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Reportaje:EL MADRID QUE NO FUE

Un coliseo para la Puerta del Sol

Antonio Palacios proyectó en 1939 una reforma de la plaza para convertirla en sede comercial y teatro de fastos hispánicos

La ciudad de Madrid es uno de los folios sobre los que la arquitectura más borradores ha dibujado. Muy pocos de ellos consiguieron plasmarse sobre la piel capitalina, y su compendio narra el relato de un Madrid que pudo ser y no fue. Este ejercicio de arquitectura ficción despierta el interés de los eruditos desde hace tiempo. El primer libro de referencia sobre la cuestión lo publicó el Colegio de Arquitectos hace 20 años, coordinado por Alberto Humanes, con el título El Madrid no construido.

Desde el siglo XVI hasta hoy mismo, el impulso creativo de los arquitectos ha mostrado una querencia reiterada por un puñado de espacios madrileños. Hacia ellos -desde Juan de Herrera y Villanueva a Secundino Zuazo o Asís Cabrero- orientaron sus preferencias. Aunque las motivaciones invocadas para elegir esos espacios han sido bien distintas, todas tienen que ver con el poder y su expresión en el espacio: la centralidad, la convergencia de ejes reales o imaginarios en los que asentar concepciones sobre simetría, armonía, orden en definitiva. Así había sido designado el monasterio-palacio de San Lorenzo del Escorial como eje del poder imperial por Felipe II.

Dos torres de 141 metros jalonarían la plaza y albergarían los consulados americanos

Los espacios elegidos por los arquitectos para proyectar ese otro Madrid acariciaron la idea de aplicarse sobre la Castellana, el Prado, el Buen Retiro, Atocha y la Puerta del Sol. Precisamente, de los proyectos contemporáneos más curiosos destaca el ideado para este último espacio por Antonio Palacios Remilo (1874-1945). Su propósito consistía en retrazar la Puerta del Sol y su extenso contorno aledaño, verdadero laberinto urbano.

Los primeros barruntos del arquitecto gallego arrancaron en 1919 y culminaron en 1939, al finalizar la Guerra Civil. Tal trance lo pasó Palacios enclaustrado en el Madrid sitiado y bombardeado por el bando con el que simpatizaba. Algunos han asociado la grandilocuencia de su proyecto con la intensidad de la angustia vivida.

Palacios había ido absorbiendo desde décadas atrás la modernidad urbanística que llegaba a España desde Estados Unidos, con un mensaje arquitectónico promediado entre la utilidad funcional -determinada por la pujanza de la urbe comercial cosmopolita- y los requisitos de belleza ornamental heredados del neoclasicismo sajón. Estas influencias, con destellos en el rascacielos de Telefónica y en los cánones espaciales de la Ciudad Universitaria, Palacios, desde su formación y erudición clasicistas, las integró en propuestas eclécticas y, con ellas pertrechado, pasó a concebir la Puerta del Sol como un complejo áulico, residencial, comercial y urbano de fuerte presencia tectónica.

A su entramado destinaba 15.000.000 metros cúbicos de edificación. Su traza respetaría la curvatura elíptica original de su circo, con edificios macizos conectados con una línea de cornisa de 35 metros de altura.

Un sistema de marquesinas-aceras, de 1.440 metros de longitud, uniría mediante pasos elevados las entradas a la plaza de las 10 calles radiales convergentes y permitía su conversión en terrazas aéreas.

En las solemnidades, se transformarían en una tribuna abalconada para 7.000 espectadores. Los entresuelos quedarían dedicados a grandes almacenes más establecimientos comerciales; las otras plantas, a viviendas. El proyecto preveía acomodar hasta 52.000 personas entre terrazas, balconadas y suelo de la plaza, previamente vaciado el subsuelo para albergar enlaces con el ferrocarril metropolitano. Antonio Palacios quiso así convertir la Puerta del Sol en un auténtico coliseo urbano, con una gran fuente central que simbolizaría los ríos y océanos que riegan España.

Su ornamentación, de sabor escultórico, se vería jalonada por efigies y arcos triunfales. Los fronteros sobre las principales arterias que cruzan la plaza serían dedicados a los Reyes Católicos, a Carlos V y a Felipe II. La plaza quedaría jalonada por dos altísimas torres, de 141 metros cada una, que simbolizarían el Plus Ultra, lema del hispanismo más conspicuo. Albergarían los 20 consulados de las naciones iberoamericanas: toda una "sinfonía ibérica" pensada para servir a fastos en clave neoimperial.

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