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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Gran Jefe Ojo de Halcón dice que os zurzan

Marcos Ordóñez

Entra en el jardín como un viejo indio en la reserva. Melena blanca, ojos de halcón, toda la edad en el paso aún elástico, toda la sabiduría en la cara, arrugas como cicatrices o anillos de árbol, y la sonrisa invicta. Sostiene un bastón probablemente inútil, resto de una coquetería o una elegancia antigua que no le ha abandonado. Atraviesa el jardín de ese asilo de lujo, jardín con estatua, enfermeras blanquísimas, sonrientes, curas de sueño, música ambiental, nocturno de Chopin. Para desgalichar el puto nocturno, el viejo canta: "Camino tras el tiempo / espero que todo pase pronto"; canta para sí mismo, con voz de último whisky: "Quién se bebió mi pasado / en vez de deseo, un corazón llagado"; canta como Brook Benton cantaba Funny How Time Slips Away: "sólo los gusanos quieren mi jugo / pronto lo tendrán / si no me queman antes". Estamos en Sonrisa de elefante, la perla negra del Grec, el mejor estreno "local", la nueva y formidable comedia escrita y dirigida por Pau Miró. El "retorno" de Pau Miró, y también el retorno a la actuación del gran Joan Anguera, mitad James Coburn mitad jefe cherokee, tras su larga gira europea con Heil Tanz. La mejor elección para el protagonista, por physique du role y sobre todo por trastienda profesional y humana: fundador de La Gàbia de Vic, uno de los grupos míticos del off catalán, 25 años estrenando a Handke, a Beckett, a Botho Strauss, director, pedagogo, actor, actorazo, un completísimo hombre de teatro. Pau Miró y el equipo de Oriol Broggi han levantado el asilo de lujo de Sonrisa de elefante en la cripta donde se presentó Antígona, en la Biblioteca de Catalunya. El gran Anguera interpreta a un director teatral que ha vivido y bebido todo. Se retiró, misteriosamente, cuando estaba en lo más alto. No ha recibido a nadie desde entonces. ¿Qué es una vida en el teatro? "Medir la vida por temporadas y no por años", dirá. "El teatro borra la vida, las pequeñas cosas". Lo dirá más tarde. Antes recibirá con un silencio sonriente a un antiguo alumno (Roger Coma), ahora un joven director de moda, muy, muy ambicioso. El muchacho habla, el viejo escucha. Mudo. Pero todo pasa por su cara y sus ojos, igual que la voz de una antigua amante surca el rostro del silente Michael Gambon en Hey Joe, a la misma hora, en el West End. El joven trabaja en el Nacional, donde "pagan mucho y exigen poco". Un cuervo grazna en la espesura. El viejo bebe té y escupe, con asco. El joven quiere estrenar la última obra del viejo, la que prohibió representar, a la Bernhard, "en este país de mierda". El joven habla y habla como si bailara, se agita, sonríe, encela, casi suplica. Le dice que es lo mejor que escribió nunca, "la única cosa pura que he tocado en muchos años". El viejo abre la boca: "Es tarde". El joven le alarga un sobre cerrado. "Hay mucho dinero en ese texto. Contiene lo que más necesitamos: lucidez, talento, coraje a la hora de decir la verdad". La enfermera morena (Anna Alarcón) quiere saber. Busca descifrar las sonrisas del elefante, su negativa a abrir el sobre o a romperlo, sus frases enigmáticas: "Pienso en francés. En francés, los pensamientos molestan menos". Su pasado. Su vida, que debió ser apasionante. Sus necesidades. Ah, están muy claras. Quiere silencio. Y whisky. Lagavulin, 16 años. Los mismos que le separan de París, donde conoció a su joven alumno, entonces apenas un crío. La enfermera morena está fascinada por el teatro. "Siempre que voy al teatro me aburro. Luego me emociono de repente. Y luego follo". Gran resumen, ninguna tontería. "¿A cuántas personas ha aburrido y emocionado usted? ¿Diez mil? ¿Cien mil? ¿Un millón?". Pregunta eso para no preguntar, directamente, a cuántas personas se ha follado el viejo. La enfermera morena, tras su aparente y fresca estupidez, será quien mejor entienda su texto, un texto sobre el suicidio: lo leerá, a escondidas, y se reirá, y pensará "de otra manera" en una amiga muerta, y volverá a reír. La enfermera morena es encantadora, implacable, ávida de sexo y dinero, profundamente superficial: puro público. Hay otra enfermera (Kristen Tinkler). Inglesa. Rubia, gordita, torpe. Toca el violín: Vivaldi. A la Duras, que tanto hablaba de la noblesse de la banalité en El camión le volverían loca esas dos enfermeras, tan bien perfiladas, con la sombra a un palmo de sus caras blanquísimas. El viejo, el gran hombre de teatro, hablará tranquilamente con la enfermera rubia. Para conseguir whisky, de entrada. Y porque ella no pretende saber nada. Y porque es extranjera. Le hablará de París. "Nuestra juventud, nuestras historias sentimentales, ya no tienen la menor importancia. Han ardido, como los coches de la banlieue". Sabremos uno de los motivos de su retiro. Se echaba en falta: nostalgia de sí mismo. El otro motivo lo conoceremos tras la última visita del joven y muy ambicioso director, cuando el corazón del viejo (y su sistema de alarma) vuelvan a acelerarse. Le sobran muy pocas cosas a este espectáculo. El redundante baile/strip de Roger Coma; la imagen final, que anticipa, fantasía o temor, su futuro. Mucho mejor el penúltimo signo: la silla vacía que vuelca de un manotazo resignado, como quien derriba una estatua interior. Pau Miró ha vuelto, sí, en espléndida forma tras el pequeño tropiezo, para mi gusto, de Balas y sombras, en el Lliure. Allí casi todo parecía impostado, ajeno: una pieza "de transición", con oficio, pero muy por debajo de su talento. Sonrisa de elefante tiene claridad y recámara, abre los poros del alma como la lluvia de madrugada empapando al Gran Jefe Indio, brazos abiertos, pecho desnudo, en su última pradera. Cuatro soberbios intérpretes, una dirección inteligente, matizadísima, y un texto bello, feroz, divertido, tristísimo. Con una gran carcajada final, como un brochazo de rojo en el blanco inmaculado, como el vuelo de un halcón rojo. Oriol Broggi dice que Sonrisa de elefante es un texto "extraordinario y necesario". Por una vez estoy completamente de acuerdo con las frases de un productor en el programa de mano. Esta obra se ha de ver en toda España, con el mismo afinadísimo cuarteto. Y traducirse. Mucho.

Sobre Sonrisa de elefante, comedia escrita y dirigida por Pau Miró y estrenada en el Grec de Barcelona
Un ensayo de la obra 'Sonrisa de elefante', de Pau Miró.
Un ensayo de la obra 'Sonrisa de elefante', de Pau Miró.

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