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Reportaje:01 BRASIL | CRÓNICAS DE LA VIDA

El secreto de la felicidad

Francisco Peregil

Río de Janeiro parece una ciudad inventada por un niño. Un crío que hubiese imaginado un lugar lleno de montañas verdes que se metieran en la playa por aquí y por allá, como refugios donde esconderse por si viniesen los malos. Unas playas donde hombres y mujeres juegan al fútbol día y noche. Un paseo marítimo lleno de bicicletas y quioscos donde por menos de un euro le pegan tres machetazos a un coco y te lo bebes con tu pajita. En las zonas más altas de la ciudad se ven monos en los árboles y los taxistas improvisan barbacoas mientras aguardan a los clientes. Por tener, la ciudad tiene hasta un tranvía al que te puedes subir en marcha, no es obligatorio pagar si vas de pie apoyado en los barandales, y al bajar renqueando por el acueducto de Carioca el trenecito provoca la risa en los viajeros porque se mueve como si la gente hiciera el amor.

Miras la ciudad desde lo alto del Pan de Azúcar y es de una belleza que asusta

Río es un lugar donde hasta las favelas, las casas ilegales que la gente más pobre ha ido construyendo a menudo sobre cerros, llamados morros, junto a las mansiones de los millonarios, tienen nombres preciosos: Morro de los Placeres, Ciudad de Dios, Rosiña, Mangueira, Yacaré, Pan de Azúcar, Bella Flor... En esas montañas la frontera entre lo bueno y lo malo se vuelve difusa y la policía no siempre lleva la razón ni las de ganar. Y además de todo eso...

La ciudad creó el carnaval más famoso del mundo, una de las máximas expresiones de alegría y de las ganas de vivir. La actriz brasileña Fernanda Montenegro, protagonista de la película Estación Central de Brasil le dijo al corresponsal de El PAÍS en Río de Janeiro, Juan Arias, que la diferencia entre un brasileño y un europeo es que el brasileño no se avergüenza de decir que es feliz. Hagan la prueba. Lleguen a Río de Janeiro en cualquier época del año. Pregúntenselo al taxista, a las chicas de la playa de Ipanema, a los habitantes de las favelas, a los albañiles...

-¿Es usted feliz?

Lo asombroso no es que tantas personas afirmen que sí, sino la rapidez con que lo hacen. Y cómo sonríen. Las respuestas no serán muy originales: "Si el país ya está mal, ¿qué se adelanta estando triste?", dirá Giselle, de 18 años. "Tengo una mujer buena, un hijo que no bebe, no fuma y me respeta", contestará el camarero Juarés, de 72 años. Al mulato que corre por la arena y lleva sobre su cabeza una bandeja como un gorro mexicano inmenso puesto al revés y cargado de piñas, a ese mulato que asusta a las chavalas de Ipanema tocándoles el hombro de sopetón y pegándoles un grito -¡Eo!-, para pelarles después una piña mientras se van apagando las risas, a ése no hace falta preguntárselo.

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Pero ¿cómo se puede ser feliz en un país donde el 1% de la población acapara una riqueza mayor que la que posee la mitad de los 186 millones de habitantes? ¿Feliz en un país con 14,6 millones de analfabetos? ¿En un país donde cada año son heridas 100.000 víctimas de la violencia de las grandes ciudades y donde las balas mataron el año pasado a 36.091 personas? ¿En un sitio donde al menos el 25% de los ciudadanos no cuenta con servicios de agua potable ni con sistemas de alcantarillado y recolección de basura? ¿Feliz en un lugar donde 54 millones de personas viven con menos de 55 euros al mes? ¿En un país que en 2003 se permitió el lujo de talar en la Amazonia un área equivalente a Suiza y en 2004 una zona tan grande como Israel? ¿Un Estado feliz donde el año pasado la dirección del Partido de los Trabajadores, en el Gobierno, tuvo que renunciar a su cargo por sobornar a miembros de otros partidos para conseguir la mayoría parlamentaria del presidente Luiz Inácio Lula da Silva? A causa de ese soborno fueron procesados 19 diputados y tres de ellos perdieron sus escaños y sus derechos políticos durante los próximos ocho años. ¿Feliz en un país donde este mismo mes una comisión del Congreso abrió procesos contra 69 diputados y tres senadores pertenecientes a 10 partidos distintos, de izquierdas y de derechas, del Gobierno y de la oposición, por fraudes en la compra de unas mil ambulancias para pequeños municipios?

