La chatarra sonora de Konono nº 1
Tres likembés -también conocidos como pianos de pulgar- conectados a micrófonos caseros y rudimentarios amplificadores, producen un sonido inverosímil, saturado y distorsionado: una implacable música de trance que llega de los suburbios empobrecidos de Kinshasa, en la República Popular del Congo.
Konono nº 1 acaba con los tópicos de música africana a base de tambores contundentes, guitarras danzarinas o delicadas koras. Sus músicos parecen haberse aprovisionado en un depósito de chatarra: la batería es la barra de dirección de un coche en la que ensartan tapacubos abollados; los cantantes dejan oír sus voces a través de altavoces cónicos -los llamados lance voix de la época colonial usados por los belgas para hacer llegar la radio estatal a la población- montados sobre los tallos de una flor metálica. Alguien habló de objetos a lo Duchamp.
Hace más de 25 años que Mawangu Mingiedi tuvo la idea de conectar la batería de un camión al likembé, instrumento que consiste en unas láminas metálicas ancladas a una caja de madera y se manipula con los pulgares como si se tratara del mando de un videojuego. La ruidosa Kinshasa obligaba a amplificar los instrumentos si querían hacerse oír. A Mingiedi no le servían las pastillas de las guitarras así que construyó micrófonos artesanales: rompió a martillazos viejos alternadores de coches y extrajo los imanes que revistió con hilo de cobre.
El resultado es una especie de sound system de una crudeza salvaje. Curioso: se trata de música tradicional, música espiritual de la etnia bazombo, que siguió el curso del río Congo hasta Kinshasa. Mingiedi, que fue camionero y mecánico, proviene de la región fronteriza entre el Congo y Angola. En noviembre de 1978, el Orchestre Folklorique Tout Puissant Likembé Konono nº 1 había grabado una pieza para el recopilatorio Zaire: Musiques urbaines à Kinshasa. La única huella de la existencia de Konono.
Vincent Kenis, antiguo músico punk y productor de discos de Zap Mama y Taraf de Haïdouks, partió tras su pista. El belga había escuchado en Radio France la grabación de Bernard Treton para el sello Ocora: veintitantos minutos de aquella banda capaz de tocar durante horas. Congotronics, disco de Konono nº 1 recibido con entusiasmo por Matthew Herbert, fue grabado al aire libre por Kenis con un puñado de micros y un ordenador portátil. Las primeras mezclas se hicieron en su habitación del hotel Matonge.
Una música que ha permanecido inmutable sale por fin a relucir. El disco Congotronics 2, subtitulado Buzz'n'rumble from the urb'n'jungle, ofrece un compendio de otros grupos que han incorporado la distorsión al trance. Al septuagenario Mawangu Mingiedi no parece sorprenderle el éxito. Ni los elogios en The New York Times, The Guardian o Libération, y revistas como Mojo y Wire, ni que se haya escrito que su música evoca una improvisación del legendario guitarrista congoleño Franco con la Velvet Underground. Konono nº 1 ha fascinado a gente como Gilles Peterson y Beck. Mingiedi no sabe quiénes son. Él se limita a tocar una música hipnótica que, accidentalmente, gusta a los aficionados a la electrónica y al rock alternativo.
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