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Reportaje:BRASIL 3 | CRÓNICAS DE LA VIDA

La belleza del negro

Francisco Peregil

Una noche cualquiera de agosto, uno puede caminar por Salvador de Bahía y toparse en la orilla del mar, como si se tratara de una aparición, con la escena de un hombre blanco de pantalón y camisa blancos al que una mujer negra le refriega palomitas de maíz por todo el cuerpo. El hombre arrojará palomitas al agua, ella las lanzará también sobre su cabeza y el ritual se prolongará más de media hora. Nadie se extrañará ni va a detenerse para contemplarlos. Pero lo raro no es presenciar ese vestigio de África ahí, en la playa de una ciudad de 2,5 millones de habitantes y 165 iglesias. Lo sorprendente para los ojos del viajero será ver la misma escena por la mañana a las puertas de la parroquia de San Lorenzo, el día de San Roque, cuando cientos de bahianos acudan vestidos de blanco en honor al orishá o dios Oxalá, que viene a ser como un heterónimo de Jesucristo. Acontece que, justo antes de entrar en la parroquia, uno es adepto del candomblé, la religión africana importada a Brasil por los esclavos, sin demonios, ni pecados, ni castigos. Uno toca el tambor, baila, canta y se purifica en una lluvia de palomitas de maíz. Incluso puedes recibir a algún dios en tu cuerpo y ese dios empezará a convulsionarse y a bailar y a gritar dentro de ti. Después, entras en la parroquia de San Lorenzo, le rezas a Dios y entonas con el cura y con cientos de creyentes alabanzas a Dios y a nuestro señor Jesucristo. Tomas la hostia consagrada, sales de la iglesia y, ya en la misma puerta, bajando los escalones de la parroquia, eres de nuevo adepto al candomblé. Festejas a tus dioses africanos y bailas samba envuelto en el aroma africano de los acarajés, los vatapá, las moqueca y los caruru, los deliciosos platos bahianos que se cocinan por las esquinas de Salvador. Esa misma semana acudes a un terreiro donde se celebra una sesión, llamada "fiesta", de candomblé y se ofrecen sacrificios en honor a un orishá. A esta mezcla de religiones, que nació en Bahía y la profesan millones de personas en todo el país, se le conoce con el nombre de sincretismo.

"No encuentro que haya solidaridad en visitar a la gente de las favelas como si fueran monos"

"En el chamanismo, el brujo o chamán viaja hacia los dioses; sólo él puede hacerlo. Pero en el culto afrobrasileño, los dioses bajan y cualquier persona puede ser poseída. Cada dios tiene su forma de manifestarse, su coreografía, sus cantos, su indumentaria", indica el chileno Julio Lancelloti, quien trabaja en una fábrica en Lyón, es aficionado a la fotografía, tiene formación de antropólogo y viaja desde hace seis años durante sus vacaciones a Brasil. Mientras Lancelloti habla, un señor que acaba de salir de la iglesia de San Lorenzo ha recibido un baño purificador de palomitas y se abraza a la mujer que se lo ha dado dando estertores. "Yo no soy creyente de esta religión", aclara el chileno, "pero tiene un valor terapéutico tremendo. La gente evacua cosas del alma a través del trance. También hay cantidad de críticas entre ellos mismos. No es un mundo ideal tampoco. Hay muchos que dicen que el trance de ellos es el verdadero y que los demás hacen teatro".

Cuando los africanos llegaron encadenados a Brasil se les dijo que todos sus dioses, sus bailes, sus costumbres más arraigadas, no tenían ningún fundamento ni validez. Así que más valía que olvidaran todo lo que les había ido llegando a través de sus padres, abuelos y tatarabuelos y mirasen hacia el dios verdadero y a su hijo, nuestro señor Jesucristo. Pero ellos, que ya habían sido despojados de sus tierras y costumbres, de la libertad y de sus familias, no quisieron renunciar ni a la música ni a sus dioses. Así que las tres razas africanas escondieron a los orishás de sus tres candomblés bajo los nombres, los mantos y las figuras de los santos católicos. Y de esa concupiscencia, de ese vivir tan apretujado, los dioses africanos y los santos europeos terminaron entrañablemente unidos. Hoy día, uno puede salir de la iglesia de San Lorenzo y pasear entre los palmerales y cocoteros en paz con Dios y con todos los orishás. Dentro de la parroquia quedará el cura, y fuera, la maé o madre Vera d'Ogum, del terreiro de Tupinabá, vestida de blanco, fumándose un cigarro, y purificando por el módico precio de la voluntad a todo el que se ofrezca. "Que no tengas enfermedades", dice mientras te restriega las palomitas, "que sientas amor y felicidad".

