Configurar el tiempo
Atravesado por el vértigo de lo moderno, que atrofia su capacidad de pensar históricamente, y sometido a presiones descomunales que buscan su uniformización, el hombre contemporáneo es un ser con la memoria asediada. A ello responde, pues, la tendencia actual a que el arte y la memoria, un par indisoluble desde el tiempo de las musas, reformulen su relación de tal modo que para el primero la segunda constituye hoy antes que nada un ámbito de resistencia. Así lo ponen de manifiesto trabajos como los de Esther Pizarro, una escultora cuya pregunta obstinada por la configuración de la ciudad no es sino una interrogación obsesiva por la configuración del tiempo.
En la exposición Inter-Rela
ciones, con la que vuelve sobre sus pasos, un telón a modo de piel que oculta un proyector de imágenes documentales resume su colaboración con los arquitectos Nieto y Sobejano en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Mérida, cuyo exterior recubrió íntegramente con paramentos que reproducen una sección longitudinal del casco antiguo de la ciudad. De este modo, a la vez que refleja un lugar, la zona donde se emplaza, y un tiempo, al que pertenecen esas señales que, como diría Georges Kubler, ya no comprenden el "ahora", el edificio, convertido en dispositivo especular, es simultáneamente refractario a la concepción de la escultura como monumento, como sepulturera del presente, y a la reducción de la ciudad histórica a reclamo turístico, a museo amnésico.
Si el arte es indisociable de la memoria, el recuerdo lo es del olvido porque si no la vida sería la pesadilla del Funes el memorioso borgieno, como sabe bien Esther Pizarro que en otra obra, Trama Urbana 2, repite serialmente una sección de una ciudad cualquiera en cuyo interior lo mapificado se trama con el vacío.
Frente al recuerdo genérico que moviliza la Ciudad Genérica, la artista incita al errabundeo por un paisaje construido que concibe como conexión de recuerdos fragmentarios, como inconsciente urbano en el que hay que sumergirse.
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