La adrenalina de Zabel
El veterano 'sprinter' alemán logra una inesperada victoria en Cáceres
En esto del dopaje hay unas cuantas corrientes de pensamiento y conducta. Y un par de extremos. En el medio, se supone, estará la virtud.
En una punta, sacando cada vez más la cabeza a la superficie, está, por ejemplo, un grupo de científicos que argumentan que el recurso a las sustancias prohibidas lo que hace, en todo caso, es fomentar la igualdad de oportunidades. En efecto, dicen, hay deportistas que tienen ventajas genéticas gracias a mutaciones afortunadas y singulares -los hay cuyo cuerpo fabrica más glóbulos rojos de los que necesita para funcionar bien, por ejemplo- o a razones étnicas -a los africanos del Este, kenianos y etíopes, sobre todo, les pesan menos las piernas porque apenas tienen gemelos y eso les da un 8% de ventaja en términos de eficiencia- y los hay que, por ser blancos, por ejemplo, sufren desventajas porque no pueden producir músculos de fibras rápidas. Para ellos, la química. Lo que no les dan los genes se lo puede dar la farmacia. Así que, si queremos trabajar por un deporte más justo, liberemos el uso de las sustancias prohibidas, que, por otra parte, cuesta muchísimo detectar, y centremos nuestros esfuerzos en controlar la buena salud de los deportistas.
A Pereiro le visitaron los analistas para sacarle sangre y le causaron una herida en un brazo
Evidentemente, este grupo librepensador está en absoluta minoría en los tiempos que vienen, dominados por una posición ubicada a miles de kilómetros de distancia, en la otra punta del espectro. Esta línea teórica -todo placer es pecado, todo lo que se haga con gusto es peligroso, más vale prohibirlo- va ganando terreno en los altos organismos deportivos y para mostrar su plasmación práctica puede valer el ejemplo de lo que le pasó el lunes a Óscar Pereiro, el ganador virtual del Tour. A poco más de las siete de la mañana despertaron a Pereiro y a 44 ciclistas más los inspectores que les debían sacar sangre para medirles el hematocrito -índice indirecto de toma de EPO: si es superior a 50 y, por motivos de salud, se le retira la licencia durante 15 días al interfecto-. Ninguna novedad, aunque fuera la segunda vez en cuatro días que se lo medían. Sin embargo, la torpeza de un laborante a punto estuvo de generar un grave problema: la aguja que manejaba no se detuvo a tiempo y atravesó la vena del ciclista gallego, le causó un derrame y un pequeño trombo, dolor agudo y molestias. De mal humor por el madrugón, el calor y el dolor, cargado de justa ira, Pereiro protestó airadamente y, con el pie, de malas maneras, selló el frasco con su fluido vital. Al inspector no se le olvidó el incidente. Tomó nota y actuó en consecuencia. O eso pensó Pereiro. Por la tarde, mediada la etapa interminable de Almendralejo, le comunicaron que debería pasar un control de orina. "Y, claro, enseguida pensé que era por haberme puesto borde por la mañana", dice Pereiro.
Pasar un control de orina no sólo supone pasarse cerca de una hora en un camión bebiendo agua, esperando que la vejiga se active, lo que es una paliza añadida a las seis sudorosas horas sobre la bicicleta, sino que también, en estos días de suspicacias generalizadas, equivale a convertirse en sospechoso, en objeto al que todos, que saben que la lista de los controlados no se establece por sorteo, sino a dedo, señalan como potencial tramposo. Era además el segundo que pasaba en esta Vuelta: la víspera se sometió a otro como preseleccionado para el Mundial de Salzburgo.
Menos mal para Erik Zabel que el inspector que tal trato dio a Pereiro no estuvo en la rueda de prensa que ofreció después de ganar espectacularmente el sprint en Cáceres, pues seguramente a estas horas lo tendría sometido a un tercer grado. Al veterano ciclista alemán, 36 años, no se le ocurrió otra cosa que declarar que, pese a lo que la gente podría pensar de su clamorosa colección de derrotas en casi todos los sprints que ha disputado en los dos últimos años, a él lo que le coloca, como a aquel jugador de cartas al que le encantaba perder, es jugarse el tipo en los últimos metros. "Es una cuestión de adrenalina", dijo Zabel, que llevaba dos años sin ganar una etapa en una gran carrera. "Necesito un buen subidón todos los días. Eso me mantiene joven". ¿Adrenalina?, pensaría el puntilloso inspector. ¿No deberíamos prohibirla también? ¿Y, ya puestos, por qué no prohibimos también las endorfinas, esas sustancias parientes de la morfina que genera el cerebro de los deportistas fatigados? Les dan placer y, seguramente, mejorarán su rendimiento. ¿A qué esperamos?
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