Maestros de sombras
Dice la leyenda que el emperador Wu (156-87 antes de Cristo), de la dinastía Han Occidental, se sumió en una profunda depresión cuando su concubina favorita, Li, cayó enferma y murió. Tan triste quedó el Hijo del cielo que perdió todo deseo de gobernar. Sus ministros estaban muy preocupados e intentaban animarle en vano. Hasta que un día encontraron la solución. Con la ayuda de un viejo sabio, crearon una figura de madera con la forma de la joven, y, efectuando movimientos delicados, proyectaron su perfil sobre una cortina, al otro lado de la cual estaba sentado el emperador. Wu, fascinado, creyó que la sombra sobre el fino tejido era el espíritu de su amada y encontró el consuelo.
En China quedan alrededor de 350 artistas de las sombras, de ellos un tercio en Shaanxi
Las marionetas son planas y están realizadas con piel curtida de asno, buey u oveja
Dos mil años después de su nacimiento, las sombras chinescas -para las que hoy se utilizan siluetas articuladas hechas con piel animal- siguen proporcionando solaz en los funerales, alegría en las bodas, y se emplean para intentar calmar a los dioses cuando se encadenan las desgracias. Porque, a pesar de la rápida transformación que ha experimentado China en las dos últimas décadas, en las zonas rurales se mantienen tradiciones y ritos centenarios.
Pero lo que no lograron destruir guerras, revoluciones y campañas maoístas de aniquilación cultural corre el riesgo de desaparecer barrido por el progreso y la ignorancia de algunos dirigentes locales.
Huaxian, un condado de la provincia de Shaanxi, en el centro de China, es la cuna de las marionetas de sombras. Y es aquí, a un centenar de kilómetros de Xian (la capital), donde, faltos de apoyo gubernamental, languidecen los últimos maestros de la luz y el silencio. Campesinos de día, artistas de noche, son un símbolo del abandono que han sufrido las zonas rurales durante el profundo cambio que ha vivido el país, y de la tremenda brecha que las separa de las ciudades.
"Los mejores artistas han ido muriendo año tras año y los jóvenes no quieren aprender", explica Pan Jingle, de 79 años, cantante y actor principal de la Troupe de Sombras Chinescas de Huaxian, la más famosa de la región y una de las mejores de China. "Yo comencé cuando tenía 13 años. Entonces los campesinos eran muy pobres, y si te dedicabas a esto podías ganar más dinero", cuenta. Sin embargo, a pesar de que ha actuado en países como Japón, Francia y Alemania y de que su voz y marionetas fueron utilizadas por Zhang Yimou en la película Huo zhe (Vivir), Pan Jingle, a quien sus amigos llaman Panzi, ha tenido que trabajar toda su vida la tierra. "Continúo cantando porque tengo salud. Mis seis hijos son varones, pero ninguno tiene buena voz. Aprendieron a fabricar marionetas, pero tuvieron que dejarlo porque no podían venderlas", dice este hombre de trato seco.
Cuando Tian Xianyan -un habitante de la aldea de Jiangtian, en el condado de Huaxian- falleció el pasado 28 de julio a los 69 años, su familia hizo lo que otras en esta zona, convocó a Ming Zhanmin (un antiguo funcionario reconvertido en maestro de ceremonias de exequias), a dos grupos de músicos, a varios artistas de ópera china de Shaanxi, y a la troupe que lidera Panzi. Había muerto el patriarca, y era el momento de honrarlo. Comenzaban tres días de lloros y sollozos, de música y banquetes, en los que uno de los momentos álgidos sería la representación de sombras chinescas en la noche del segundo día de funerales.
Jiangtian es una aldea de unos 600 habitantes, un pueblo como muchos miles en China: casas de ladrillo, calles de tierra -polvorientas los días secos, embarradas los de lluvia- y plantaciones de maíz y algodón. Sus habitantes son gente hospitalaria, generosa con lo poco que tienen. "Hemos venido a ayudar porque la muerte es el momento más importante de la vida de una persona", dice Jian Changjiang, de 40 años, amigo de la familia. "Era un buen hombre, era miembro del Partido Comunista".
