Ateos 'fuera del armario'
En referencia al texto titulado Ateos invisibles, publicado en EL PAÍS el pasado 7 de agosto, quisiera expresar mi disconformidad con parte de su contenido. Cuenta Daniel Broncano que los ateos somos imperceptibles y desorganizados, y que no nos creemos lo del Estado laico.
Razones tenemos para no creer en casi nada, por supuesto; pero, desde una posición reflexiva que niega dioses, almas y demás causas sobrenaturales, me aventuraría a decir que la coherencia de toda democracia exige que el proceso hacia el laicismo se complete, que las iglesias queden por fin desligadas del ejercicio del poder público, y que se limiten al espacio que les corresponde en virtud de la libertad de conciencia y de expresión.
Es verdad eso de que los ateos somos un desastre. Cierto espíritu hedonista nos induce a disfrutar de la vida y a afirmar nuestro individualismo. Sin embargo, ello no impide que el movimiento ateo organizado, con varios años de experiencia en otros países, comience a tomar forma en el mundo hispanohablante. Existen más de un centenar de asociaciones ateas, agnósticas, librepensadoras, racionalistas... Sus integrantes abogan por el ejercicio de la crítica y del análisis social, y por la defensa de las libertades civiles. Exigen una racionalidad en la política y en la educación. Como si de una utopía se tratara, pretenden que los fabricantes de sueños dejen de influir en las decisiones públicas -y, finalmente, en las conciencias individuales-. Que se anulen concordatos ilegales, y que se termine con privilegios y financiaciones injustas. Que la vida pública y las creencias y convicciones privadas no se entremezclen. En suma, que la discriminación sea un delito, y no una práctica aceptada.
Los ateos ya no somos invisibles. Durante siglos, la filosofía idealista y el cristianismo triunfante destinaron al ateísmo a atravesar la historia como un río subterráneo. La censura, la persecución y la mentira obligaron a incrédulos y racionalistas a un cauto silencio.
Pero ahora algunos hemos decidido salir del armario, asociarnos, levantar la voz, decir que aquí estamos y que tenemos bastante que decir.
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