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La memoria histórica

Muy diferentes pueden ser los motivos que llevan a recordar un acontecimiento. Uno es evocarlo para tratar de esclarecerlo. Así, por ejemplo, de tarde en tarde, se vuelve a concentrar la atención en sucesos como un magnicidio, digamos el de John F. Kennedy, del que se ignora a punto fijo quién o quiénes lo fraguaron. Motivo para recordar puede ser también el deseo de celebrar un suceso militar, cultural, deportivo o de otra índole.

Y asimismo hay situaciones en que se recobra una memoria con motivaciones un tanto complejas que pueden ser las de conjugar la catarsis y a la vez el homenaje. Esto parece haber influido en la determinación del Congreso Español de declarar a 2006 como Año de la Memoria Histórica. Y ello precisamente al cumplirse 70 años del inicio de la Guerra Civil.

Según se informa en EL PAÍS del 23 de junio, se promovió dicha declaración "en homenaje de todos los hombres y mujeres que fueron víctimas de la Guerra Civil o, posteriormente, de la represión de la dictadura franquista por su defensa de los principios y valores democráticos". Y se añade que no se busca introducir distinción de qué bando fueron las víctimas. Aunque, al hacer referencia a "la represión de la dictadura franquista por la defensa de los principios y valores democráticos", se señala a quienes defendieron al gobierno republicano legítimamente constituido. Soy consciente de que hablar de este tema es difícil, y mucho más para quien no es ciudadano español.

Queriendo percibir desde la otra orilla del océano lo que puede implicar esta declaración, me limitaré a reflexionar acerca de quienes fueron víctimas en un sentido particular que mucho importa tomar en cuenta. No se trata sólo de los hombres y mujeres que murieron en los campos de batalla o en "los paseos" o purgas, y fueron arrojados luego a una fosa común, ni de los que estuvieron sometidos a tormento o a prisión. Quiero referirme a quienes tuvieron que huir de España para salvar sus vidas o escapar de alguna forma de represión. Son ellos los miles de españoles que dejando su patria, alcanzaron a reconstruir sus vidas en un prolongado exilio. No todos, pero sí muchos pasaron a tierras de Iberoamérica. Y me fijaré en los miles que llegaron a México, gracias a la acogida que les dio el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas.

A poco menos de setenta años que se inició ese exilio, expresaré primeramente que su memoria en México nunca se ha extinguido. Perduró en la presencia de esos miles de hombres y mujeres. La mayoría de ellos hizo entrega plena de sus vidas al país que les abrió los brazos. Varios miles con sólida preparación profesional contribuyeron al desarrollo de México en diversos campos: los de la medicina, biología, economía, derecho, ingeniería, arquitectura, agricultura, antropología, sociología, historia, literatura y otras ramas de las ciencias, la técnica y las humanidades. Hay una extensa bibliografía acerca de ellos y sus aportaciones. La Universidad Nacional de México y otras de provincia, y también otros centros de investigación y docencia, han conmemorado en numerosas ocasiones su entrega y trabajo.

Es obvio que sólo un cierto porcentaje de los que se establecieron en México, el que estaba preparado profesionalmente, participó en tales actividades. Uno de ellos, que había sido rector en la entonces llamada Universidad Central de Madrid, el filósofo José Gaos, acuñó un vocablo para nombrar a cuantos, como él, se entregaron a su patria de adopción. No ya exiliados sino transterrados eran para él esos maestros e investigadores y, en un sentido más amplio, todos los que así habían llegado a México.

Eran transterrados, porque tras abandonar la que había sido su tierra natal, llegaban a otra donde se hablaba su misma lengua y donde muchas de las costumbres y hasta numerosos nombres de lugar -como Guadalajara, Durango, Salamanca, Mérida, Lerma y tantos otros- les recordaban a su patria. Así, lo que en un principio fue para ellos doloroso exilio, con el tiempo se convirtió en paso de una tierra a otra, afín y hermana. Digno es esto de ser valorado con un enfoque sociológico. Esos miles de transterrados, sin dejar de ser españoles y aun cuando crearon centros como el Ateneo Español de México, el Orfeó Catalá y varios clubes y otras organizaciones propias, se integraron a la vez de muchas formas a la sociedad mexicana. Algunos contrajeron matrimonio con personas del país y no pocos se asociaron con fines culturales o económicos.

Al recordar esto, que mucho ha acercado de nueva forma a España y México, añadiré que los descendientes de esos españoles transterrados han prolongado hasta el presente la que fue una original presencia. Nacidos en México, son puente que vincula a la patria de sus padres y abuelos con la suya propia de mexicanos. Traigo esto al recuerdo porque pienso que, al declarar el Congreso Español a este 2006 como el Año de la Memoria Histórica, en dicha conmemoración y homenaje será justo dar entrada a estos miles que también fueron víctimas de la guerra y la represión que siguió. Recordaré al menos que existen ya en México varias cátedras con el nombre de maestros transterrados. Además, como en una especie de anticipo, las universidades de Alcalá y la Nacional de México han establecido conjuntamente otra cátedra para evocar y valorar las aportaciones de quienes no sólo rehicieron su existencia en México, sino que enriquecieron la del pueblo y el país que los acogió.

Miguel León-Portilla es antropólogo e historiador mexicano.

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