De película
Parece de película. Es lo que decimos cuando la realidad nos sacude con un suceso tan morboso. Parece de película. Es el comentario que salió de tantas bocas al leer los aún pálidos detalles sobre el secuestro de la niña austriaca Natascha Kampusch. Pero no siempre lo que parece de película es de película; al menos, el escalofriante caso de Natascha plantea problemas morales que difícilmente un director quisiera asumir. La ficción por fuerza ha de simplificar y reducir el verdadero ritmo del tiempo, y lo que nosotros veríamos en pantalla sería una criatura que, al saberse secuestrada y con pocas esperanzas de escapar, se amoldaría pronto a la vida que le ofrecía su secuestrador. Imposible reflejar los largos momentos de ansiedad que viviría la niña de diez años, imposible aceptar que la necesidad de afecto en un niño (en el nuestro, por ejemplo) es mayor que el impulso de odiar. De la misma forma que los huesos infantiles se regeneran con mayor facilidad, la mente tierna de un niño busca el acomodo para sobrevivir. El invierno pasado aparecía en la prensa americana un estudio psiquiátrico en el que se hablaba de la capacidad de los niños para superar el trauma del abuso sexual. El éxito de la "curación", decían los psiquiatras que habían realizado el seguimiento durante años de tres hermanas que fueron sometidas a abusos por su padrastro y que gozaban de una vida adulta normal, depende de la coincidencia de dos factores: un nuevo ambiente de afecto donde el niño pueda recuperar su confianza en el adulto y una predisposición genética al optimismo, entendiendo por optimismo la capacidad de olvidar o de que el recuerdo no nos paralice. El estudio fue polémico, había asociaciones defensoras de la infancia que entendían que hablar de recuperación psicológica total era como rebajar la gravedad de un delito que en el pasado tantas veces se pasó por alto. Lo cierto es que nos cuesta entender cómo una joven que atravesó ocho años de su formación de manera tan perturbadora es capaz de expresarse con esa mezcla de prudencia y sensatez con que lo ha hecho Natascha. Nuestra lógica entiende mejor un final en el que el niño muere a que sobreviva tratando a la bruja que se lo quiere comer como si fuera su abuela.
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