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Reportaje:POSTALES DE VERANO | Vilafranca

A un olmo muerto

Antes los olmos morían poéticamente, hendidos por el rayo, pero ya no es el caso. Ahora estos gigantes, que buscan las tierras húmedas y los climas templados, son abatidos por un diminuto insecto escolítido que come hojas y madera y lleva en su cuerpo adheridas las esporas del hongo de la grafiosis, ese asesino que amenaza desde principios de los años ochenta las olmedas peninsulares.

El hongo tapona los vasos conductores de savia y el olmo va tomando un color hepático, le caen las hojas, se le secan las ramas y en pocos meses muere. Sólo queda su esqueleto, y a veces aquellos a quienes este árbol cobijó con su sombra lo mantienen como un resquicio supersticioso de arqueología vegetal.

La arquitectura de Els Ports es la historia de la lucha del hombre contra lo telúrico

En las afueras de Vilafranca, ante la fachada de la ermita del Llosar, hay uno de estos cadáveres mudos, un tronco prodigioso con tres ramas truncadas que aún conserva las cicatrices de la inútil ortopedia con que se intentó combatir su mortal enfermedad. Ese tronco pelado, ese desnudo esquelético, evoca a un gigante que subió al cielo por encima de cualquier arquitectura humana, como señalando un itinerario espiritual alternativo al de los oficios ermitaños. Hoy sólo es un pedazo de madera muerta, aunque los que se acercan hasta aquí para contemplarlo parecen evocar los anhelos que conjuró Antonio Machado (A un olmo seco) y diríase que con él esperan "también hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera".

En realidad, en este país litógeno de Els Ports hay poco margen para los milagros. Uno puede acercarse, eso sí, a la ermita del Llosar a mantener su alma fresca en una tarde bochornosa. Allí encontrará a una madre de Dios de dulzura muy pétrea, casi granítica (no en vano la encontraron entre losas), custodiada por dos columnas de mármol de Carrara cuyas volutas laterales el restaurador cubrió en 1983 con spray de purpurina, ya que no disponía de pan de oro.

Distinguir a los dioses falsos de los verdaderos es un juego que en esta ermita requiere dar la vuelta al retablo, puesto que unas escaleras en su parte trasera conducen a un pedazo de la imagen original (la delantera sólo es una réplica), que fue defenestrada sin contemplaciones durante la guerra.

Si las piedras y los árboles hablaran desmitificarían sin duda los torpes fanatismos de los humanos. Pero en Vilafranca hay pocas ocasiones para la metafísica, y muchas, en cambio, para una fisicidad muy a ras de tierra. Este es un país que ha amontonado las piedras generación tras generación, construyendo márgenes, casetas y toda clase de edificios. La arquitectura de Els Ports, especialmente notable en Vilafranca, es la historia de la lucha del hombre contra lo telúrico. Y ¿hay algo más antimetafísico que una piedra?

Como no hay espiritualidad sin calorías, hay que acercarse a la trascendencia a través del menú. El 8 de septiembre, singularmente, los vilafranquinos se reúnen junto a su olmo para festejar a la patrona con pastissets de carabassa y vino moscatel. Celebran así a una virgen sagrada y a un árbol pagano, puesto que estar a bien con Dios y con el Demonio es la única opción realmente sensata.

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