_
_
_
_
_
DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2006 | Cuarta etapa
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Mucha caló'

Máxima, mínima y media. 43, 38 y 40 respectivamente, todo ello en grados centígrados. Si ayer hablaba de datos subjetivos, hoy tiro por lo objetivo. Son datos reales registrados por mi pulsómetro de tecnología finlandesa -aunque, siendo finlandés, pienso yo ahora, quizá esté un poco perdido cuando se mueve por esas cifras-. Si vuelvo a lo de ayer, a lo subjetivo, hacia lo que se dice por aquí como mucha caló o "una caló que mata" con una peculiar entonación; vienen a ser sinónimos. Una temperatura que no da mucho margen a la apetencia. A las dos de la tarde, con un sol que cae sobre ti como un plomo, se me ocurren unos cuantos planes alternativos más apetecibles que darte un paseo en bicicleta, por corto que sea. Pero, en fin, que somos profesionales, que nos pagan por esto y no nos vamos a quejar demasiado, que cosas peores hay unas cuantas. Total, han sido poco más de tres horas de faena haciendo eso que siempre decimos que es lo que más nos gusta. Así que nada; no me hagan mucho caso, que, a pesar de todo, somos privilegiados. Ya me lo decía a mí un amigo: "¿Calor?... Calor calor se pasa en la fundición. Lo demás es broma". No sé si tendrá razón, pero yo, por si acaso, no he hecho el intento de comprobarlo.

Más información
La adrenalina de Zabel

Llevamos tres días de parajes inhóspitos, kilómetros y kilómetros por zonas despobladas. No obstante, cuando atravesamos los pueblos, son pocos los que no se acercan a animarnos. Si no están todos los que son, al menos están casi todos. Aquí, en el Sur, la Vuelta a España sigue siendo todo un acontecimiento. Aún se ven pancartas que dan las gracias a la organización por hacer pasar la carrera por allí, por situar al pueblo en el mapa. Y, entre oasis y oasis en forma de pueblos de casas encaladas, la nada. Bueno, no exactamente; lo que se conoce genéricamente como el campo: la paja del cereal, los olivos, las encinas y los alcornoques; y el brezo y el matorral en las zonas de serranía. De vez en cuando, algún cauce de un río, incluso alguno con agua -los menos-, otros cuantos arroyos -agua verde estancada- y alguna que otra cañada.

El otro día hablaba de esto con otro corredor en un momento de tranquilidad. Bajábamos una pequeña colina y teníamos una vista amplia. Miles, quizá millones -no exagero- de olivos estaban a nuestra vista en aquel momento. "Piensa que cada uno es un espectador que nos anima", le dije para animarnos. "Ya", me dijo; "no te equivoques, que ésos están ahí porque no les queda otra; porque anda que, si ésos pudiesen ponerse a cubierto, iban a estar ahí para vernos a nosotros, ¡ya!". En el fondo, tenía razón. Y es que hacía "mucha caló".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_