Nada de todo eso ha impedido que el brasileño siga levantando el pulgar cuando saluda. ¿Todo bien, amigo? Todo bien. El profesor Yvo Pitanguy, cirujano plástico de 80 años, una celebridad dentro y fuera de su país, cree que el secreto de la felicidad radica en la búsqueda de ella, en tener siempre un proyecto, una cosa para hacer, no estar parado nunca. "Y Brasil no para. Estamos creciendo, ocupando un país, y eso nos convierte en niños. Cuando ves a un chiquillo, casi siempre está feliz. Nosotros tenemos un sentido muy amplio de alegría de vivir que viene condicionado por la geografía y el origen. Yo he aprendido mucho de mi país pronunciando conferencias por todas las ciudades. Cuando lo miro como un todo, siento la necesidad de entenderlo. La misión de unir este país es mesiánica. Pero cuando se consiga, será un país muy importante. Uno puede ser feliz porque feliz o infeliz se sobrevive de la misma forma, pero es mejor vivir siendo feliz. Creo que Brasil no sólo es el país más feliz del mundo, sino que merece serlo. Yo no he encontrado ningún país que tenga nuestro sentido de la cordialidad". ¿Y no piensa el doctor que el culto a la felicidad puede generar frustración? "No. El culto a la felicidad es siempre menor del que debería serlo. El ser humano debería buscarla constantemente".

Un buen lugar para buscarla puede ser Río, una ciudad de seis millones de habitantes con alma de barrio. La gente baja con sus hamacas por la tarde a la playa como el que acude al bar de la esquina. Y eso, por la tarde, cuando el agua de Copacabana se va plateando, es uno de los espectáculos más bonitos del mundo. Pero al día siguiente lees el periódico y te enteras de que el turista portugués de 19 años André Costa Ramos Bordalo había sido asesinado con un cuchillo ahí en esa misma playa de Copacabana, a las nueve de la mañana, frente a tu hotel, tras intentar impedir que lo atracasen, a 50 metros de una cabina de la policía militar, cuando "observaba a su madre, que entraba en el mar, y a su padre, que salía del agua para caminar". Y otra mañana aparece en la portada del periódico local la foto de un grupo especial de policías posando como los hombres de Harrelson. Acaban de matar esa misma noche, ahí al lado, a unos pocos metros del hotel Sheraton, de cinco estrellas, en la favela de Vidigal, a ocho narcotraficantes. Y la vida sigue.

Miras la ciudad desde lo alto del Pan de Azúcar o desde el Cristo del Corcovado y es de una belleza que asusta. Cada día los cariocas más pobres le pegan un nuevo bocado a los morros y se tragan otro pedacito de selva atlántica. Las chabolas trepan y arrasan con todo lo verde. Por la noche es cuando se ve con mayor claridad el atentado ecológico. Las luces de las favelas cada vez ocupan más espacio en las montañas, cada vez suben más alto. Pero los morros parecen impasibles, como enormes ballenas varadas o gigantes recostados que charlasen sin ninguna prisa.

-Tudo bem?

-Tudo bem.

-Beleza?

-Beleza.

Para encontrar algún sentido a tanta capacidad de sobreponerse a las desgracias hay que visitar la favela de la Mangueira, la más legendaria de las 14 grandes escuelas de Río, con 18 premios en los carnavales desde que fuera fundada en 1928. "En este barrio, cuando se mata a alguien se le suele tirar desde la montaña que ve usted ahí, hacia las vías del tren", señala el taxista Telmo, de origen portugués. Y sin embargo desde esas chabolas se viene bombeando alegría al resto del mundo desde hace muchos lustros. Escribió el poeta y letrista Vinicius de Moraes que la tristeza no tiene fin, pero la felicidad, sí. En la Mangueira, sin embargo, se ven muchas caras viejas, y sobre todo negras, que parecen desmentir al poeta. Por la noche hay cientos de personas charlando al fresco, la música suena en las terrazas, las mulatas se pasean en pantalones cortos ajustados, con chanclas o tacones, y la gente va comiendo por la calle.

"Cuando concedieron la libertad a los esclavos, en 1888, ellos no tenían nada. Ni tierra, ni dinero, ni casa, ni trabajo. Pero eran libres. Y se sentían felices. Tal vez ese recuerdo aún permanece entre la gente más pobre. Y se contagia al resto de la población", indica Ronaldo Bonturi, de 48 años, batería de la Mangueira. No es época de carnaval en Río. Pero Mangueira aprovecha la fama de su nombre para recaudar dinero. Cada sábado por la noche organiza ensayos. Madres, nietas, abuelas y hasta bisabuelas comparten pista con los turistas de bracillos hinchados por las pesas, gorra y camiseta Nike. Mucha gente del lugar antes de darse la mano, abrazarse o besarse, se marca a modo de saludo unos pasitos de samba menudos y vertiginosos.

Queda claro que la samba no es un baile cualquiera. Debe haber un complejo mecanismo invisible que une la mano del batería con la boca y los ojos de quien baila. Es como si se le diera cuerda a una manecilla y mientras se va desenroscando el invento es imposible dejar de sonreír. Estás perdido, amigo; 50, 70, 100, 300 tambores llegan hacia ti, por debajo de tus pies, manteándote hacia el cielo. La sonrisa sube culebreando por el cuerpo, pasa por la barbilla, las cejas y llega hasta la punta de los cabellos. Vale que puede confundirse la alegría con la felicidad. ¿Pero a cuánta gente no le gustaría tener al menos una vez a la semana un momento tan alegre como el de estas abuelas con sus nietas?

