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Carta abierta a López Obrador

Jorge Volpi

Señor Andrés Manuel López Obrador:

Como otros casi quince millones de ciudadanos mexicanos, yo voté por usted en las pasadas elecciones para la presidencia de la República. Aunque en estos momentos de polarización ya no parecen importar los motivos que llevaron a elegir entre usted y el candidato del Partido de Acción Nacional, quisiera exponerle los argumentos que decidieron mi sufragio (los mismos que he tenido que defender, una y otra vez, frente a buena parte de mis amigos).

La primera razón fue que, si bien muchas de sus propuestas no me convencían, debido a su naturaleza abstracta o su ambigüedad -por no referirme a su desenvolvimiento público, marcado por cierto dogmatismo-, estaba convencido de que su diagnóstico sobre la situación de nuestro país era correcto: tras siete décadas de gobiernos autoritarios y seis años de fallida transición a la democracia, la situación económica de la mayor parte de la población permanece atascada y, mientras unos pocos se han beneficiado de las políticas neoliberales y el crecimiento macroeconómico, cuarenta millones de mexicanos siguen en la pobreza. El solo hecho de que el diez por ciento de la población concentre más del cuarenta por ciento de la riqueza me hacía imposible votar por Felipe Calderón, quien no se cansó de celebrar los avances de los últimos años, nunca se identificó con los pobres y siempre se plegó a los dictados de los grupos más conservadores (su apoyo a la Ley Televisa es el mejor ejemplo).

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En segundo lugar, voté por usted para demostrar mi repudio hacia los ardides judiciales y la campaña negativa desatados en contra suya por el PAN. En su momento fui un ardoroso enemigo del desafuero y, cuando Manuel Espino y los suyos se dieron cuenta de que la única forma que el PAN tenía de ganar era creando una epidemia de miedo, mostré mi desprecio hacia esta táctica (aunque sin sugerir que debiese ser censurada, pues en mi opinión debía prevalecer la libertad de expresión).

Tras conocer los resultados de las elecciones, sin embargo, resulta necesario constatar que la campaña del miedo fue sumamente efectiva. Grandes franjas de la población, en especial en el norte del país, se convencieron de que usted era un peligro para México. Durante las semanas previas al 2 de julio escuché los mismos rumores: que usted era un populista semejante a Hugo Chávez, que usted quebrantaría la estabilidad económica, que usted nos llevaría a la anarquía, que usted nos haría retroceder al echeverrismo, incluso que usted establecería un régimen comunista. Semejantes disparates, justificados incluso por prominentes intelectuales, contribuyeron a crear un clima de desconfianza.

Los jerarcas del PAN empezaron a jugar con fuego, y buena parte de la culpa de lo que sucede ahora es de ellos, al impulsar el temor y el odio. A estas alturas, Felipe Calderón debería lamentar que su triunfo no se haya debido a sus propuestas o su carisma, sino a esta burda estrategia que tanto daño nos ha hecho. Insisto, señor López Obrador: si voté por usted fue, en buena medida, para desmentir a quienes lo acusaban de ser un dictador.

Dicho esto, también es justo señalar que, por más sucia y despreciable que haya sido la campaña panista -similar, por otro lado, a las empleadas en otras democracias del mundo-, no hubiese sido tan eficaz de no ser por los gigantescos errores cometidos por usted y sus asesores. Justo cuando la estrategia del miedo se hallaba en su apogeo, usted no sólo no supo reaccionar ante ella -hubiese sido fácil demostrar que el verdadero peligro para México provenía de las facciones más retrógradas del país-, sino que, dominado por la soberbia, no asistió al primer debate, desapareció durante semanas de los medios, se enfrentó a numerosos grupos y se conformó con desestimar las encuestas. Cuando por fin reaccionó, fue demasiado tarde.

En este momento no es posible afirmar que usted perdió las elecciones -le corresponderá definirlo al Tribunal Federal Electoral-, pero sí que en esas semanas de pasmo y arrogancia usted mismo minó el éxito de su candidatura. Es su deber reconocerlo: su campaña fue un fracaso. Y debido a ello nos encontramos ante el aparente triunfo de Felipe Calderón por menos de un punto porcentual.

Es natural que usted cuestione la elección. Para ello, la ley marca los pasos a seguir. Su protesta es legítima y necesaria. En cambio, usted no puede poner en duda la validez de toda la elección. Si hubo irregularidades, le corresponde probarlas. Su idea de llevar a cabo un recuento "voto por voto, casilla por casilla" también me pareció prudente dado el escaso margen de triunfo, pero, otra vez, el Tribunal decidió que sólo debería recontarse el nueve por ciento de los votos, y esa decisión hay que respetarla.

La movilización que usted fomenta, y en especial los llamados a la "resistencia civil", sólo sirven para encender los ánimos y enrarecer aún más nuestro clima político. El PAN ya jugó con fuego al atizar el odio y la desconfianza, y usted no debe seguir el mismo camino. Resulta inadmisible su insinuación de que, dado el caso, podría repudiar las resoluciones del Tribunal. Basta ya, señor López Obrador, de tanta irresponsabilidad.

Tal vez consiga movilizar a miles de personas y perturbar la vida cotidiana de muchísimos ciudadanos de la ciudad de México, pero buena parte de los millones de ciudadanos que sufragamos por usted lo hicimos convencidos de que no era un peligro para México. No ceda ante la injusticia, pero tampoco ponga en riesgo nuestra democracia. Aún queda mucho por hacer. Si al final el Tribunal le diese la razón y usted se convirtiera en el nuevo presidente de México, lo que menos necesita es una nación dividida y enconada; si el Tribunal anulase las elecciones, usted necesita demostrar su apego a la ley y a las instituciones para tener alguna posibilidad de triunfo; y si se confirma la victoria de Felipe Calderón, México lo necesita a usted como un sólido, responsable y prudente líder de la oposición. Millones de ciudadanos esperamos que no continúe defraudándonos.

Jorge Volpi es escritor mexicano.

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