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Columna
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Sello

"MI VIUDO por las noches disuelve su lecho, adónde se ha ido / el amor de su vida. Mi huérfano se ha marchado lejos / a descifrar enigmas. / Esposa niña, tú eres la mujer de los dos, tuyo es mi camisón / tuyo es su amor. Mi carne se ha consumido. / Ponedme como un sello". Quien así, tan generosamente, se expresa es Nadia, que hace un año abandonó este mundo, pero no sin ensombrecer la vida de su marido, Albert Danon, y de su hijo, Enrico David, que ahora tienen que acostumbrarse a vivir con un hueco dentro de sí e, inevitablemente, a tratar de llenarlo. El uno, el padre, se interioriza cada vez más; el otro, el hijo, se exterioriza y parte rumbo al Oriente, que, en su caso, al residir en Tel Aviv, es forzosamente un oriente extremo. Aquí o allí, el hueco deja su sello en forma de esposa-niña, Dita Inbar, la novia abandonada de Enrico, que ahora tiene la misión de exteriorizar al padre e interiorizar al hijo, o, lo que es lo mismo, invertir su destino para que recobren su lugar en el mundo a través de lo único que lo hace posible, que no es el simple habitar en él, sino hacerlo mediante el recuperado amor a la vida.

¿Podrá la esposa-muerta y su trasunto, la esposa-niña, o, si se quiere, la Madre, acunar el desvarío de este par de varones desamparados? Tal es la intriga que nos propone el escritor israelí Amos Oz (Jerusalén, 1939) en El mismo mar (Siruela), novela en verso que acaba de ser reeditada en castellano. Puede resultar, en principio, chocante que una novela esté escrita en verso, si bien no por falta de antecedentes históricos, de los que tenemos sobrados ejemplos, aunque es cierto que la mayoría de éstos narran acciones épicas y no intrigas cotidianas. Amos Oz ha comprendido, sin embargo, que, cuando se dialoga con la sombra de los ausentes, como acaece en el duelo por un ser entrañablemente querido, la forma literaria más adecuada para este monólogo interior es la poética, y que cabe tramarla mediante la yuxtaposición coral de las voces dolientes. Por lo demás, la solución del enredo consistirá en que este conjunto de voces singulares logren armonizarse, bien en el contraste de su separación, bien en la fusión conjunta. En cualquier caso, pase lo que pase, es fundamental que lo que así esté sonando, sea una música hermosa, cuya belleza y hondura nunca dependen de ningún happy end.

"Aunque una persona viviera cien años seguiría buscando a sus muertos", dice uno de los monólogos poéticos de El mismo mar. En realidad, sólo se empieza a vivir cuando, por primera vez, se percibe el hueco que configura nuestra existencia. La cavidad materna, el útero, cierto, que luego traza nuestro sendero que avanza hacia atrás. Escapas regresando. Detenerse, para acomodarse definitivamente al hueco, prescindiendo de toda rememoración, es morir, quizá dormir; sin duda: descansar; pero, en absoluto, soñar. En este sentido, la intriga de la novela versificada de Amos Oz no puede tener un final, ni bueno, ni malo, tal y como sus últimos versos nos lo indican en forma de una invocación: "Ahora levántate y vete / a buscar, ligero y tranquilo levántate, vete / y busca lo que has perdido".

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