México, ¿fraude o despecho?
Lo peor que podía ocurrir ha ocurrido en México. Que se ponga en duda la limpieza del resultado electoral del pasado 2 de julio y se vuelva a hablar, como en los peores tiempos del PRI, de "fraude electoral". Hace pocos días, en estas mismas páginas, el profesor Sergio Aguayo Quezada, del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio, prestigiosa institución del Distrito Federal, recordaba la calificación de "dictadura perfecta" con la que describía Mario Vargas Llosa el sistema político mexicano hasta que el claro triunfo de Vicente Fox hace ahora seis años terminó con el monopolio del poder político ejercido por el Partido Revolucionario Institucional desde 1928. "La elección de este año", escribía Aguayo, "demostró que calificamos para la categoría de 'democracia imperfecta', con regresiones inesperadas como la reaparición del término 'fraude', vocablo que creíamos sepultado pero que reaparece gozando de cabal salud".
La negativa del candidato izquierdista y líder del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador, a aceptar la victoria de su rival derechista del Partido Acción Nacional (PAN), Felipe Calderón, proclamado vencedor por el Instituto Federal Electoral (IFE), un organismo autónomo e independiente desde 1994, por el mínimo margen de medio punto porcentual, equivalentes a 100.000 votos de un total de 42 millones depositados, sume a México en un periodo de incertidumbre e inestabilidad, que se prolongará peligrosamente hasta que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TRIFE) se pronuncie, a finales de agosto, sobre la impugnación presentada por López Obrador. Y eso, si AMLO, como se conoce al líder del PRD, se decide a aceptar la decisión final del tribunal, aunque le sea adversa, y no opta por lanzar a sus partidarios a una serie de demostraciones callejeras a la boliviana con consecuencias imprevisibles para el futuro del país.
El precedente del sospechado pucherazo del PRI en 1988, que privó de la victoria a Cuauhtemoc Cárdenas para otorgársela a Carlos Salinas de Gortari, no parece de aplicación en esta ocasión. Entonces ni existía una organización electoral autónoma y la sumisión de los medios de comunicación al poder político, salvo honrosas pero contadas excepciones, era total. Precisamente, el IFE se creó para evitar situaciones como la de 1988, y ni el organismo electoral independiente, ni los múltiples observadores extranjeros han detectado anomalías en el proceso de recuento. Por lo demás, no es infrecuente en democracia el acceso al poder con exiguas minorías. Por no hablar del famoso recuento de Florida en 2000, que dio la presidencia a George Bush frente a Al Gore por 536 votos, John F. Kennedy derrotó a Richard Nixon en 1960 por unos escasos 114.000 votos, con un censo electoral infinitamente superior al mexicano. Aunque hubieran podido crear serias dificultades a sus respectivos ganadores, Gore y Nixon aceptaron la derrota y se retiraron a sus cuarteles de invierno a la espera de mejor ocasión. El respeto a la institución presidencial y más de dos siglos de democracia pesaron en ellos más que el sentimiento de frustración por el resultado de unas elecciones que ambos creyeron haber ganado. De ahí, la importancia de la actitud inmediata que adopte López Obrador. Como señalaba el miércoles mi compañero M. Á. Bastenier, todo dependerá de si AMLO opta sólo por la batalla legal, o si, por el contrario, aspira a "la jefatura del México de los desfavorecidos", en cuyo caso la agitación social y la inestabilidad están aseguradas. Tendremos un anticipo en la manifestación anunciada para pasado mañana en la plaza de las Tres Culturas.
Sería una lástima que López Obrador se decidiera por la vía del populismo fácil, que, en ningún caso, admitiría comparación con los casos extremos venezolano o boliviano, pero que sólo serviría para retrasar la solución a los problemas acuciantes del país, entre ellos el desmantelamiento de los monopolios públicos y privados, heredados del PRI, que actúan como un lastre en el desarrollo económico mexicano y coartan la llegada de inversión extranjera productiva para México. La relegación del PRI a un tercer lugar, con apenas el 20% de los votos, consagra de hecho un bipartidismo, izquierda-derecha, perfectamente definido al estilo de la división entre demócratas y republicanos en EE UU o conservadores y laboristas en Reino Unido. La composición del Congreso, donde, por primera vez, el PAN cuenta con el mayor número de escaños en ambas Cámaras, no hace sino acentuar ese bipartidismo. Sólo falta la designación final del capitán para que comience el partido. México no se merece sólo seis años de limpieza electoral.
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