La mano de ETA
Siempre que se habla de la banda etarra, más allá de la mera información sobre los atentados o extorsiones sucedidos en un determinado momento, la referencia decisiva es a la cúpula, al cerebro de ETA, tantas veces desarticulada y, otras tantas, más o menos recompuesta a través de mecanismos resistentes a la radiación luminosa, inscritos en ese oficio de tinieblas que ha acompañado toda su trayectoria durante décadas. Ese habla de la cúpula, del cerebro, presupone la vigencia del principio de la división del trabajo, de la especialización funcional, que es el principio de la evolución mediante el cual se avanza en la dirección del progreso o de la perversidad. Así, por ejemplo, en términos del combate bélico siempre se ha distinguido entre la "clase de tropa" y el "estado mayor", entre la fuerza de choque y la dirección de las operaciones, entre los gurkas o la Legión sobre el terreno y el mando supremo a distancia.
En términos convencionales se sobrentiende que es la cúpula, el estado mayor, quien dispone lo que han de llevar a cabo los ejecutores. En otras palabras, volviendo a expresiones antropológicas, que es el cerebro quien da las órdenes que deben ejecutar nuestras extremidades, pero conviene seguir los estudios del neurólogo Frank R. Wilson de la Universidad de California en San Francisco publicados en la colección Metatemas de la editorial Tusquets bajo el título de La mano para observar cómo su uso configura el cerebro, el lenguaje y la cultura humana. Para nuestro autor, la mano constituye un verdadero milagro biomecánico resultado de la adaptación y se caracteriza además de por su articulación y su versatilidad por el papel decisivo que desempeña en nuestro aprendizaje. De modo que según demuestran recientes investigaciones en antropología, neurología, lingüística y psicología, nuestras extremidades superiores han configurado nuestro desarrollo cognitivo, emocional, lingüístico y psicológico como especie diferenciada.
Wilson se plantea cómo los cambios estructurales de la mano propiciaron la utilización de herramientas y dieron lugar a la habilidad para diseñarlas y fabricarlas. Luego indaga si tiene el lenguaje humano sus raíces en la palabra o tal vez nació de la actividad gestual que hizo posibles la caza y las primeras tareas agrícolas desarrolladas de modo comunitario. Por ahí prosigue hasta cuestionar si es en esa primera experiencia, que proporciona la capacidad universal de adiestramiento en el uso de la mano, donde se redefine la inteligencia. El recorrido por la trayectoria y las opiniones de malabaristas, cirujanos, músicos y mecánicos, en suma de virtuosos del trabajo manual, le permite después convencernos de que la inteligencia, su ejercicio y desarrollo, también está en las manos.
O sea que, a través de las manualidades, acaban induciéndose las características de las especificidades de las circunvoluciones cerebrales. Y ese es el problema que tenemos con los efectivos de la banda terrorista ETA. Sus militantes se han centrado en el adiestramiento del manejo de las armas y de los explosivos y esas habilidades de sus extremidades superiores son las que han terminado por configurar su inteligencia. Ahora la ardua tarea de su desmovilización debe tener muy en cuenta tan contundente realidad. Pero además del plano cognitivo, como más arriba se ha dicho, las manualidades, en nuestro caso el gatillo y la activación de explosivos, tienen un arrastre en el campo emocional, lingüístico y psicológico. Para ellos los méritos que se computan en su haber, como únicos o al menos como preferidos, son los alcanzados en su particular guerra, según sucede siempre con los excombatientes de todos los tiempos.
También hay una diferencia de sintaxis que dificultará de modo extraordinario las conversaciones que anuncia el Gobierno con ETA, a menos que se circunscriban a quienes hayan decidido desistir del uso de la violencia con la reconversión que esa actitud implica en todas las áreas. Luis Daniel Izpizúa lo explicaba muy bien en su artículo Para nada publicado en EL PAÍS el pasado viernes, día 7. Por eso hay que coincidir con él en la necesidad de la colaboración y de la vigilancia de quienes no estamos dispuestos a ceder a las pretensiones de la banda, a que esta culmine su "para algo". De ahí el disparate que representa la deserción del Partido Popular y de Rouco y Cañizares.
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