La música de los instrumentos tradicionales envuelve el pueblo. El ritmo es rápido y anima a los visitantes, que, poco a poco, van llegando para despedir al viejo Tian. Un pórtico de lona de varios metros de altura da entrada al porche en el que ha sido levantado un altar con la foto del fallecido rodeada por un crespón. "Dejas un buen nombre para la eternidad". "Tus logros brillan como el sol y la luna", rezan dos inscripciones.
Sobre la mesa, arden las velas, flota el incienso y reposa la comida que van depositando los recién llegados. Tortas de maíz, platos de fruta, guisos de carne, tallarines, bollos de harina, botellas de licor de sorgo fermentado, adornos de papel, y hasta una televisión de cartón con la foto de una pareja de actores de ópera china, se van acumulando a medida que pasan las horas.
Detrás del altar hay una cortina, y detrás de ésta, una urna de metal y cristal refrigerada, con hielo. En el interior yace el cadáver. En otro lado del porche, un ataúd negro, que más parece un sarcófago, con el carácter chino shou (longevidad) en rojo, espera al día siguiente. Amigos de la familia cocinan para los invitados en el patio trasero.
Bajo el pórtico, aparece una docena de hombres y jóvenes en fila: hijos, sobrinos, parientes. Visten batas blancas y una cinta también blanca anudada alrededor de la cabeza. El color del luto. Se detienen ante el altar. Ofrecen incienso, beben alcohol en honor del padre, y queman papeles, que simbolizan el dinero que el muerto deberá llevar para pagar a los fantasmas durante su viaje al otro mundo. Siguiendo las instrucciones del maestro de ceremonias, se inclinan tres veces, se arrojan al suelo y sollozan gritando: daaaaaa (paaaaaadre). Las lágrimas corren por sus mejillas, los ojos hinchados.
A los hombres, siguen las mujeres -también de blanco-, y a éstas, de nuevo los hombres. Parecen a punto de desvanecerse. La liturgia se ha repetido durante todo el día. Una muestra de dolor y duelo que choca con la contención de sentimientos que suele presidir el comportamiento chino.
El rito de la muerte en Jiangtian es el rito de la vida. Todo el pueblo participa de la ceremonia, que al atardecer adquiere el aire de una verbena popular. Los niños juegan junto al féretro. A las seis de la tarde, ya se han congregado unas 200 personas.
Cuando el sol se acerca al horizonte, suena un traqueteo. Por el camino aparece dando tumbos un motocarro cargado de tablones, fardos y cinco hombres, alguno ya anciano. Se bajan del vehículo, cruzan el porche y entran en la casa; una vivienda modesta, de paredes olvidadas, vigas de madera y mosquiteras en las camas.
-Panzi, oí que habías muerto. Pero ya veo que estás vivo. Pensé que no podría volver a disfrutar del espectáculo de sombras chinescas nunca más, dice un vecino que supera los 80 años, sorprendido de ver al maestro.
-Tú cuídate, y podrás verme actuar muchas más veces, le responde éste, mientras recuerda a otros actores que han fallecido el último año.
Minutos más tarde, la troupe monta en una de las calles cercanas una estructura de madera que parece un palafito. La cubre con lonas, coloca un tejido blanco de unos dos metros de largo por un metro y pico de alto en el frontal, y cuelga dos altavoces de sendos árboles. El teatro de las sombras está listo. A la espera de la oscuridad.
Cuando llega la noche, la tensión en el funeral alcanza el clímax. Los músicos aceleran la cadencia, el volumen sube, las plañideras gimen aún más fuerte, y se desploman en brazos de otras mujeres. Decenas de personas lloran. Una potente catarsis. A las nueve y media, tras la cena-banquete, comienza la representación.
