El depredador subestimado
Maxi no causa agitaciones en España, pero Pékerman le tiene una fe ciega
Antes del Mundial, Fernando Torres emitió una sentencia. Leyendo los periódicos, vio que Argentina se había impuesto a Angola con dos goles de Maxi Rodríguez, su compañero en el Atlético. Y dijo: "Maxi tiene hambre".
Que Maxi tenga o deje de tener apetito es un asunto cuya trascendencia sólo es apreciable por quienes le conocen de cerca. Sólo esos animales de vestuario que, como Torres, han convivido con él a diario saben el significado del apodo que trae el jugador desde las categorías inferiores del Newell's Old Boys: La Fiera.
Muchos neófitos lo supieron el sábado. Lo tuvieron claro cuando le vieron aparecer en el vértice del área mexicana con la mirada enajenada de los depredadores. "En ese momento no pensé en nada", dijo Maxi. Actuó por instinto, siguiendo la trayectoria de su rastro de incursiones. "Me quedó para pegarle y le di", precisó. Lo que le dio fue un golpe cruzado con el empeine de su pierna mala, la zurda, y el balón salió despedido con un efecto tan violento que se levantó como un globo y cayó como una piedra a la espalda del portero. Un golazo. Quizña, el del torneo. Y sirvió para clasificar a Argentina para los cuartos de final.
"Siempre está a la altura de las exigencias", dice Torres del argentino, compañero en el Atlético
Cuando hace cuatro años el Espanyol contrató a Maximiliano Rubén Rodríguez (Rosario, 1981), los grandes entrenadores del fútbol argentino lamentaron la ocasión perdida de dirigir a una perla. En Argentina, tras el Mundial juvenil de 2002, la crítica le situó en el lugar consagrado al más prometedor de todos los pibes. En España, sin embargo, la llegada del chico a Barcelona no provocó agitaciones. Nadie estimó las condiciones de Maxi con el mismo fervor con que un día se ponderó a Ibagaza, Saviola, Mascherano o Agüero. El jugador defendió la camiseta del Espanyol durante tres años. En su última temporada jugó 37 partidos y marcó 15 goles en la Liga. Fue un aviso. Una señal que sólo captó el Atlético. Fichó por el club madrileño y siguió su tránsito más o menos inadvertido por el campeonato español. No destacaba por regate, ni por velocidad, ni por físico ni por clase. Tampoco tenía la vocación teatral de otros colegas ni un discurso llamativo. Pero su valor era incalculable.
De esto sabe Torres, el capitán del Atlético, que ha sido testigo del ruido sin fundamentos que generan muchos compañeros de profesión. "Maxi tiene hambre", dijo hace dos semanas; "cuando tienes la clase de hambre que él tiene, puedes conseguir lo que te propongas. No todos están a su altura. Si en el Atlético todos los jugadores tuvieran lo que él tiene, no habríamos pasado por las dificultades por las que pasamos esta temporada. Maxi es la clase de jugador que siempre está a la altura de las exigencias. Cuanto más necesite su equipo, más dará. Está al nivel de los mejores clubes de Europa. Un jugador como él no tiene techo. En el Atlético lo sabemos bien porque, cuando se lesionó, el equipo se vino abajo".
Maxi salió del vestuario de Leipzig con el aire distraído y sencillo que le caracteriza. "Es el tipo de remate que igual termina en la tribuna", dijo. Probablemente no le importe demasiado, pero su técnico, José Pékerman, le tiene una fe ciega. Sus compañeros de selección también le adoran. Tras el gol lo abrazaron y no pararon de reírse de él: "¡Le has pegado con la de madera!". Sus amigos del barrio de Bella Vista, en Rosario, lo celebraron con una fiesta. Pero no les sorprendió. Allí saben que La Fiera, cuando era un cadete, ejercía de delantero. Y que, aunque el tiempo le alejó del área y le llevó por todas las zonas del centro del campo, su amigo nunca perdió el olfato. En este Mundial lleva tres goles. Los mismos que Torres. Uno menos que el máximo goleador hasta ahora, Klose.
Maxi es un depredador subestimado. Pero sus compañeros más perspicaces lo saben apreciar. Lo supo Torres y lo supo Riquelme. Cuando Argentina debía jugarse la clasificación, cuando se disponía a iniciar la prórroga contra México, hubo un futbolista al que Riquelme recurrió en un gesto de cariño que escondía una llamada de auxilio. Riquelme se dirigió a Maxi. Acarició la cabeza de La Fiera, lo agarró por el cuello y le dijo algo al oído.
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