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Jóvenes, mal empleados y conformistas

Antón Costas

En ocasiones tengo la impresión de que la sociedad española es como un enfermo asintomático. Es decir, como esas personas que aparentemente están en plena forma, pero que si se hicieran un chequeo a fondo descubrirían con sorpresa que tienen algunas enfermedades importantes que, sin embargo, al no producir los síntomas habituales de la enfermedad, pasan desapercibidas y no se les pone remedio.

Uno de esos males asintomáticos es el empleo de los más jóvenes. En la medida que no produce los síntomas habituales de conflicto y malestar social que en otros casos generaría, no somos conscientes de la verdadera naturaleza e intensidad de una enfermedad que lleva el camino de cronificarse.

El problema se nos aparece en toda su gravedad cuando en vez de hablar de forma genérica del empleo de los jóvenes, descendemos a ver a qué tipo de jóvenes está afectando en mayor medida. Al hacerlo, comprobamos que el problema afecta especialmente a colectivos social y geográficamente determinados. Es decir, existen guetos de desempleo juvenil.

Es un pez que se muerde la cola. En los grupos sociales y barrios donde el número de jóvenes desempleados es ya elevado aumenta la probabilidad de que otros jóvenes no encuentren empleo. Dicho de otra forma, la red social en la que se vive es cada vez más determinante de las trayectorias laborales de los individuos que la integran. Jóvenes igual de capaces intelectualmente van a seguir trayectorias muy diferentes en función del marco social y geográfico donde transcurra su infancia y juventud. Dime con quién andas y te diré quién vas a ser.

Esta tendencia parece estar muy relacionada con la del sistema escolar al segmentarse en escuela pública y privada y con el abandono de la formación profesional. Según donde hayas nacido o vivas y a qué escuela vayas, así te irá en la vida. La movilidad social de los años sesenta y setenta está desapareciendo de forma acelerada. La meritocracia está dejando paso a la estratificación por clases sociales.

Hace unos días fui invitado por la organización juvenil Avalot a participar en una jornada sobre este tipo de problemas. Esa invitación me obligó a analizar un poco más a fondo la situación del empleo juvenil, y lo que he podido ver me ha hecho comprender que la situación es peor de lo que creía.

Como sucede en otros aspectos, en este terreno la economía española está bien, pero va mal. Cuando observamos su aspecto externo, nos aparece saludable y robusta. Desde hace casi una década su crecimiento económico es envidiable y su tasa de generación de creación de empleo muy superior a cualquier otra economía europea. La situación es aparentemente tan buena que algunos hablan del milagro económico español.

Pero si hacemos el balance desde la perspectiva de los jóvenes, el resultado cambia radicalmente. Su situación en cuanto a inserción laboral y empleo es peor hoy de lo que era hace cinco años. Parece sorprendente porque los síntomas sociales no manifiestan esa situación, pero los datos son tercos y no admiten demasiadas interpretaciones diferentes.

Aunque la tasa de actividad de los jóvenes españoles es similar a la media europea, el paro juvenil es mucho más elevado en nuestro caso. La baja participación en el sistema productivo de los menores de 25 años es una anomalía en términos europeos. Además, el empleo de los más jóvenes es básicamente en actividades de muy baja cualificación. Para complicarlo, la mayor parte de los que están empleados tienen contratos temporales y de muy corta duración. Por tanto, están sometidos a una rotación muy elevada que les impide asentarse en una tarea y en una empresa.

Esto es determinante para la evolución futura de sus trayectorias laborales. Los datos son reveladores. Cuanto más largo sea el periodo en que una persona esté desempleada, o con contratos temporales de corta duración, menor será la probabilidad de salir de esa situación. Es decir, menor será la probabilidad para ese joven de construir una trayectoria laboral estable.

El problema es especialmente grave entre los más jóvenes (16 a 19 años) y las mujeres. Aquí es donde se concentra la gravedad de la enfermedad del empleo juvenil. Y, en especial, para los jóvenes pertenecientes a determinados estratos sociales. El futuro de los jóvenes va por barrios.

En el terreno del empleo juvenil estamos mal, pero... vamos a peor. Para comprobarlo sólo hace falta ir a ver los datos sobre la evolución educativa de los más jóvenes. El porcentaje de jóvenes que abandonan de forma temprana el sistema escolar en España es el más elevado de Europa, y va en aumento desde el año 2000. Por otro lado, desciende el porcentaje de jóvenes de 20 a 24 años que no completan un nivel de secundaria. Ese porcentaje es mayor en la escuela pública y en determinados barrios de nuestras ciudades. Además, la preferencia por los estudios de formación profesional, los más exitosos a la hora de buscar empleo y consolidar trayectorias laborales estables, disminuye. Lo dicho, vamos a peor.

Por eso, lo que he encontrado más sorprendente es el hecho de que a la hora de ser encuestados, la mayoría de los jóvenes que trabajan dicen encontrarse satisfechos o muy satisfechos, a pesar de las desfavorables condiciones laborales en que viven. Por tanto, tenemos jóvenes mal empleados y conformistas.

Este conformismo es sorprendente. Quizá más que conformismo, esta actitud es el reflejo de la incapacidad que experimentan la mayoría de jóvenes a la hora de hacer frente al entorno en que se mueven, una incapacidad que puede llevar a la pasividad. Es un efecto parecido al que producen algunas drogas, que aun cuando son dañinas a largo plazo para los individuos, éstos no son conscientes o capaces de salir de su dependencia.

El hecho de que la economía y la sociedad española vivan un momento de euforia económica no ayuda a ver este tipo de enfermedades asintomáticas que padecemos. Por eso es más urgente ser consciente de ellas.

De la misma forma que existe un plan nacional de lucha contra las drogas, necesitamos con urgencia un plan nacional contra la enfermedad asintomática del desempleo juvenil que focalice su acción en aquellos colectivos y zonas donde en mayor medida se da esa situación. De lo contrario, esa enfermedad se volverá crónica.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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