En Bahía, la tierra que vio nacer a músicos como Carlinhos Brown, Gilberto Gil, ministro de Cultura, o los hermanos María Bethânia y Caetano Veloso, o los escritores João Ubaldo Ribeiro y Jorge Amado (1912-2001), la música, la cocina y la mística suelen bailar cogidas de la mano. Y todo eso, envuelto en una sensualidad que no se deja atrapar fácilmente en una foto. De pronto rompe a llover y da gusto ver cómo la gente apenas altera el paso, con paraguas o sin él. Caminar parece un acontecimiento, un arte que no es posible olvidar en cuanto caen unas gotas. El agua brilla sobre la piel negra. Muchísimas mujeres calzan grandes tacones y eso impone un estilo, una manera de moverse.

Salvador es la ciudad más negra de América, el municipio con mayor porcentaje de negros en el mundo (85% de la población total) después de África, la tierra de los antiguos caciques del cacao, conocidos aquí como coroneles, los viejos terratenientes de gatillo fácil, látigo en ristre y botas hasta las rodillas, tierra de mulatas bellísimas como las que dibujó el bahiano Jorge Amado en su novela Gabriela Clavo y Canela. Pocas zonas en el mundo están tan asociadas a un escritor como Bahía a Jorge Amado.

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En el Pelourinho, la zona más antigua y turística, el escritor cuenta con una casa museo. Sus lectores de todo el mundo quieren respirar el ambiente de sus novelas en las calles donde se inspiró. Y ese barrio colonial, con sus cuestas, sus empedrados, sus iglesias, la luz tan diáfana que tanto gusta a los cineastas, puede que sea uno de los más lindos del planeta. Pero... con menos alma. En el Brasil de los años treinta en el que Amado dibujaba a sus personajes, el Pelourinho estaba lleno de bohemios y mantenidas de terratenientes. Después se llenó de drogadictos y delincuentes. Más tarde la ciudad reaccionó, despobló la zona y rehabilitó las casas. Hoy recuerda a esos lugares paradisíacos cada vez más numerosos en el mundo, como la isla griega de Santorini, donde llegas, abres la boca, admirado y perplejo, y la vuelves a cerrar en cuanto descubres que todo es un hotel. El turista no ve más que turistas en el Pelourinho y negocios pensados para él. Así que los bahianos viven de espaldas a su barrio más bonito. "Es que a Salvador de Bahía no hay que buscarla en el Pelourinho. Porque más que una ciudad, Bahía es un estado de espíritu", comenta el dibujante Caó Cruz. "La gente es especial. Conoces a alguien por la mañana y ya te está invitando a cenar a su casa. La nuestra es una cultura de puertas abiertas".

Hoy en día, una de las grandes lacras de la ciudad, aparte de las desigualdades sociales inherentes a todo Brasil, es la prostitución infantil. Cosa que tal vez no existiría sin la contribución inestimable de cientos de turistas europeos. "Sobre todo de italianos y alemanes", precisa Caó Cruz. "Esa gentuza puede encontrar niñas parecidas en otros países. Pero lo que les atrae de aquí es la ingenuidad y dulzura de las niñas bahianas", añade. "Yo he trabajado en programas sociales con chicas prostitutas y son de una candidez difícil de encontrar hoy. Las he visto llorar en el aeropuerto al despedir a sus amantes turistas".

"¿Qué otra cosa he sido sino un novelista de putas y vagabundos?", se preguntaba Jorge Amado. "Si alguna belleza existe en lo que escribí, proviene de esos desposeídos, de esas mujeres marcadas con hierro y brasa, los que están en el límite de la muerte, en el último escalón del abandono. En la literatura y en la vida me siento cada vez más distante de los líderes y los héroes, pero más cerca de aquellos a quienes todas las sociedades y regímenes desprecian, respetan y condenan". Pero como todo mortal, Amado también albergaba sus contradicciones. Y una de ellas es que era íntimo amigo de ACM. Casi todo el mundo sabe en Brasil quién es Antonio Carlos Magalhães.

Fue tres veces gobernador de Salvador, una vez alcalde, cuatro veces diputado, una vez ministro y dos veces senador: lo que se dice un líder, vamos. Todo el mundo en Brasil sabe que el senador perdió en 1986 a su hija más joven, Ana Lúcia Magalhães, de 28 años, directora del Correio da Bahia, cuando se suicidó de un tiro en la cabeza. Y que 12 años después, en 1998, el senador perdió también a quien iba a ser el heredero político del imperio de ACM, su hijo de 43 años, Eduardo Maron Magalhães, víctima de un infarto. A pesar de esos golpes, ACM sigue batallando. De lunes a jueves, en Brasilia, capital del país. Los viernes por la tarde se deja caer por su despacho de Salvador, donde siempre le aguardan paisanos para ser recibidos. ACM celebra su cumpleaños en la más célebre de las más de 300 iglesias de la ciudad. El senador se sienta en una poltrona y la gente hace cola para besarle la mano como a un santo.

-¿Y va mucha gente a su cumple?

-Uf... -ACM junta las yemas de la mano derecha-. Ahí va todo el mundo.

