Que viva España
El fondista del pueblo madrileño de Valdemoro logra en los 5.000 metros el tercer oro para el equipo español
Manolo Escobar, su pasodoble, y un atleta de Valdemoro. Un día para cantar en Gotemburgo "que viva España" sin que le tomen a uno por patriotero, nacionalista o abanderado. Y eso porque el fondista que se impuso en el 5.000, la última gran carrera del Europeo, la más hermosa, dura y disputada también, se llama Jesús España. De Valdemoro (Madrid), ciudad que ya dejará de ser conocida sólo por su prisión. 28 años. De la generación de Juan Carlos Higuero y Pablo Villalobos, sus colegas desde juvenil. Sus compañeros en la pista del estadio Ullevi. Y, uno de ellos, el burgalés Higuero, acompañante también en el podio. Por tercer Campeonato de Europa consecutivo, el 5.000 fue casi un monopolio español: Isaac Viciosa y Manuel Pancorbo fueron oro y plata en Budapest 98; Alberto García, oro en Múnich 2002; Jesús España y Juan Carlos Higuero, oro y bronce en 2006; y antes que ellos, en 1994, en Helsinki, Abel Antón, el soriano que luego reinaría en el maratón mundial, fue bronce en los 5.000.
Y si a eso se añade que la gran Marta Domínguez está acampada en el podio europeo y mundial del 5.000 desde 1998, nadie dudará que la distancia de las 12 vueltas y media a la pista, la distancia de fondo en la que más entra en juego el factor táctico, es la que mejor le sienta al atletismo español. Lo cual, en todo caso, dificultó aún más la tarea de España, menuda responsabilidad sobre sus magras espaldas. Pero a España, tan frágil de huesos como duro de cabeza, no le tembló el pulso. "Ya era hora", dijo el de Valdemoro. "Ya era hora de que las lesiones me dejaran un hueco para la gloria. Soy frágil de huesos, piso demasiado de punta, lo que me da más eficiencia, pero también más riesgo de fracturas, y me paso los inviernos más entrenando en piscinas o en bicicleta, y más pendiente de analíticas, de medir el calcio en sangre, de estudiar zapatillas con el biomecánico, que sobre la pista".
Pero una vez puesto sobre la pista, supo inmediatamente lo que tenía que hacer. Sabía que el peligro se llamaba Alistair Cragg, el irlandés que maravilló y enmudeció a Reyes Estévez el año pasado en los 3.000 del Europeo en pista cubierta de Madrid. "Y sabía que poco después del dos mil cambiaría rápido. Y yo me tendría que ir con él", dice España. Y aunque abandonó su posición cómoda en la cola cuando llegó el momento que él pensó decisivo, Cragg no se movió. "Pasaban las vueltas y no salía". España, tranquilo, concentrado, delante. Higuero, el habitual yo-yo, de atrás adelante y vuelta a empezar, por dentro y por fuera. Villalobos, controlando el gasto en una carrera que empezó bastante rápida (2.41m el primer mil), y que después se puso lenta (3.04m el segundo mil). Y por fin, en el 3.600, nueve vueltas, Cragg exhibió su brutal cambio de ritmo. Y España, que lo esperaba, con facilidad se fue con él. "Pero yo no sabía que estaba lesionado", explica España. Y cuando 300 metros más adelante, en la curva de la jabalina, el irlandés, sorprendentemente se lleva la mano al muslo, se para y se sale de la pista, España se sintió solo, perdido, en tierra de nadie. "Y despistado. No sabía qué hacer. No podía seguir solo, tan lejos de la meta. No podía parar. Menos mal que llegó Mo [el británico Mohamed Farah, entrenado por Craig Mottram] y se puso delante. Y yo, tranquilo, a rueda de él". La carrera está rota. Higuero aguanta como puede al trío que manda: Farah, el turco Akkas, España. En la campana ataca Akkas. España, que aparenta ir sobrado, le coge con facilidad. En la contrameta es el inglés quien lanza su ataque. España tras él. La curva. Esperando, esperando. "Confiaba en mi final. Sabía que era más rápido", dijo. "Pero no me fiaba del todo".
Higuero está lejos, perdido aparentemente. Akkas no resiste. España empieza a acelerar. La última recta. 100 metros. "Sufrí, sufrí", dice España. "No tuve el final explosivo de otras veces. Quizás había cambiado demasiadas veces de ritmo. Le iba cogiendo pero sólo centímetro a centímetro. Sabía que le iba a adelantar, pero no sabía si tendría espacio en la recta". Fue un codo a codo único, el mejor del Europeo. El mejor final. La mejor final. Farah cedió. España gritó, voceó su alegría. Y por detrás, Higuero, muerto como estaba, aún tuvo fuerzas para hacer "los 50 últimos metros más rápidos", de su vida y, agónicamente, metió el pecho por delante del turco. Bronce en el último suspiro.
Y esta bonita historia tiene su moraleja, que la dice España, sin ritmo de pasodoble ni nada: "Todos los atletas triunfan a base de trabajo. Quien no le dé duro, no consigue nada y el que se entrena con ganas y dedicación al final lo consigue".
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