Rehacer la vida
Se trata de una expresión al alza. De largo y complejo recorrido. Como al alza encontramos las reflexiones, argumentos, noticias y estadísticas que vienen produciéndose sobre el mundo de las relaciones de pareja, o mejor, de los problemas de las parejas para mantenerse en buena relación. Los datos sobre separaciones y divorcios en nuestro país suelen ya ser contenido recurrente en nuestros medios de comunicación y, por supuesto, reflejo de la situación vivida por cada vez más parejas, por cada vez más personas.
Y en este contexto, un espacio vital en el que la sensación de dolor, fracaso o frustración domina los corazones y mentes de los protagonistas, voluntarios o involuntarios, de las historias subyacentes, no es infrecuente escuchar y leer la expresión de rehacer la vida como una especie de augurio que avala, sostiene y defiende -faltaría más- la posibilidad de hacer algo nuevo con la vida, con tu vida, una vez enfrentada de manera definitiva y estable la ruptura y disolución de la relación de pareja vivida hasta ese momento.
Está bien, especialmente bien, que se definan e incorporen ideas y opciones de escenarios futuros donde la calma y la felicidad vuelvan a estar presentes y formen parte activa de nuestras vidas. Lo que no me parece tan bien, más bien mal, es que se trate de una expresión -o tal vez de una interpretación de la misma- que relaciona casi exclusivamente el esfuerzo y los resultados de ese volver a hacer con la experiencia de volver a encontrar una pareja con la que convivir, más o menos, y pasar nuestros días.
Nuestro idioma es rico en matices y deberá cuestionar esta utilización del lenguaje, de las palabras, de una expresión que si tiene razón de ser -y desde luego que la tiene- es para definir la experiencia de volver a mirar el futuro, con o sin alguien a nuestro lado, con otra perspectiva, desde otro prisma, en otro escenario de prioridades. El valor del individuo por sí mismo, sin dependencia aburrida del otro obligatorio. Aprender a rehacer la vida es un ejercicio que merece respeto. Y el lenguaje -y cómo lo utilizamos- tiene mucho que decir al respecto.
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