_
_
_
_
Reportaje:Alemania 2006

El mejor Mundial con el peor fútbol

La organización ha funcionado estupendamente en Alemania, mientras que para los jugadores es como si se hubiera detenido el tiempo

Ramon Besa

Ha sido el mejor Mundial con el peor fútbol. Aunque pueda parecer una conclusión extremista, hay la sensación de que el campo ha sido excesivo para una pelota tan pequeña. Mejoran las infraestructuras y, en cambio, retrocede el valor del juego. La mayoría de las cuestiones que atañen a la organización han funcionado estupendamente en Alemania mientras que para los futbolistas es como si se hubiera detenido el tiempo, entregados todos a figuras ya legendarias más que a las nuevas promesas, esclavas del entramado comercial, muy distantes del balón.

Apenas ha habido malas noticias. Los incidentes han sido mínimos y la fiesta de la Copa del Mundo ha transcurrido en paz y alegría tanto en los bares como en las calles, empeñados como estaban los alemanes en parecerse todos a Jürgen Klinsmann. La imagen amable del seleccionador ha sido decisiva para que la gente regrese a casa contenta por el trato recibido de un país que se suponía distante. Alemania no ha sido esta vez arrogante ni su carácter avinagrado. Resultó ser el mejor de los anfitriones y aceptó la ley del fútbol, que, por una vez, no jugó a su favor.

Los futbolistas funcionan ahora como estrellas del 'pop' y tienen poca repercusión colectiva
52.500 espectadores como media han asistido a los partidos, y no ha habido incidentes

Las cosas han estado todas en su sitio y los alemanes parecen más dichosos y resultan más simpáticos siendo terceros que cuando quedaban campeones.

En un Mundial tan austero en la cancha, por lo demás, Alemania ha sido de las pocas selecciones que ha evolucionado futbolísticamente. Nadie le podrá reprochar, en este sentido, que no apostara por un juego atrevido, sobre todo en comparación con muchas de las otras participantes, mucho más estraperlistas. Así que los alemanes se sienten en paz consigo mismo y contentos por haber cumplido.

La mayoría de datos justifican la dicha del país anfitrión. No constan muchos disturbios callejeros, ni se sabe de grandes despliegues policiales, ni tampoco se ha hecho especialmente visible el negocio de la prostitución ni la presión temida de los grupos ultras. Por el contrario, se ha viajado generalmente con comodidad. La asistencia a los estadios ha sido igualmente importante porque supone la segunda media más alta después de la registrada en Estados Unidos: 52.500 espectadores por partido en 2006 respecto a 68.991 en 1994. La afición se ha sentido cómoda en la grada y si el campo estaba seco no era por culpa de la organización, sino por el calor, que ha quemado sorprendentemente al país durante la disputa del torneo.

Ningún futbolista ha dado de momento positivo en los controles antidopaje y ha sido el Mundial en el que menos lesiones se han contado: la media en Francia fue de 2,4 lesionados por cada 100 jugadores -el total de los presentes en la cita fue de 736-, subió a 3,7 en Corea y Japón y en Alemania ha descendido a 2,2. La lesión más significativa fue la de Owen. Los médicos de la FIFA aseguran incluso que menos de la mitad de las lesiones se produjeron por faltas. Y, aunque es imposible evitar la controversia arbitral, sobre todo cuando intervienen Italia -aún se discute sobre el penalti a Grosso ante Australia- e Inglaterra -la expulsión de Rooney ha provocado la lapidación de Cristiano Ronaldo-, no ha sido tampoco un campeonato marrullero. La tangana tras el partido entre Alemania y Argentina, saldada con cuatro partidos de sanción a Cufré y dos a Maxi Rodríguez, constituye la excepción a la regla.