Panzi y su troupe han elegido para esta noche un clásico de su repertorio, que incluye más de 200 piezas. Se trata de una historia situada en la época de Los Tres Reinos (220-280 después de Cristo), en referencia a los tres Estados (Wei, Shu y Wu) en que fue dividida China tras el colapso de la dinastía Han, y que ha sido fuente de inspiración de numerosas óperas y novelas.
Los cinco miembros de la troupe se instalan en el interior de la caja de luz, de apenas seis metros cuadrados. El encargado de manejar las marionetas se sienta en un tablón detrás de la pantalla. A su izquierda -en un lateral- se coloca el cantante, que representa todos los papeles de la obra y también toca algunos instrumentos; a su derecha, el asistente, que le irá pasando las figuras, y detrás, los otros dos músicos.
Las marionetas son planas y están realizadas con piel curtida de asno, buey u oveja, que ha sido tratada hasta quedar traslúcida. Formadas normalmente por 11 partes unidas con hilos, y tres varillas que sirven para realizar los movimientos, están pintadas con colores vivos, que al recibir la luz proyectan los tonos y las sombras sobre la pantalla.
La parte más importante es la cabeza, que casi siempre es realizada de perfil, ya que de esta forma los rostros son más expresivos y pueden ser animados y accionados más fácilmente. Las características faciales son exageradas, vívidas y humorísticas.
Medio centenar de personas se ha instalado ante el pequeño teatro en taburetes que han traído de sus casas. La mayoría son personas mayores, en cuyos ojos brilla la luz suave que filtra la tela blanca. Antes había actuaciones muy a menudo, en cada boda, en cada funeral. Pero ahora, como a la gente joven no le gusta, hay pocas ocasiones de verlas. Había muchos actores muy buenos, y las representaciones duraban toda la noche, dice Qian Zhixing, un anciano de 85 años. "Me gusta sobre todo en invierno, después de medianoche".
Las sombras chinescas fueron casi la única forma de entretenimiento en muchos pueblos hasta hace dos décadas, cuando la llegada de la televisión y el desarrollo rompieron usos y costumbres. "En esta aldea había tres troupes, ahora no queda ninguna. Los jóvenes tienen sus propias ideas. Además, ya no hay jóvenes aquí, todos emigran a la ciudad", asegura Qian.
La sombra coloreada de la marioneta de una mujer realiza un movimiento exquisito con la mano. La voz atiplada, los golpes de tambor, el repiqueteo metálico, el lamento de los instrumentos de cuerda fluyen desde el escenario.
Las sombras chinescas, consideradas por algunos precursoras del cine, narran dramas, mitos, fábulas y cuentos populares protagonizados por figuras históricas y legendarias. Comparten con la ópera china el repertorio y algunas formas de actuar. Como la entrada en escena de los personajes, cuando se quedan inmovilizados con una pose rápida y ajustan sus mangas, peinado o barba con elegancia para dar tiempo a los espectadores a identificar de qué tipo de carácter se trata.
Wu Guiyu, de 79 años, está embelesada. Ha acudido con su nieto, que, sentado en su regazo, sigue atento los lances del drama, a pesar de que es medianoche y es difícil comprender las letras. "Yo vivo en otro pueblo cercano, y mi familia se ha ido. Pero me he quedado para ver la obra. Cuando conoces el argumento, es muy interesante. Yo se lo explico al niño", dice.
A las dos menos cuarto de la mañana, la troupe concluye la actuación, que ha sido seguida hasta el final por media docena de espectadores. Los artistas desmontan el teatro y cargan sus bártulos. Tras comer un potaje en el porche, se suben al motocarro y desaparecen en la noche.
Como otras expresiones culturales, las sombras chinescas fueron tachadas de arte decadente y contrarrevolucionario durante los excesos del maoísmo. Wei Jinquan, el artista que manipula las marionetas, recuerda cómo un día, durante la Revolución Cultural (1966-1976), un grupo de guardias rojos llegó a su casa para arrebatarle las figuras. "Las escondí en el tejado, pero tuve que entregarles unas cuantas. Las quemaban para hacer goma. Un día fui al basurero y vi una pila de marionetas. Llovía, y comenzaron a desteñir. El color escurría por las siluetas, y empecé a llorar".
