Seguir pintando
La amplia trayectoria de la pintora Elizabeth Murray (Chicago, 1940), excelentemente presentada por Robert Storr, puede servirnos no sólo para relativizar para siempre el concepto de "corriente dominante", tanto dentro del modernismo como de los posmodernismos, sino para reconciliarnos con una forma de ver el arte que no sólo tiene que ver con las ideas, sino con la sensibilidad propia de quien se lo toma en serio. Elizabeth Murray ha tenido que vivir y, como ella misma dice, "absorber" muchas cosas: la gran tradición europea, las derivas de la gran abstracción americana, las de gentes como Philip Guston, las del presunto antiformalismo minimalista o conceptualista, y hasta las de la pintura de los ochenta. Lo hizo, y lo hizo bien.
ELIZABETH MURRAY
IVAM. Guillem de Castro, 118 Valencia
Hasta el 3 de septiembre
Su trabajo tiene el sentido de tratar siempre de "inventar una base para seguir pintando". En un momento dado (principios de los setenta), su pintura se hizo geométrica, pero sin elusión del gesto de la mano que pinta. A finales de esa década, en una dirección paralela a la de Frank Stella, pero sin el mismo reconocimiento, los marcos traspasaron los límites del rectángulo y se hicieron irregulares (Tig, With, 1978). Enseguida, a partir de los ochenta, hizo pinturas fragmentadas en decenas de paneles (Painters Progress, 1981). Poco más tarde introdujo el volumen en pinturas "hinchadas", en relieve (Euclid, 1989).
Su sorprendente libertad tiene que ver con su notable inteligencia, y con la serenidad con que ha sabido confrontar desde cerca, pero manteniendo la distancia correcta, lo que iba sucediendo en el arte a su alrededor. "¡La pintura está muerta!", oyó decir. "¿Ah, sí? Pues al cuerno; yo voy a pintar", respondió. Había que echarle valor, y ella lo tenía.
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