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Reportaje:

Marionetas de altura

La compañía de Herta Frankel seduce al público heterogéneo del parque de atracciones del Tibidabo

Muchos de los visitantes neófitos del parque de atracciones del Tibidabo han oído hablar del avión rojo que, propulsado por su propia hélice, gira en círculos sobre una Barcelona a vista de pájaro. Seguramente conocen también la coqueta noria, capaz de asomarse al vértigo en sus cazoletas metálicas. Quizá esperen jugar con su imagen distorsionada por los espejos mágicos y es probable que deseen visitar el museo de autómatas. Pero para buena parte de ellos es toda una sorpresa descubrir entre la oferta del parque una atracción que no tiene que ver con las máquinas, sino con el encanto de lo artesanal y el trabajo hecho con las manos. Es el Marionetàrium, la sede de la compañía Herta Frankel, que con su espectáculo de marionetas de hilo en un escenario de altura, la montaña más alta de la ciudad, se mete día a día en el bolsillo al público heterogéneo del parque.

La compañía se creó dos décadas atrás y se instaló en el Tibidabo hace ahora 10 años. Sus fundadores, Ferran Gómez y Patrícia Gálvez, son pupilos y herederos artísticos de Herta Frankel, nacida en Viena en 1913 y fallecida en Barcelona en 1996, muy popular entre los espectadores de la primera época de la televisión en España junto a marionetas como la perrita Marilín, Ruki y Muki y Violeta.

Gómez y Gálvez necesitaban una sede en la que poder trabajar y mostrar el enorme legado material recibido de su maestra, principalmente las cerca de 300 marionetas elaboradas por los mejores constructores europeos de la especialidad a lo largo de los últimos 60 años, pero también una enorme cantidad de documentos ahora en proceso de digitalización. El Tibidabo les abrió las puertas en un antiguo bar con mirador, La Miranda. Y en él siguen estando el taller de restauración y construcción de marionetas, el teatro donde las presentan al público, el pequeño museo en el que se exponen las más representativas heredadas de Frankel y la escuela donde se enseña a las nuevas generaciones el hermoso oficio de manipularlas en escena, cuyo dominio requiere años de práctica.

En el Marionetàrium las funciones se suceden cada hora. En agosto -temporada alta en el parque, que hasta el 10 de septiembre abre de miércoles a domingo- son siete representaciones al día. En todas las sesiones se suele repetir la misma escena: un buen rato antes de que se abran las puertas, la cola de gente supera ampliamente la capacidad de la sala, en torno a 60 espectadores. Las marionetas se ofrecen como un oasis entre el ritmo frenético de las atracciones, un paréntesis que muchos desean disfrutar. Entre quienes aguardan turno, algunos se han fijado en el teatro por casualidad, otros vienen recomendados y también los hay que repiten asiduamente.

"El otro día, una niña se empeñó en ver el espectáculo tres veces", cuenta Pilar Gálvez, en la actualidad encargada de las tareas de producción y coordinación de la compañía. Su compañero Ferran Gómez firma la idea y la dirección del nuevo espectáculo, Palabras para Julio, con el que el grupo celebra sus 20 años de historia y los 10 de su sede en el Tibidabo, remozada ahora con un nuevo puente de manipulación y flamantes escenografías de José Menchero. Ha sido su manera de celebrar el aniversario, mejorar la presentación de sus marionetas.

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