Una ocasión perdida
Un mes después de que se inaugurara con gran pompa La Luz de las Imágenes, puede constatarse que Alicante vive de espaldas a esta interesante exposición. Quienes pensamos que la muestra se convertiría en un motivo para el impulso de la ciudad, nos equivocamos por completo. Al día de hoy, la exposición no ha producido el menor efecto sobre Alicante y, de no ser por lo que los periódicos han escrito de ella, pasaría desapercibida para buena parte de los alicantinos. Recorrí la muestra días atrás, poco antes de las fiestas de Hogueras, y pude comprobar personalmente ese desinterés del que hablo. Fuera de los grandes carteles que cuelgan sobre los templos que acogen las obras, nada permite al paseante conocer la presencia de la exhibición. Al margen de estos reclamos -eso, sí, enormes-, la ausencia de indicaciones sobre el acontecimiento es absoluta. Un forastero que visite Alicante y no llegue a internarse por las calles del casco antiguo, no encontrará referencia alguna a La Luz de las Imágenes.
Se dirá que esta exposición de Alicante comparada con la que se celebró en Orihuela hace algún tiempo no admite parangón. Es cierto. El carácter levítico de la ciudad, la importancia innegable de su arquitectura religiosa, otorgaban a la muestra orcelitana una distinción perceptible a primera vista. Esto no cabe encontrarlo en Alicante, cuyos edificios resultan de una cualidad más modesta. En el caso de Orihuela, sin embargo, se aprovechó el suceso para embellecer la ciudad. Una actuación conjunta entre el municipio y el Consell convirtió La Luz de las Imágenes en un motivo de orgullo para los oriolanos, mientras una publicidad inteligente se ocupaba de atraer a los visitantes. En Alicante, nada de esto ha sucedido.
De continuar como hasta el momento, La Luz de las Imágenes sólo habrá servido para restaurar el patrimonio religioso y muy poco más. La tarea es importante pero, dado el dinero y el trabajo empleados, se echa en falta un mayor esfuerzo para rentabilizar la inversión. Si tenemos en cuenta el estado de abandono en que se halla Alicante, la ocasión era oportuna para haber aseado algunos espacios públicos. Nadie se hubiera opuesto a que se remozaran las fachadas y se embellecieran las calles y las plazas próximas a la muestra, como se habría hecho en cualquier otro lugar en una situación semejante. Aquí, sin embargo, el día que visité la exposición, el deterioro y la suciedad urbana eran notables, como, por lo demás, es frecuente en la ciudad. Nadie, es verdad, parece afligido por ello. La negligencia municipal ha llegado a un punto en que estas cosas se consideran inevitables y se aceptan con la mayor resignación.
Si la actitud de la Corporación municipal no ha sorprendido, dada la proverbial falta de ánimo de sus componentes, no ha sucedido igual con el Gobierno de Francisco Camps. Cuando la Generalitat decidió multiplicar las exposiciones de La Luz de las Imágenes, la idea fue bien acogida por todo el mundo. Si bien se restauraba el patrimonio de la Iglesia con el dinero del contribuyente, las ciudades que acogían la muestra se beneficiaban de la propaganda que el acontecimiento suponía. Si la propaganda es inexistente, como sucede ahora en Alicante, el contribuyente tiende a sentirse perplejo y toma cuerpo la sensación de haber sido engañado. En estos casos, los manuales de política aconsejan a los gobernantes tener a mano un acontecimiento para desviar la atención: es una manera inteligente de evitar que se extienda el descontento. La pasada semana, Francisco Camps anunciaba que la Vuelta al Mundo de Vela partirá en 2008 desde Alicante.
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