Eslovenia: dificultades de la nueva fase
Eslovenia no se queda, pese a todo, en los márgenes de la Unión Europea. Está dentro de ella de una forma bastante segura. Después de haber cumplido mejor que los demás candidatos las condiciones para entrar en la Unión, vive, no sin dificultad, una nueva fase. Dentro de pocos años la moneda eslovena deberá cambiar una vez más: después de pasar del dinar yugoslavo al tólar nacional, ahora se prepara para adoptar el euro con las cuentas nacionales en regla. Ese hecho es en cierto modo simbólico.
La posición que Eslovenia ocupa en los confines de la Unión Europea la induce, por desgracia, a asumir ciertas actitudes desagradables hacia los países vecinos, con los que hasta hace pocos años convivía en un mismo Estado; desagradables sobre todo respecto de Croacia. Liubliana tendrá la obligación, entre otras, de endurecer los controles en los pasos fronterizos según criterios que naturalmente no existían en el seno de la anterior federación. En el ámbito económico, las cosas no están desde luego a su favor; el comercio y los intercambios eslovenos con los ex "hermanos del sur" fueron en el pasado muy lucrativos.
Todos los países de la "otra Europa" que hayan pasado por la fase de la denominada transición han encontrado en su desarrollo no pocas contradicciones. En Liubliana el nuevo Gobierno de Janez Jansa, mucho más próximo al centroderecha que al centroizquierda si nos remitimos a los modelos europeos, se ha enfrentado recientemente a duras críticas por parte de la opinión pública eslovena, sobre todo por los intentos del primer ministro de asegurarse una influencia personal en la prensa y los otros medios de comunicación, especialmente la televisión estatal, tratando de colocar en los puestos más importantes a personas que le son fieles o sencillamente obedientes. Estos últimos días su régimen se ha comparado, quizás algo exageradamente, al que encarnaba Franjo Tudjman en Croacia: nacionalismo, xenofobia, clericalismo. ¿Se trata de verdad de exageraciones en los juicios críticos? (A veces siento haber defendido públicamente a Jansa cuando era perseguido en la ex Yugoslavia... Entonces no veía su insaciable "voluntad de poder".)
La euforia nacionalista, que parecía haberse calmado inmediatamente después de la conquista de la independencia, estalla de nuevo con el Gobierno de derechas en varios sectores de la vida política y social. Se manifiesta también en determinadas iniciativas del Gobierno y de su diplomacia; a la cabeza de esta última ha vuelto el ministro Dimitri Rupel, apodado el Talleyrand esloveno, que dirigía el Ministerio de Exteriores en la época del Gobierno de centroizquierda.
En estos días Rupel ha dirigido a los croatas un Libro Blanco que condiciona una vez más, implícitamente, el apoyo esloveno a la entrada de Croacia en la UE a las concesiones que Zagreb debería hacer en las cuestiones de las fronteras terrestres y marítimas. Quizá los eslovenos exageren al querer dar la impresión de que tienen tanto peso e influencia en la Comisión Europea.
Una mirada a la historia reciente puede ayudar a ver mejor algunas situaciones actuales. La guerra de los Balcanes apenas rozó a Eslovenia durante unos días, mientras que en el resto del país se encarnizó durante años. Para ella empezó enseguida el período de la transición y la privatización. La estructura estatal que tenía en la federación yugoslava se adaptó al nuevo Estado independiente, confirmado por una Constitución propia. Una de las circunstancias favorables fue desde luego el hecho de que en los puestos más altos se encontraran algunos hombres realistas y moderados, en primer lugar Milan Kucan y Janez Drnovsek. Uno y otro son ajenos a las formas tradicionales del nacionalismo y el clericalismo eslovenos. Los hombres políticos nuevos, de escasa experiencia, no consiguieron hacerles sombra.
La nueva República eslovena no ha permitido que, en nombre del patriotismo, se saqueara su patrimonio nacional, como ha ocurrido en cambio en Croacia y Serbia. En el proceso de privatización, ha mantenido en pie las industrias más rentables. A los extranjeros les han vendido solamente establecimientos y empresas que el capital esloveno no era capaz de explotar suficientemente. La falta de transparencia y los casos de corrupción han sido más escasos que en cualquier otro país en transición de la ex Europa del Este. A pesar de todo -si nos remitimos a las opiniones de los expertos en la materia- han sido necesarios más de siete años para que la producción pudiera reconquistar el nivel alcanzado a finales de los años noventa. A este éxito también ha contribuido en cierta medida la dote que se ha llevado de Yugoslavia.
La transformación se hizo a costa de duras pruebas. La forma en que, en el momento de obtener la independencia, se "borró" del registro de la ciudadanía eslovena a los bosnios, los croatas, los serbios, los macedonios o los albano-kosovares, que en calidad de ciudadanos de Yugoslavia residían y trabajaban desde hacía años en el territorio de Eslovenia, está por debajo del nivel de los principios y derechos proclamados y aceptados por la cultura política europea. Estas escandalosas y desafortunadas "eliminaciones" fueron incluso reafirmadas con el referéndum realizado en la primavera de 2004, en el que se vio un triste triunfo de la xenofobia. Tampoco el Ljubljanska Banka se mostró muy magnánimo al apoderarse de los ahorros que le habían confiado clientes de toda Yugoslavia. El dinero sustraído a los ahorradores privados de la ciudadanía eslovena no ha cubierto, desde luego, todos los gastos de la transición, pero ha ayudado a engrasar sus ruedas.
En Liubliana, Celje y Maribor he encontrado amigos que temen las consecuencias de la reciente entrada en la Unión, probablemente negativas para la economía eslovena y sobre todo para su agricultura. Y me parece que está aún más extendido el temor de ver ahogadas la identidad y la lengua de un pequeño pueblo en una nueva comunidad, más grande e influyente que la anterior. De todas formas, la mayor parte de los eslovenos están orgullosos de entrar en una Europa a la que pertenecen con toda su historia, y de entrar dignamente. En cambio, son pocos los que se preguntan si en la frontera eslovena habrá una puerta o un muro frente a los vecinos junto a los que se ha vivido toda una historia, si se alzará en esta frontera un puente o una fortaleza.
Desde luego, las reglas del juego impuestas por la Unión Europea deben ser respetadas. Pero por eso mismo el juego no debe ser demasiado cerrado ni demasiado cruel. En este ámbito se inscribe la inquietante política de Janez Jansa, que conviene al viejo nacionalismo y a un clericalismo que tanto daño han causado al pasado de este pueblo trabajador, atormentado por la historia, tan cercano a mí.
Predrag Matvejevic es escritor croata, profesor de Estudios Eslavos en la Universidad de Roma. Traducción de News Clips.
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