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Columna
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Ejecuciones en la tapia

Un amable guarda del cementerio de Nuestra Señora de la Almudena -y el virginal nombre del cementerio parece indicar que se trata de uno de los cementerios cristianos de la Villa y Corte- me suministra, a dos pasos del crematorio, un plano con todas sus tapias de este recinto alegre como la vida misma. Y de paso diré para esas personas que dejan para el último momento el deber de honrar a los muertos antes de la incineración con unas dalias que el puesto de Flores Estrella, instalado exactamente en frente del cementerio civil de la avenida de Daroca, está cerrado por vacaciones entre el 7 y el 27 de agosto. Perdonen las molestias y si necesitan un ramito de flores -que el cielo laico de Epicuro donde se ejerce el humor negro no lo quiera- recurran a la competencia que les atenderá encantada.

Ya en su día Mecano, una de las bandas madrileñas que han hecho historia, cantó aquella canción de No es serio este cementerio. Mecano decía que el cementerio no era serio porque el trío que formaba esta banda -los hermanos José María, Nacho Cano y Ana Torroja, que sigue su carrera en solitario- eran entonces jovencísimos y, por tanto, inmortales. Y, cuando uno está seguro de que no va a morirse, el cementerio es un lugar que sólo se puede tomar a broma como se lo tomaba en Los muertos, las muertas y otras fantasmagorías -uno de los libros que he leído con mayor placer en mi vida- el genial madrileño Ramón Gómez de la Serna. Pero como los buenos letristas -y las letras de Mecano lograron muchos aciertos- dicen incluso más de lo que se proponen nada es más cierto que al cementerio de Nuestra Señora de la Almudena, un recinto esencialmente público, le ha faltado hasta la más elemental seriedad profesional porque, durante décadas, sólo ha acogido a personas bendecidas por la Iglesia católica.

Las personas no gratas a la Iglesia católica y a los Gobiernos regidos por la derecha -políticos de izquierda, ateos confesos, que no estaban dispuestos a hablarse con los cristianos ni después de muertos, suicidas que, por la osadía de quitarse la vida, se habían ido directamente al infierno y gente que gozaba de la buena salud de militar en el laicismo- fueron enterradas en el cementerio civil, una denominación que, en una sociedad tan religiosa como la nuestra, casi suena a denigratoria. Estas divisiones de cementerio religioso y cementerio civil se corresponden con la tristemente trágica división de las dos Españas y revelan que, para no pocos cristianos dogmáticos, la condición religiosa del sujeto es el aspecto más importante de la persona y la condición civil casi una lacra de la naturaleza que no lograría extirpar ni la milagrosa empresa quirúrgica Corporación Dermoestética.

El plano del cementerio de Nuestra Señora de la Almudena -un nombre que me gusta decir en voz alta porque rima con magdalena y las magdalenas proustianas de Alcorcón tienen mucho éxito en una panadería que frecuento- está coeditado por el Ayuntamiento de Madrid y la Empresa Mixta de Servicios Funerarios de Madrid SA. Entre los 10 monumentos que destaca el plano aparecen los dedicados al alcalde Alberto Aguilera, al alcalde Enrique Tierno Galván, a los Caídos de la División Azul y a las Trece Rosas. Con este nombre de las Trece Rosas son designadas las 13 mujeres republicanas ejecutadas el 5 de agosto de 1939 en la tapia de este cementerio también llamado del Este. En la tapia del cementerio de la Almudena, la Fundación Trece Rosas ha rendido, en el aniversario de las ejecuciones, un homenaje dedicado a la memoria de las Trece Rosas. Siete de estas trece mujeres eran menores de edad. Pero el Régimen nacido de la Guerra Civil, que se especializó en perpetrar los más atroces crímenes y en pervertir hasta la más extrema vileza el Estado, ¿podía reparar en una fruslería de tan mínima importancia jurídica como la edad a la hora de dictar la más injusta y atroz sentencia? Se han cumplido, pues, 67 años de aquellas ejecuciones a las que hay que sumar las ejecuciones, aquel mismo día, de 43 hombres. En una carta dirigida a su madre, Julia Conesa, una de las mujeres fusiladas, decía: "Que mi nombre no se borre de la historia". Ahora es también noticia que Emilio Martínez-Lázaro lleva al cine, con guión de Ignacio Martínez de Pisón, la historia de las Trece Rosas.

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