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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Perfume y resurrección

Son dos ciudades inabarcables, desmesuradas, imprescindibles. Una, Estambul, antes llamada Constantinopla, se asienta allí donde se aparean dos mares y dos continentes; la otra, El Cairo, vive asediada por un desierto feroz, pero felizmente fecundada por un río colosal. Las dos son hoy ciudades mayoritariamente musulmanas y las dos han sido, son y deberían seguir siendo capitales de civilizaciones plurales y complejas.

Estambul y El Cairo son el objeto de sendos libros editados por el sello granadino Almed, que impulsa el abogado y animador cultural Jerónimo Páez. Uno, el de Estambul, obra del historiador británico Philip Mansel; otro, el de El Cairo, del periodista también británico Max Rodenbeck. Son textos que están a la altura, si esto es posible, de las dos capitales.

CONSTANTINOPLA La ciudad deseada por el mundo, 1453-1924

Philip Mansel. Almed. Granada, 2006. 576 páginas. 29 euros

EL CAIRO. La ciudad victoriosa

Max Rodenbeck. Almed. Granada,

2006. 423 páginas. 29 euros

"En Constantinopla, Oriente y Occidente podían vivir juntos", afirma Philip Mansel. Ésta es, en efecto, la clave de la historia de laciudad, y es asimismo la razón de ser de su porvenir. Porque o la humanidad consigue que Oriente y Occidente continúen acostándose juntos en Estambul -y bajo el señorío de la libertad, la igualdad y la fraternidad- o todos lo tenemos mal, francamente mal.

Regida por la dinastía turca de los otomanos, Constantinopla fue durante más de cuatro siglos la capital cosmopolita de un gran imperio. En el estrecho del Bósforo trabajaban, oraban y amaban gentes de religión judía, cristiana y musulmana, gentes de lengua, cultura o nacionalidad turca, árabe, kurda, griega, armenia, serbia, italiana y sefardí, y todos ellos encontraban su acomodo.

El historiador Mansel comienza su Constantinopla. La ciudad deseada por el mundo rememorando la entrada en la metrópolis, el 29 de mayo de 1453, del sultán otomano Mehmet II. En su permanente viaje hacia el Oeste -un viaje que continúa ahora con la demanda de adhesión a la Unión Europea-, los turcos, nómadas procedentes del Asia Central, se habían adueñado con la velocidad del relámpago de la capital del Imperio Romano de Oriente. Las bazas de tal victoria, y de los cuatro siglos que siguieron, fueron tanto sus aguerridos soldados jenízaros como su extraordinaria capacidad para adaptarse al medio, aceptar la diversidad y liderar un islam abierto. "Escancia más vino, pues un día el jardín de tulipanes será destruido", escribió sabiamente el mismo Mehmet II que conquistó Constantinopla.

Con la destreza de los anglosajones para aunar erudición y amenidad, el libro de Mansel cuenta la historia de aquellos siglos en que la Sublime Puerta -tan cruel con algunos como tolerante con los más; tan pugnaz en el campo de batalla como voluptuosa en el café, el baño y la cama- era vista por medio mundo con temor y fascinación. Caminan por sus páginas Solimán el Magnífico y los demás sultanes, y con ellos, los otros habitantes de la ciudad: las princesas y las odaliscas, los jenízaros y los derviches, los mercaderes y los cocineros, los guardianes de los baños y los cónsules. También esa sexualidad otomana que tanto atraía y repelía a la Europa cristiana; esa, cabría precisar, bisexualidad que alcanzó su expresión literaria en la obra de Fazil Bey, para el que la belleza era la revelación de Dios.

El libro de Mansel es un buen compañero para el visitante de la ciudad. Le da sentido a las cúpulas y minaretes de las mezquitas imperiales, a los tesoros del palacio de Topkapi, a las abigarradas mercancías del Gran Bazar, a los puestos callejeros de donner kebab, a las vistas sobre el estrecho del Bósforo, a las novelas de Orham Pamuk... "Musulmana y secular, asiática y europea, tradicional y moderna, Estambul es de nuevo, como lo fue durante su pasado otomano, la encrucijada del mundo", sentencia el historiador.

Si Estambul es encrucijada, El Cairo es claustro materno. Si Estambul perfuma el espíritu, El Cairo te resucita. Ben Batuta llamó a la capital egipcia el Ombligo del Mundo y sus habitantes la conocen como la Madre del Mundo. ¿Pero cuántos habitantes tiene esta metrópolis entre las metrópolis? ¿Doce, catorce, veinte millones? Nadie lo sabe o, mejor dicho -como lo diría un cairota-, sólo Dios lo sabe, sólo él puede contar con precisión a sus criaturas.

Cuando uno vuelve a El Cai

ro, le parece aún más poblada, más sucia, más ruidosa y más desvencijada que la vez anterior. Y también tan amable y tan divertida. Ya lo dice Naguib Mahfuz, El Cairo es como una amante vieja, arrugada y con un aliento pestilente a la que no se cambiaría por ninguna joven belleza. O como observa finamente Max Rodenbeck en su El Cairo. La ciudad victoriosa, esta ciudad "puede resultar tan cómoda como un par de zapatos viejos".

Rodenbeck se crío en El Cairo

y allí trabaja como corresponsal de varias publicaciones anglosajonas. Siendo muy riguroso, su libro está repleto de historias de la vida cotidiana cairota dignas de Las mil y una noches. Ideal, pues, para preceder o acompañar una visita a la ciudad de la Esfinge, las pirámides, el Museo Egipcio, las grandes mezquitas, los pantagruélicos bazares, los narguiles con tabacos de todos los aromas y sabores, los cabarés donde huríes de oropel desgranan la danza del vientre, los paseos por el Nilo y el tráfico más demencial del planeta.

Ningún peatón o conductor respeta allí ninguna regla, quizá porque, como apunta Rodenbeck, los cairotas, que "parecen entender la resistencia al poder como una especie de arte", expresan así su rebeldía frente a tantos siglos de opresión e injusticia. Y también con un inquebrantable humor y música en todas partes y a cualquier hora del día o de la noche, empezando por la de Um Kelsum, la gran dama de la canción árabe que cantó aquello de "tú eres mi vida, que amaneció con tu luz".

Hace 1.400 años los conquistadores árabes y musulmanes del valle del Nilo convirtieron El Cairo en su capital. Curiosa argamasa desde entonces de sensualidad y puritanismo, la faraónica, medieval y tercermundista El Cairo siempre está resistiendo a la desgracia y a la decadencia. Es su sino. "Pero nunca ha vendido ni su dignidad ni su alma", escribe Rodenbeck. "Después de todo, éste es el lugar que dio al mundo el mito del ave fénix". Bien visto. El Cairo siempre renace de sus cenizas, mereciendo su nombre en árabe de Al Qahira, la Victoriosa.

Estambul, el puente de Galata y Galata.
Estambul, el puente de Galata y Galata.MANOLO S. URBANO

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