Ancianas de armas tomar
Tres mujeres luchan con medios precarios para detener las llamas en Suarriba, una aldea de la Costa da Morte
A Cándida Outes, de 65 años, le faltan casi todos los dientes pero le sobra energía. Tanta, que sus vecinos han de detenerla casi a la fuerza para evitar que se lance al monte a merendarse las llamas. Asida a una rama de roble que maneja con pasmosa facilidad, Cándida está enfadada. Quiere impedir a toda costa que el fuego cruce el camino y llegue, montaña abajo, a la aldea de Suarriba, en Fisterra: "Hay que ir a por él", grita mientras los demás trasladan a duras penas una manguera de plástico que pierde agua por doquier.
El fuego llegó a Fisterra hace dos días, pero ayer, con el viento como poderoso aliado, se hizo más vivo y presente. Lo mismo que en otras localidades de la Costa da Morte. Cuatro años después del accidente del Prestige, que llenó el mar de chapapote, esta zona del extremo occidental de Galicia ha vuelto a recibir la visita de la desgracia. Esta vez el enemigo no ha llegado por mar, sino por tierra.
"Estamos fuertes porque somos de campo. Los viejos de ciudad sólo juegan al bingo, y así están", dice Josefa
El fuerte temperamento de Cándida, soltera y sin compromiso aparente, contrasta con el de su hermana Josefa, de 62 años. Casada y con dos hijos, luce un pañuelo negro sobre la cabeza, mascarilla de protección y dos ojos grises, casi transparentes. Josefa es otra de esas mujeres que sobreviven en las aldeas gallegas y que son incapaces de darse un respiro. Y mucho menos de jubilarse. A sus 62 años cultiva patatas, verduras y maíz como el primer día. "Estamos fuertes porque somos de campo. Los viejos de ciudad sólo se dedican a jugar al bingo, y así están", dice esta mujer, que aún tiene ganas de sonreír tras dos días de trabajo y tensión.
Maruja Domínguez, que ha vivido toda su vida en Suarriba y que, como Cándida, es soltera, también ha trabajado duro. El jueves estuvo dando ramazos en el sotobosque desde el alba hasta la hora de comer. Por la tarde regresó y se fue a dormir pasadas las dos de la madrugada. Y ayer, vuelta a empezar con los primeros rayos del sol. Maruja recuerda que "hace ya mucho tiempo" su familia tuvo que dormir en el monte por culpa de otro incendio. Pero insiste en que lo que ocurre estos días en Galicia no tiene parangón.
Pese a su enorme fuerza de voluntad, ni estas tres mujeres ni los vecinos que están con ellas disponen de medios suficientes para atajar el fuego. El objetivo está claro: que en ningún caso las llamas traspasen "la carretera", convertida en una improvisada línea Maginot. "Si la pasa, estamos perdidos", insiste Maruja. Pero las ramas de roble y las mangueras medio rotas son herramientas precarias. Además, los vehículos cisterna que utilizan pierden agua y los bomberos apenas hacen acto de presencia.
Más allá del fuego, a las incansables Cándida, Josefa y Maruja sólo les preocupa una cosa: un vecino de Suarriba se casa hoy en una iglesia de Fisterra y, con el cirio que tienen montado a las puertas de su casa, no saben si podrán asistir a la ceremonia.
El fuego no sólo se cebó en Fisterra. En otros seis municipios de la Costa da Morte -Camariñas, Cée, Vimianzo, Muxía, Malpica y Monteceso- se declararon numerosos incendios. En la aldea de Lamastredo, en el concejo de Camariñas, las llamas se quedaron a escasos metros de una casa habitada. A María Lema -"la señora María", para los vecinos- la llevaron a lugar seguro después de mucho discutir. Sin poder hacer nada para luchar contra el fuego, el empeño de esta anciana era otro: no quería abandonar su hogar. Ni siquiera por unos minutos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.