A sus 78 años, ACM más parece un personaje de su amigo Jorge Amado que el dueño mayoritario de cinco canales de televisión, un periódico y una radio, entre otras empresas bahianas. Antes de entrar en su despacho se observa un retrato pintado de su hijo Eduardo y una camiseta de la selección brasileña firmada por los jugadores. ¿Qué distingue a los bahianos del resto de Brasil? Los escritores y las guías turísticas hablan de la sensualidad: olores, colores, dulzura. El senador ACM es más explícito:

-Las bahianas son muy sensuales; no sólo las mulatas. También las otras. La mujer bahiana es diferente a todas.

-¿A qué se debe eso?

-A la bondad divina.

-¿Y cómo es el bahiano?

-Muy cordial. Usted le pregunta a cualquiera dónde está la iglesia del Buen Fin y es capaz de acompañarle hasta allí. Y nuestro carnaval es el mejor. El de Río es más artificial. Aquí baila todo el mundo.

-¿No tienen los bahianos fama de ser impuntuales?

-A veces la puntualidad no es la principal preocupación de la gente. Pero yo soy muy puntual.

-¡Si me ha tenido usted una hora y media esperándole!

-Tenía unos problemillas en casa.

En cuanto a las religiones, ACM lo tiene claro:

-No puede gobernar bien Bahía quien no sea ecuménico, es decir, quien no aprecie y respete todas las religiones. Yo, por ejemplo, soy muy amigo del obispo, pero también de la gente que va al terreiro de Cantúa. Con Jorge Amado acudí a muchas fiestas de candomblé. Él se adaptaba mejor que yo a ese juego. Bailaba en los terreiros y decía que creía.

Se ha ensalzado mucho la belleza de las mulatas bahianas y la hermosura de los bahianos negros que han exportado la danza y el arte marcial de la capoeira a todo el mundo. Pero en realidad, muchos bahianos aún sienten vergüenza del color de su piel. Apenas hace 117 años que se abolió la esclavitud en Brasil.

"Hasta hace pocos años, las chicas negras tenían vergüenza de llevar el pelo con trenzas", indica el compositor negro João Portugal. "La gente se llama morena o mestiza, nunca negra", asume Mercia Silva, estudiante negra de pedagogía y guía de una agencia de turismo solidario. Pero eso está cambiando debido, en buena parte, a la labor de un negro: Antônio Carlos dos Santos Vovô, presidente de la organización Ilé Ayé, que promueve la autoestima.

Mucho antes de que el músico Carlinhos Brown emprendiera en Salvador de Bahía su gran programa social para enganchar a la música a los jóvenes de la favela de Candeal, la asociación Ilé Ayé, de Vovô, ya había empezado a luchar por los derechos de los negros. La organización nació en 1974, en el terreiro de la madre de Vovô. Ahora la subvenciona la compañía pública Petrobrás y ocupa un edificio tan grande como un trasatlántico de ocho pisos en el barrio Libertad, el más negro de Salvador, un barrio minado por la droga y la delincuencia. Y Vovô no para de atender llamadas por sus dos teléfonos móviles. "En esta época de elecciones... ya se sabe", se excusa. Todos los candidatos a la presidencia de Brasil se cuidan mucho de visitar este edificio y hacerse una foto junto a Vovô.

En la escuela se imparten cursos gratuitos de confección de calzado y bolsos, electricidad, informática, ayudante de cocina... Y, por supuesto, clases de ritmo, percusión, canto, danza y salud del cuerpo. Por sus aulas han pasado más de 30.000 jóvenes. Bajas a los sótanos de la fundación y hay un grupo de unos treinta chavales tocando tambores. Observando la clase, bien callados en sus sillas, un grupo de españoles. ¿Qué hacen allí? "Turismo solidario", explica Miguel Abad, granadino de 52 años y jefe de cocina en Barcelona.

Lilia Gramacho, productora de TV Salvador, cree que organizaciones como el Movimiento de los Sin Tierra desvirtúan su lucha cuando la exponen a los turistas. "Creo en las buenas intenciones de los turistas, pero no encuentro que haya ninguna solidaridad en visitar a la gente de las favelas como si fueran monos".

A Lilia le cuesta trabajo entender por qué acude tanta gente a Brasil. "Yo he estado en España veraneando y después de volver he discutido con mis amigos sobre qué puede hacer a un europeo venir a Brasil. En Europa hay playas maravillosas y te puedes desplazar con absoluta seguridad. Entonces, ¿qué atrae a la gente, qué les hace venir aquí? Es la calidad del pueblo brasileño lo que atrae al resto del mundo".

Tal vez por eso, una de las principales obras de la literatura contemporánea brasileña, escrita por el bahiano João Ubaldo Ribeiro, se titula Viva el pueblo brasileño. Dicho esto, si pasan por Salvador de Bahía no dejen de visitar el barrio del Pelourinho, aunque sólo sea por verlo.

Los negocios para turistas se han adueñado del tradicional Pelourinho, el barrio del escritor Jorge Amado.
Los negocios para turistas se han adueñado del tradicional Pelourinho, el barrio del escritor Jorge Amado.F. P.
El sincretismo, el espíritu de Bahía, en plena fiesta de San Roque.
El sincretismo, el espíritu de Bahía, en plena fiesta de San Roque.F. P.

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Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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