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DESDE MI SILLÓN | TOUR 2006 | Quinta etapa
Columna
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Rectificando

El sprint de ayer comenzó con un gesto universal con la cabeza, un giro rápido de cuello derecha-izquierda, que quizá así explicado puede parecer algo complicado, pero que sencillamente es decir que no. Negar y abandonar, otro día será que hoy no puede ser. Y después toca repetirse la misma cantinela.... Iba bien, pero es que me han cerrado.

Yo que conozco muy bien a Óscar, que conozco al Óscar sprinter, ese que levantó ayer los brazos al cielo, enseguida me di cuenta de que estaba demasiado encerrado. No, por ahí no, que te encierras, pensaba mientras le veía progresar, y pareció oírme porque inmediatamente me dio la razón con la cabeza. Fue tan evidente y público su gesto que los comentaristas no lo pasaron por alto. Faltaban entonces unos 400 metros y Óscar ya vio que no; se encontraba fuerte, iba con toda la intención y no le tenía miedo a nadie, pero de allí no había forma humana de salir.

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Estaría ya casi pensando en el sprint de mañana cuando de repente vio un hueco a su derecha y entonces salió Óscar, el genio, el que -nadie sabe cómo- ve la luz donde todos vemos oscuridad. El que, como dice un amigo mío, a la que te descuidas, te hace un reloj de madera.

Dejándose llevar por su instinto -uno que nunca falla- y guiado por su olfato giró su bicicleta hacia la derecha y aceleró con todas sus fuerzas; se metió por el hueco que adivinó, esquivó pegado a las vallas al lanzador de McEwen que se apartaba igualmente hacia la derecha y vio a lo lejos la línea de meta. Quedarían unos 200 metros con viento de cara, lo que sólo significa una cosa: mucho.

Entonces Óscar comenzó su sprint, concentrado en su esfuerzo, él contra sí mismo mientras por el otro lado todo el resto hacían la guerra por su cuenta. A unos 100 metros de la meta intuyó por el rabillo del ojo al maillot amarillo de Boonen progresando por su izquierda, pero entonces apretó aún más fuerte los pedales. No sé en qué pensaría. Quizá en su mujer y en ese hijo que ambos tienen en camino, o quizá en que ahora que está negociando, viene de perlas tener una victoria así sobre la mesa. O seguramente en nada, simplemente en ganar. Porque Óscar aprendió a ponerse el culotte para eso, para ganar.

Y ganó, vaya si ganó. Y sonrió. Y alzó los brazos al cielo. Y mientras frenaba su bicicleta se repetía a sí mismo, ¡sí!, ¡sí!, sin acordarse de que unos segundos antes nos había dicho a todos que no.

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