Horacio en El Prat
Ha llegado por fin el día señalado, el inicio del mes lento y augusto y fenomenológico, el momento de abrir el gran paréntesis, olvidarnos por un tiempo de todo y bajar la persiana y poner, si es posible, tierra por medio entre nuestros asuntos (casi siempre enojosos) y el presente. Estamos en agosto. Los políticos toman sus merecidas vacaciones y, de pronto, nosotros respiramos aunque no nos tomemos vacaciones. Estamos en agosto. Si los incendios forestales y otras inflamaciones y catástrofes aceptan respetarnos a lo largo del mes que comienza, las próximas semanas podrían ser dichosas. Así sea.
Es el momento entonces, ahora mismo, de dejar para el día de mañana, para el mes de mañana, para el próximo curso que empezará en septiembre, la mecánica del proceso de paz, la construcción de mesas y mesillas de partidos, los diálogos sin exclusiones y los contactos bilaterales y multilaterales y a tres bandas que semejan partidas de billar. Es el momento de huir de la eficacia y caer en brazos de la lentitud después de doce meses vertiginosos, con José Luis Rodríguez Zapatero enfundado en el mono de Fernando Alonso, pilotando la nave del Estado que él ha modernizado o tuneado, convirtiéndola en un monoplaza que ha dejado clavados a Rajoy e Ibarretxe y Maragall. En el retrovisor, hundidos como un áncora en el fondo intrahistórico de España, la imagen de los cargos del PP que castigan la boda homosexual oficiada por Ruiz Gallardón, cuyo único pecado fue citar durante la celebración unos versitos cursis de Gibrán teniendo a mano a Jaime Gil de Biedma, Luis Cernuda o Vicente Aleixandre, por poner tres ejemplos que son mil. Todo eso queda atrás. En el retrovisor sólo aparece un paisaje de tira de cómic, es decir, un paisaje que parece distinto cada vez y es el mismo. Estamos en agosto, ya lo saben, se nota. Hago un punto y aparte.
En el peor de los casos, agosto nos podría sorprender anclados en El Prat, castigados por el plante salvaje de los trabajadores de alguna compañía ineficiente, rehenes del turismo y sus peores dioses, atrapados en un campo de refugiados accidentales (también las guerras son accidentales, como choques de coches o trenes que se descarrilan inevitablemente, eso quieren que creamos), presos sin juicio previo cuyo único delito es querer irse. Irse, quedarse: he ahí el dilema de agosto, la cuestión capital. Conviene a los discretos quedarse en casa. Eso decía el clásico antes de que se inaugurase la terminal de El Prat. Restos de bocadillos y tiendas de campaña improvisadas y olor a sobaquina y pañales mojados en El Prat. Un momento ideal para perder los nervios, para que estalle la testosterona que presuntamente propulsaba las bielas de Floyd Landis durante el Tour de Francia o para respirar a fondo, recordar que vivimos en el mes de la calma y de la lentitud y leer los poemas, las odas y los épodos de Horacio, ese inmenso poeta bajito.
No sería un mal plan para este agosto, aunque no estemos atrapados en la sala de espera de El Prat, leer a Quinto Horacio. Vivió hace veinte siglos y es el mejor colega, tronco, amigo que uno puede tener en estos tiempos. Un tipo honesto y bueno, noble y sabio, entretenido, amable, vividor, compasivo. Estoico y epicúreo. Supo como ninguno, como nadie, disfrutar del verano (y también del invierno). Entre liberticidas y agitadores, crímenes inauditos y vilezas sin nombre fue capaz de vivir conforme con la naturaleza, de una manera honesta y razonable (es decir, muy lejos de Marbella). Su escuela es la del buen sentido o, si prefieren, la del sentido común que entonces, como ahora, escaseaba. Fue capaz de admitir sus equivocaciones y no cedió jamás a los impulsos de la intolerancia. La impiedad, observó, nos arrebata el sueño y roba la alegría. La virtud para él nunca fue un fin, sino un medio esencial para vivir felices. El único consejo que se permitió darnos a sus lectores es tan llano y modesto que cabe en dos palabras: carpe diem!. Aprisiona este día primero de agosto lo mismo que aprisionas con tus manos el periódico diario. Mañana servirá para envolver pescado (me refiero al periódico), pero hoy (hablo del día) es tu mayor tesoro. No lo cambies por nada. No dejes que lo enturbien una mala palabra, un vino acedo, una paella cruda, un camarero borde, un locutor de radio deslenguado o idiota o una rueda pinchada. "Deje de inquietarte una vida /para cuyo sustento/tan poco necesitas".
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