Quemando asfalto con Estopa
68 actuaciones llevan este verano al dúo por toda España con su espectáculo de rumba-rock y simpatía. Son de los que más cobran, pero, como ellos mismos cantan, tienen los pies en el subsuelo.
Si quieres que te diga la verdad, no tengo ni idea del dinero que tenemos. De eso se ocupa nuestro padre, que está todo el día blá-blá-blá con el tema y de vez en cuando se le escapan palabras raras como Euríbor". Quien dice esto es José Muñoz (Cornellà, 1979), que con su hermano David (Cornellà, 1976) forma las dos caras de una moneda de oro llamada Estopa, hoy por hoy uno de los grupos punteros en el convulso panorama de la música pop española.
Este verano, por una cantidad que va de los 50.000 a los 60.000 euros, se les puede contratar para que amenicen las fiestas o las noches de cualquier localidad española. Sus conciertos son un valor seguro, aunque su comportamiento en gira queda muy lejos del glamour y el supuesto vicio que se le atribuye a las estrellas de pop. Lo suyo es de una ética del trabajo que satisfaría plenamente a los nostálgicos del comunismo soviético. "Es que nosotros hemos currao de lo lindo en una fábrica antes de dedicarnos a esto", confiesa David. Y explica a continuación: "Se nos caería la cara de vergüenza si saliéramos a actuar sin estar en plenitud de facultades. El público que ha pagado una pasta por vernos no se lo merece".
En tandas de tres actuaciones seguidas -"hemos prohibido a la oficina que nos ponga cuatro, porque a la mañana siguiente de la cuarta te levantas hecho mierda"-, el grupo devora kilómetros en transportes separados. Una furgoneta lleva a los músicos, mientras que un cómodo monovolumen transporta a los dos hermanos, el roadmanager Tito Heredia, Mari Paz, esposa de David, y Pablo Muñoz, el padre de los hermanos y cuya labor estriba en cuidar hasta el último detalle para que sus retoños hagan sus actuaciones a gusto. La cosa queda en familia, como pasa con los Soprano o los Aragón.
Tremendamente dormilones, José y David apuran hasta 11 horas de sueño antes de bajar a desayunar colacaos y donuts, mientras se interesan por leer en la prensa las críticas sobre su concierto del día anterior. El pasado viernes actuaron en Málaga y al día siguiente en Roquetas de Mar (Almería), y ayer en Pinoso (Alicante). En las tres poblaciones, a razón de 10.000 espectadores por velada, el grupo descarga sus grandes éxitos, incluidos los temas de su cuarto disco, Voces de Ultrarumba, álbum que, con la que está cayendo en el negocio discográfico, ha vendido ya más de 350.000 unidades.
Los viajes del grupo son de lo más relajado. No hay música -ni estridente, ni de la otra-, apenas se fuma -sólo tabaco- y ambos hermanos, como si fueran sendos dibujos animados, cantan canciones que sólo ellos conocen, se gastan bromas que uno empieza y el otro continúa y llaman por teléfono a la mama, que, según David, "de joven era igualita que Concha García- Campoy".
En Málaga han comido en casa de los padres del roadmanager -más rollito familiar que ellos llevan estupendamente-, mientras que en Almería el convoy se detiene en Casa Puga, local histórico de la ciudad en el que la clientela se apresta para hacerse la correspondiente foto con José y David. Los hermanos Muñoz aceptan de buen grado y con la mejor de sus sonrisas, pese a que la gente se toma con ellos todo tipo de confianzas.
Cuenta David: "Siempre nos dicen '¡Qué grasiosos sois!'. ¿Por qué nos dirán eso? ¿Crees que somos grasiosos como los humoristas? A veces nos obligan a cruzar la calle para saludarles o firmarles un autógrafo. Nosotros lo hacemos, porque muchas veces es mejor que decirles que no, que crucen la calle ellos". Su target se compone fundamentalmente por chavalería de todas las edades. La pareja, por su parte, ha acordado atender al personal con amabilidad justo hasta que empiezan a comer, para no tener que firmar mientras con la otra mano sujetan la sardina. Sólo se mosquean cuando el personal, sin consultarles, saca el móvil y se pone a hacerles fotos impunemente. "Es cuestión de educación. Preguntar no cuesta nada", dice David. Mari Paz, la mujer de éste, se mantiene siempre en un prudente segundo plano y pide que se hable de ella lo menos posible. Además, ya ha habido más de un periodista que, insatisfecho con lo que ya todo el mundo conoce de Estopa, ha intentado entrar a la pareja para que revele temas íntimos. David se pone rápidamente en guardia: "¿Qué cojones le importará a la gente mi vida privada? Ésa es una puerta peligrosa que, una vez que se abre...".
Por lo demás, ni David, ni José eluden contestar a preguntas de cualquier tipo. Por ejemplo, a la de "¿Sois ricos?" responden: "Somos afortunados". Cuando se les explica que no estamos hablando de suerte, ellos aclaran: "No, no, hablamos de fortunas". David cuenta que "cada uno tenemos tres casas: una en Madrid, porque siempre tenemos que hacer cosas allí; otra en Cornellà, que es donde vivimos, y otra en Cunit, que es donde mis padres han tenido siempre el apartamento de la playa. Todas las casas están siempre una al lado de la otra, porque todo lo hacemos por duplicado".
La siesta antes del trabajo es sagrada y a eso de las siete se preparan para acudir al recinto de la actuación. A veces prueban sonido y otras su veterano técnico, Virgilio, lo tiene todo preparado para que ellos lleguen a mesa puesta. Ellos se dejan caer por allí, sin embargo, unas tres horas antes del inicio de la actuación y hacen vida de camerino: vacilan con técnicos y músicos, trasiegan algunas cervecitas -nunca muchas- y, siempre en un despiste paterno, aprovechan para hacer buenos los versos que ellos mismos escribieron: "Anda, dame que fume porque me siento solo. Dame de fumar porque no quiero estar triste". Calada a calada, caen anécdotas, como la de que su bar en Cornellà, La Española, está frente a una comisaría y a David le invitaban de joven a que hiciera figuración en ruedas de identificación de sospechosos: "En muchas actuaciones aparecen maderos que estuvieron destinados allí". De repente, las luces del exterior se apagan, las del escenario se encienden y el dúo se dispone a actuar, no sin antes pronunciar su frase-amuleto: "A disfrutar". Mientras, por dentro otra pregunta, que se han hecho desde siempre, se abre paso: "¿Cuánto tiempo más nos durará la suerte de poder hacer esto?".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.