La Mangueira es "una nación dentro de otra nación", explica su presidente, Percival Pires, de 65 años. "La samba da alegría. Sin alegría no se hace un gran carnaval como el Río, que es la mayor fiesta popular del mundo", añade. La samba nació en las favelas, a principios del siglo XX, cuando las autoridades prohibían esa música y detenían a cualquier negro por el mero hecho de bailarla. "Sin los negros, ni habría Brasil", ha comentado el cantante Caetano Veloso.

Su amigo, el escritor carioca y colaborador de este periódico Eric Nepomuceno cree que en el fondo de tanta alegría, en Brasil hay un poso de tristeza. Y ahí radica, según él, el misterio de la felicidad. "Es curioso cómo de la mezcla de tres razas de gente que llegó bien triste nació algo tan alegre. Los africanos venían como esclavos; los portugueses, expulsados de sus países con la prohibición de volver, y los indios, exterminados por los blancos. Y de todos ellos nació la samba, cuyo ritmo se compone siempre, a pesar de la aparente alegría, en tono menor, que es el tono de las composiciones tristes".

Claudia Mattos, de 39 años, doctora negra, compositora y miembro de La Mangueira, se declara feliz, bien feliz, cuando mira el presente de ella y de su país. "Mis antepasados eran esclavos y yo soy doctora. En mi clase había más de 100 alumnos y sólo dos éramos negros. Con el tiempo, habrá más. Hemos caminado mucho en este país. La corrupción no puede empañar el progreso. Era anterior a Lula. La diferencia es que hoy podemos hablar de ese problema como nunca lo habíamos hecho antes. Para los que pertenecemos a la clase media la economía no ha mejorado mucho, pero para los que no tenían nada, sí".

-¿Y usted, es feliz?

Adelmo ha llegado sin camiseta al bar de Juarés y se ha pedido una cerveza.

-Sí. Porque yo me adapto como el barco a las olas. Si hay corrupción es por culpa de los políticos. Pero yo me adapto. A mí no me van a engañar ni me van a dejar triste.

El 1 de octubre en Brasil se celebrarán elecciones generales. Las calles ya llevan tiempo llenas de banderas y carteles de políticos. En una de esas entrevistas que se hacían en la España de 1982 cuando algunos candidatos a la presidencia no tenían miedo de encerrarse en un estudio de televisión frente a un pelotón de cinco periodistas que disparaban preguntas en directo... en uno de esos programas, Lula quiso decir que hay que combatir la corrupción y en lugar de eso declaró que hay que combatir la ética. También pretendía decir que la economía iba estupendamente y que lo único que no había subido en Brasil era la inflación, pero dijo que lo único que no ha subido son los salarios.

A pesar de sus tropiezos, Lula sigue barriendo en las encuestas. El antropólogo Antonio de Jesús Silva cree que las denuncias de los partidos de la oposición a Lula por corrupto no funcionan. "La gente se cansó de oír hablar de corrupción".

En la confitería Colombo, de Río de Janeiro, conocida en todo Brasil por sus pasteles y por su mobiliario antiquísimo, hay una pequeña habitación en un segundo piso. Allí, Joao Lopes, encargado de la música de ambiente en el local, vende discos de música clásica importados de Europa. Melómano de 44 años, casado y con una hija a la que le encanta la música, Joao cree que no se puede ni se debe ser feliz. En esa pequeña habitación Joao lee a Virgilio, a Baudelaire y al ensayista estadounidense John Perkins (Autor de Confesiones de un asesino económico, libro que versa sobre el comportamiento de Estados Unidos en el Tercer Mundo). "Soy carioca y sé que la mayoría de los cariocas se declaran felices. Pero el carioca es un poco inconsciente, vive siempre un poco ajeno a la realidad. Yo aspiro por lo menos a vivir en un país con pobreza pero sin miseria".

"A mí me gusta la samba", dice mientras mueve los brazos y ladea la cintura como un futbolista haciendo ejercicios de calentamiento, "y me gustan las mujeres. Pero no se puede ser feliz leyendo estas cosas sobre el Tercer Mundo o viendo lo que pasa en Líbano". Joao va a votar a Lula en las elecciones de octubre. A pesar de los casos de corrupción que se han llevado por delante a los hombres de confianza del presidente. "Los partidos de oposición en este país son como putas viejas pidiendo castidad. Han gobernado este país durante 500 años, son doctores del fino embuste. Y es verdad que el Partido de los Trabajadores hizo mal en comprar a los diputados de derecha con dinero público. Y tal vez Lula lo sabía. Pero yo no quiero que gobiernen Brasil las prostitutas de siempre".

MAÑANA: CAPÍTULO DOS.El arte del encuentro

Cristo del Corcovado.
Cristo del Corcovado.RICARDO GUTIÉRREZ
Camila Vila-bispo, de 10 años, dirige un grupo de niños de la escuela de samba La Mangueira.
Camila Vila-bispo, de 10 años, dirige un grupo de niños de la escuela de samba La Mangueira.REUTERS

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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