Hoy Wei Jinquan vive de fabricar las figuras con su mujer, y de las actuaciones, por las que la troupe cobra 400 yuanes (39 euros). Su papel y el del cantante son los dos principales. En éste, Panzi se alterna con Lu Chongde, su discípulo, de 63 años.
Lu, un hombre delgado, apuesto, que parece mucho más joven de lo que es, estaba destinado a ser artista. Pero los avatares de la historia china le trazaron un duro camino. "Mi familia era propietaria de tierras. Pero, cuando llegaron los comunistas, todas nuestras propiedades fueron confiscadas. No teníamos ni donde dormir. Comencé a tocar el yueqin
[una especie de guitarra de cuatro cuerdas] por la noche en la escuela. Yo quería ser artista, pero mi padre no estaba de acuerdo", explica en su casa, en Lujiayuan, una aldea entre colinas, a 25 kilómetros de Jiangtian.
Lu lleva una camiseta llena de agujeros, y asegura que, a pesar de que el grupo ha actuado en varios países -y muestra una foto en la que posa ante la torre Eiffel-, sólo puede pensar en ganarse la vida como campesino. En China quedan alrededor de 350 artistas de las sombras, de ellos, un tercio en Shaanxi.
"Necesitamos desde hace años dinero para comprar un proyector para subtitular las óperas, y que los espectadores puedan seguir la historia. Pero no tenemos dinero. A pesar de que las sombras chinescas han sido calificadas como herencia cultural, las autoridades locales no nos dan ninguna ayuda. Al responsable del centro cultural de Huaxian no le gustan, y llegó incluso a decir: "Dejemos que mueran por sí mismas". Si tuviéramos dinero, podríamos renovar el programa para atraer a los jóvenes, y enseñarles a fabricar las marionetas. De lo contrario, el día que la gente mayor como yo muramos, este arte se habrá acabado".
Tian Xianyan sí amaba las sombras chinescas, como las aman los habitantes de Jiangtian. Por eso, cuando falleció, sus siete hijos incluyeron la actuación en el funeral, en el que se han gastado 7.000 yuanes (690 euros), cuando los ingresos medios por cabeza en esta zona, según un vecino, son de unos 1.000 yuanes al año. "Hemos organizado todo esto por respeto a mi padre", dice Tian Wangxia, de 49 años, la mayor de los hermanos. Varios días después, la troupe ha sido invitada a otra aldea para intentar apaciguar a los dioses, porque en el último año han muerto en accidentes cuatro jóvenes que emigraron a la ciudad.
A las once de la mañana del domingo, el tercer día de las exequias, el cortejo fúnebre sale de la casa de los Tian al son de trompetas y platillos. El sarcófago con el cuerpo ha sido introducido en un palanquín de terciopelo con cabeza y cola de dragón. Una larga fila de gente vestida de blanco forma la comitiva. A los 10 minutos, entra en un maizal, propiedad de la familia. El motocarro se abre paso entre las plantas, hasta que llega junto a un nicho excavado en el suelo. Tras introducir el ataúd, los hijos se arrojan en lágrimas uno tras otro para dar su último adiós. Y las paladas de tierra comienzan a caer.
De vuelta en la casa, los invitados disfrutan del último y mejor banquete. Un par de horas después, sólo queda en el porche la foto de Tian Xianyan sobre una pequeña mesa, con unas varillas de incienso y varias ofrendas. Todos los invitados han partido. Y el canto, los tañidos y las sombras de los héroes de Los tres reinos son sólo un recuerdo. "Los artistas estamos dentro del escenario cantando, riendo, llorando, tocando los instrumentos, manejando las marionetas; y los espectadores, a los que no vemos, nos siguen", dice Lu Chongde. "Nosotros somos unos lunáticos. Ellos están locos".
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