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Crónica:TOUR 2006 | Novena etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Homenaje al 'sprint'

Freire gana en Dax gracias a una llegada académica e imponente pese a no saber si había fugados delante

Carlos Arribas

En Dax, en territorio Darrigade, la recta de meta medía dos kilómetros y terminaba en un aeródromo. En Dax, en el corazón de las Landas, la autovía recta, recta, en la que se duermen los automovilistas con el piloto automático a 110 kilómetros por hora, el viento entre las dunas, los pinos frenando el avance del desierto, sólo por esos tres motivos -por André Darrigade, el rival de Miguel Poblet en los años 50, ganador de 22 etapas en el Tour; por las rectas, por el aeródromo, una invitación al pelotón a tomar los últimos kilómetros como pista de despegue para después volar- el ganador de la etapa tenía que decidirse al sprint. En un sprint único, ejemplar. Un sprint como los que le gustaban a Darrigade, sin trenes llevando en carroza a 70 por hora a la estrella, sino con ciclistas librando de igual a igual la batalla de la velocidad; la lucha por el hueco, por el espacio; la pelea por saltar en el momento exacto, ni antes, ni después; por calcular la aceleración, la fuerza; por saber dar el golpe de riñones victorioso.

Tras disculparse por su empujón sin mala idea, McEwen fue quien dijo a Freire que había ganado
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Un asunto que tenía clarísimo Darrigade, de 77 años, librero en Biarritz. "Esta mañana dije a mis colegas que en Dax ganarían McEwen o Freire, que me recuerda tanto a Poblet. Y no me equivoqué", dijo el viejo galgo de las Landas.

Un asunto que no tenía tan claro Óscar Freire, que sólo se enteró de que había ganado la etapa porque se lo dijo el segundo clasificado, Robbie McEwen, después de pedirle perdón por un empujón sin mala idea en el último golpe de riñones.

"No sabía si había ganado por dos razones", dijo el ciclista cántabro de Torrelavega tras su segunda victoria en este Tour; "la primera, porque vi que McEwen remontaba tan rápido que no sabía si al final había adelantado su tubular. Y la segunda, porque ni siquiera sabía si nos estábamos jugando la etapa porque no tenía claro si el pelotón había cogido a los fugados".

Los fugados eran tres y cayeron, como casi todos los días, a cuatro kilómetros de la llegada. Pero Freire no se enteró. "Iba un poco atrás en el pelotón", dijo un corredor reputado por sus despistes, anticipo de sus golpes geniales, como cuando ganó en Lisboa su segundo Mundial el día siguiente de perderse mientras se entrenaba; "y sólo cuando Flecha vino a buscarme para subirme a la cabeza, a falta de dos kilómetros, me metí un poco en la etapa".

Otros asuntos distintos a la bicicleta ocupan su cabeza en las horas muertas, como su inminente paternidad. Su esposa, Laura, salía ayer justamente de cuentas y... aún nada. Como para no pensar en ello. O en su futuro, en su más que probable renovación por el Rabobank. A la carrera, el tiempo justo de dedicación. El necesario. Dos minutos o así. ¿Para qué más?

Cuando su compañero Flecha, ascensorista ideal, le llevó, cortando el viento, desde el vientre del pelotón hasta la punta afilada, Freire se transformó. Desaparecieron las legañas de sus ojos soñadores, desapareció el tono mate de su mirada. Todo fue brillo, vida. El olor de la tensión le convirtió en un depredador listo para saltar sobre su pieza. "Yo nunca suelo meterme en los sprints en los que sólo se juega el tercer o el cuarto puesto", dijo; "pero, aunque no sabía si éste era uno de ésos, la tensión que vi alrededor, el trabajo de los de Boonen, del de McEwen, de los de Bennati, me contagiaron. Por eso me metí". Por eso ganó.

Ganó también porque Boonen, presionado, estresado, inseguro, agobiado, su marcador aún a cero, se precipitó. Salió de lejos, sin haber conseguido aún alcanzar su velocidad punta y chocó de frente contra el viento. Fue el perfecto lanzador para Zabel, que iba a su rueda. Y para Freire, a rueda del alemán. Y también para McEwen, a rueda de Freire. Pero fue éste el que mejor supo aprovechar las circunstancias. Su máxima especialidad: en cuatro pedaladas finales, remontar más metros que nadie. Se adelantó a Zabel, lanzó la bicicleta y esta vez ni McEwen, el máximo especialista en tales maniobras, pudo con él. Ganó como le gustaba a Darrigade, en el último metro.

Freire gana de cualquier manera y se ríe cuando se lo recuerdan. Y aclara: "Sí, quizás lo único que no puedo ganar es una etapa de montaña". O quizás nos esté engañando.

Robbie McEwen (a la derecha) carga contra Óscar Freire en la línea de meta.
Robbie McEwen (a la derecha) carga contra Óscar Freire en la línea de meta.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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