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Reportaje:

Geldof: Cerrado por falta de público

El cantante y filántropo no logra vender entradas para sus conciertos

Diego A. Manrique

En un momento u otro de su carrera, cualquier figura de la música tiene que enfrentarse a la evidencia de que un concierto suyo ha pinchado miserablemente. Pero pocos quedan tan en evidencia como lo ha hecho Bob Geldof en su gira italiana. Algo iba mal desde el principio: se anularon sus dos conciertos en Sicilia. El viernes llegó a la Arena Cívica de Milán, recinto para 12.000 personas, y descubrió que sólo había vendido 45 localidades (aunque se habían regalado numerosas entradas). Canceló ese show y el que quedaba en Roma, donde había 300 compradores por anticipado.

El desastre tal vez hubiera pasado inadvertido de no haber coincidido con la presentación en Milán de un peso pluma del pop británico, Robbie Williams, que convocó a 73.000 personas, poniendo en bandeja las comparaciones. No lo arregló el promotor italiano, Francesco Iacovone, que cree que fuerzas oscuras sabotearon la gira (en realidad, Internet rebosaba de ofertas de hoteles milaneses, que ofrecían tarifas especiales a los seguidores de Geldof). El precio de las entradas, 40 euros, tampoco puede considerarse disuasorio.

El artista transmite la sensación de que su faceta musical es más un 'hobby' que una dedicación plena

No van por ahí los tiros. De hecho, las críticas contra el activismo a lo Geldof ya son últimamente más que chistes y susurros.

Ocurre que su imagen benévola se ha ido enturbiando con posicionamientos políticos provocadores. Su oposición al euro y la Unión Europea le hizo compartir tribunas con personajes sospechosos. También se ha prestado a figurar como consejero de David Cameron, nuevo líder de los conservadores británicos, e incluso ha aplaudido las campañas de George W. Bush contra el sida, que desaconsejan los anticonceptivos. En estos asuntos comparte el pragmatismo de Bono, que aconseja "tratar con demonios de izquierda o de derecha para conseguir resultados".

Su último evento contra la pobreza en África, Live 8, fue un éxito de público y un prodigio logístico, pero dejó un sabor amargo. El eco de la campaña quedó acallado por las bombas de Londres, mientras muchos músicos manifestaban su disconformidad con las decisiones de Geldof. Roger Daltrey, que cantó con The Who, se indignó al saber que se montó una zona VIP para millonarios y ejecutivos de empresas; Thom Yorke, vocalista de Radiohead, se negó a acudir al entender que Live 8 -con su lema "Haz que la pobreza pase a la historia"- podía ser asimilado cínicamente por los políticos del G 8.

Mientras tanto, Geldof se ha colocado por encima y fuera del mundo de la música. Transmite hoy Bob la sensación de que su faceta musical es más un hobby que una dedicación plena: está centrado en los medios de comunicación desde hace 20 años. Tras trabajar como locutor estelar de radio, inició un par de productoras de programas de radio y televisión, que han prosperado. Sus buenas relaciones con los laboristas de Tony Blair le han facilitado incluso acceder a contratos con el Ministerio de Defensa o de Asuntos Exteriores.

Su fortuna, se justifica, le permite litigar con comodidad. Defensor de los derechos de los padres divorciados, logró la custodia de las tres hijas que tuvo con su esposa, la periodista Paula Yates, que le abandonó por Michael Hutchence, el apolíneo cantante de INXS; el juicio fue una penosa exhibición de trapos sucios. Tras las sórdidas muertes de Yates y Hutchence, no reparó en gastos para hacerse con la custodia de la hija de ambos.

También se ha enfrentado con algunos ex miembros del grupo que le dio a conocer, The Boomtown Rats, que exigen un reparto más equitativo de los derechos generados por éxitos como I don't like mondays.

Bob Geldof, antes de viajar a un recital en Edimburgo en 2005.
Bob Geldof, antes de viajar a un recital en Edimburgo en 2005.REUTERS

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