Tampoco el torneo ha sido rupturista. Más que de las jóvenes promesas, ha sido la Copa de los personajes venerables. Las despedidas de futbolistas como Kahn, Figo o Zidane han pesado más que las presentaciones o confirmaciones de Ronaldinho, Ballack o Drogba. Equipos como Brasil o Inglaterra se han devaluado enormemente por su incapacidad para protagonizar siquiera alguno de los momentos del torneo. Y a selecciones prometedoras como España les ha faltado un palmo y un kilo para estar en la disputa del podio. Aunque eliminada, la hinchada de la roja continúa mirando a la selección de Luis Aragonés como una de las más saludables y de más progreso a medio plazo.

El problema es que no ha habido justamente un término medio, de ahí la sensación de vivir una competición con polos opuestos. A Alemania y España les ha faltado tiempo mientras que a otras como Argentina quizá les faltó valor. Todavía hoy la afición albiceleste se sigue lamentando de por qué José Pékerman no dio bola a Messi más que durante un cuarto de hora que valió por todo el campeonato que disputaron muchos otros jugadores. Fracasó Suramérica, que no coló a ninguno de sus equipos en las semifinales: Brasil necesita renovarse muy a fondo, tanto como Paraguay, que desfalleció antes de tiempo; Argentina debe apostar por Messi, Maxi, Saviola, Tévez, Mascherano o Lucho González, y sólo Ecuador se siente a gusto después de alcanzar los octavos.

Tampoco le fueron mucho mejor las cosas a África. Al protagonismo de Camerún en Italia 90 y de Senegal en Corea y Japón le siguió el de Ghana en Alemania. Las demás, con Costa de Marfil a la cabeza, pasaron inadvertidas, circunstancia que deberán corregir rápidamente porque el próximo Mundial se disputa precisamente en Suráfrica. Retrocedió igualmente Asia, sobre todo por la temprana eliminación de Japón y Corea, semifinalista en la pasada edición y exclusivamente respetada por su empate en la fase inicial con Francia. Echó en falta seguramente a Guus Hiddink, que entrenaba en esta ocasión a una sorprendente Australia, eliminada de mala manera en octavos por Italia. Y los representantes de la Concacaf tuvieron a México, abatido solamente por Argentina en la prórroga.

La mayoría de los partidos remiten a los disputados por equipos europeos. Los cuatro semifinalistas pertenecían al Viejo Continente, lo que no ocurría desde España 82 o Inglaterra 66. Ya se sabe que la historia dice que, cuando se compite en Europa, gana un equipo europeo por la misma regla de tres que en América ganan los suramericanos. Únicamente Brasil, conquistador igualmente de la Copa disputada en Asia, rompió la norma cuando se impuso en el turno de Suecia 58. Nueve títulos corresponden a selecciones europeas (Italia, Alemania, Inglaterra y Francia) y los otros nueve se los reparten Brasil, Uruguay y Argentina. Un empate que parece abonar el inmovilismo en detalles incluso como el de que Klose haya marcado los mismos cinco goles en la Copa de Asia que en la de Alemania.

Necesita el fútbol regenerarse después de que los más veteranos hayan tenido la mejor de las salidas en una Copa del Mundo tan bien organizada como mal jugada. Mejora el envoltorio con el tiempo y, a cambio, empeora el caramelo. Una ola de conservadurismo invade el terreno de juego cuando en el palco se ha apostado por el negocio. A más dinero, menos fútbol. Los últimos tiempos han producido jugadores que funcionan individualmente, como si fueran estrellas del pop, pero que tienen poca repercusión colectivamente. No es extraño, por tanto, que las selecciones se resientan tanto y añoren a futbolistas que influían más en el equipo y en la cancha que en las tiendas. Así se entiende que Alemania esté enamorada de Klinsmann, quien, a día de hoy, sigue pensando si vale la pena continuar en el cargo o, visto como está el asunto, es mejor regresar a California.

Saha consuela a Ronaldinho tras la derrota de Brasil ante Francia.
Saha consuela a Ronaldinho tras la derrota de Brasil ante Francia.EFE

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_