muchas mujeres. La idea de que la responsabilidad principal, si no única, de la relación de pareja recae sobre la mujer, el sentimiento de ser ella la que con su comprensión ante las exigencias injustas de un compañero, ante sus reacciones agresivas, mantenga siempre el cariño, el perdón, la sumisión incluso, como medio de conservar el hogar y la familia, contribuye, junto a otros factores, a que la violencia doméstica se perpetúe. Después de diversos episodios de amenazas y violencia, sea o no física, ellas pueden seguir creyendo, contra toda evidencia, que dando otra oportunidad al maltratador pueden hacerle cambiar.
La educación como medida preventiva contra la violencia de género, además de estar relacionada con la especificidad de las relaciones de pareja en sociedades donde el patriarcalismo sigue más o menos aparentemente enraizado, está inexorablemente unida a la educación en las relaciones sociales en general. Debe hacerse ver a niños y jóvenes que el ejercicio de la violencia de una persona sobre otra, en sus diversas variantes, es una conducta deleznable y por tanto rechazable en cualquier circunstancia. Hasta recientemente, en la educación de las niñas se valoraba que fuesen tranquilas, calladas, educadas, en suma. En los niños podían disculparse, incluso se estimulaban, ciertas actitudes agresivas y hasta violentas. Se entendía que esto formaba parte de su masculinidad.
La violencia entre niños y niñas no es un hecho nuevo, ha existido siempre. Lo novedoso es que esas conductas son cada vez más crueles y peligrosas, más humillantes, y que las niñas están adoptando muchos de esos comportamientos. Resulta fundamental hacerles ver que nunca deben hacer daño a nadie, que como personas y ciudadanos responsables la norma que debe regir las relaciones sociales es el respeto y que éste debe manifestarse de palabra y con acciones. En definitiva, debe interiorizarse desde tempranamente que todas las personas merecen respeto. Y esto en el doble sentido: de ejercerlo nosotros y de exigirlo a los demás con respecto a nosotros. En la familia, en la empresa, en la vida social. La violencia y el abuso como demostración de fuerza y poder sobre el otro, como modo de adueñarse de su voluntad y someterle, como forma de afianzamiento de los cobardes, como manera de resolver los conflictos, debe resultar repugnante desde la infancia.
En diversas ciudades existen talleres para educar a los jóvenes contra la violencia de género así como otras medidas, pero todo eso debe enmarcarse en el plano general de la obligación de respeto al otro en cualquier ámbito y circunstancia. Esas medidas, con ser necesarias, son claramente insuficientes si falla la base. ¿Acaso puede concebirse que se pretenda aprender ingeniería sin haber aprendido nunca matemáticas? El aprendizaje en esos valores fundamentales debe empezar por la familia en primer lugar -como origen primero y básico del conocimiento que de la sociedad se va obteniendo desde el nacimiento-, tanto en lo que se dice en casa como, y sobre todo, en lo que se practica, y seguido por la escuela. Pero también por los medios de comunicación y por los partidos políticos, los sindicatos, y las diversas instituciones religiosas y sociales en general.
Mucho me temo que esa es la gran tarea pendiente, y más difícil que hacer funcionar una ley.
María Teresa Bazo es catedrática de Sociología de la Universidad del País Vasco (UPV).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.