Ségolène y François: Francia cabe en su alcoba
El ascenso de la socialista Royal la sitúa en la carrera hacia la presidencia, con su pareja como posible primer ministro
La República francesa nunca ha tenido una presidenta. Sí tuvo una primera ministra, Edith Cresson (durante 10 meses), y algunas ministras, con frecuencia influyentes. Como madame PoinsoChapuis, la primera, en 1947; Françoise Giraud, que hizo entrar al feminismo en la vida política; Simone Veil, de cuya mano llegó la legalización del aborto; Martine Aubry, que aplicó la semana de las 35 horas; y, por supuesto, Ségolène Royal, que aprobó la utilización en los institutos de la llamada píldora del día siguiente. Ésta última podría convertirse pronto, en la primavera de 2007, en la primera presidenta de Francia. Su compañero sentimental y padre de sus hijos, François Hollande, podría ser entonces ministro, incluso primer ministro, o, si eso no fuera posible, seguir al frente de un Partido Socialista de nuevo en el poder.
Ségolène, por sus orígenes familiares, encarna a la perfección algo que seduce a los franceses, que es la apariencia revolucionaria bajo formas conservadoras
El actual primer secretario socialista es trabajador, conciliador, comprensivo, evita los conflictos, los aplaza, los esquiva, pero no los resuelve
François y Ségolène se conocieron en la ENA (Escuela Nacional de Administración Pública), acabadas sus carreras universitarias, él en París, ella en Nancy. Él era el joven más divertido de su promoción, motorista con tendencia a engordar que seducía a través de la palabra y el buen humor; ella era una feminista convencida, rígida, creyente y guapa. Se gustaron y se sedujeron. No fue fácil, pues ella no comprendía que él perdiese el tiempo viendo fútbol y bebiendo cerveza con los amigotes mientras que para él era difícil meterse en la cabeza de esa hija de militar, crecida en una familia numerosa y siempre escasa de humor y siempre convencida de tener razón.
La "hermanita de los pobres"
Durante los primeros años del Gobierno de Mitterrand, Hollande trabajó como alto funcionario del Tribunal de Cuentas y luego puso su habilidad como negociador al servicio de operaciones de financiación secreta de inventos como SOS-Racisme. Mientras, Ségolène se incorpora, desde 1982, al equipo de consejeros personales de Mitterrand para ocuparse de "asuntos sociales". Cuando tiene su primer hijo no deja de trabajar. Uno de sus compañeros la recuerda como una "hermanita de los pobres" con una "visión paternalista de los problemas". Al ya veterano político socialista le divierte la ambición y las ganas de comerse el mundo de una chica que no tiene ni las maneras ni el atuendo de las burguesitas parisienses.
Ella es nombrada ministra, por primera vez, en 1992. "Lo que me duele es que yo sea ministra y François no...", le dijo a Mitterrand. "De acuerdo, pero no iba a poner en el Gobierno a una mujer y su esposo". "¡Pero si no estamos casados!", protestó ella. "Mire, comprendo que le parezca injusto. Hay una solución, pero quizá no le convenga: nombro a François y no a usted", propuso un burlón Mitterrand. Y ella no dudó ni un instante: "Ah, no, no es eso. Con usted no se puede hablar...".
En 1995, Ségolène ya estuvo a punto de presentarse a la candidatura socialista a la presidencia. En esa época, François defendía las posibilidades de Jacques Delors y, cuando éste dijo no, asumió las de Lionel Jospin como las del mejor colocado en el escalafón. Dos años después, cuando Jospin accedió al puesto de primer ministro, a Hollande, como hombre de confianza, le tocaron las llaves del PS. Ségolène tuvo que esperar hasta el 2000 para volver al Gobierno.
François confiaba en el acceso a la presidencia de Jospin, en 2002, para al fin ser nombrado ministro. Los electores no lo quisieron y colocaron a Le Pen por delante del candidato socialista. El orgullo empujó a Jospin a tomar una jubilación precipitada y Hollande se encontró al frente de un PS dividido y desmoralizado. Entre 2002 y 2006 ha logrado que su partido ganase unas elecciones regionales-Ségolène pasó a ser presidenta de la región de Poiteau Charentes- y otras europeas, pero no pudo evitar la guerra interna por el referéndum sobre la nueva Constitución de la UE. En eso queda resumido el talento de Hollande: trabajador, conciliador, comprensivo, evita los conflictos, los aplaza, los esquiva, pero no los resuelve. Fabius, Emmanuelli, Montebourg o Melenchon hicieron campaña por el no, en contra de la línea oficial del PS. François hubiera debido imponer su autoridad como primer secretario, acallar a los disidentes o indicarles la puerta de salida. No lo hizo y eso le permite hoy restañar las heridas, pero hace que nadie le vea con estatura de presidenciable.
Ségolène, europeísta convencida e hizo campaña por el sí, comprendió que el desorden causado por la politiquería de sus camaradas -Fabius contra Strauss-Kahn, Lang en solitario, Aubry contra todos, Kouchner como eterno recurso, etcétera- le abría las puertas de la candidatura. Primero, había que seducir a la opinión pública antes que al PS; segundo, había que ganarse a los militantes del PS desentendiéndose de la guerra de elefantes; tercero, era más importante saber lo que desea la ciudadanía que lo que piensa ella misma.
Ségolène, por sus orígenes familiares, encarna a la perfección algo que seduce a los franceses, que es la apariencia revolucionaria bajo formas conservadoras, o, si lo prefieren, el conservadurismo bajo formas revolucionarias. Es mujer y eso es nuevo en una clase política francesa masculina en un 90%. Es relativamente joven (52 años) en un universo gerontocrático -Fabius, Strauss-Kahn o Lang han cumplido los 60 hace tiempo, Chirac y Le Pen tienen 70 largos-, y eso la presenta ya como la rival ideal de Nicolas Sarkozy. Su independencia respecto al partido le permite elogiar a Tony Blair, decir en voz alta que la supresión del servicio militar obligatorio fue una tontería o que los delincuentes extranjeros deben ser expulsados de Francia cuando cumplan su condena, proponer que sean los jueces quienes se ocupen de gestionar las subvenciones de las familias que no vigilan a sus hijos, sugerir un encuadramiento militar para los estudiantes rebeldes o los jóvenes reincidentes, redactar su libro-programa por Internet y con la participación de todos los militantes que lo desean... Sus camaradas del PS la acusan de derechista, pero la opinión pública está con ella. Es una mujer de convicciones morales, que cree en la familia -eso no le impide tener cuatro hijos sin estar casada-, que reclama un "orden justo" y una "seguridad duradera", que sabe que "decir que hay demasiados inmigrantes no equivale a querer que se les discrimine".
Con Ségolène, la derecha se topa por primera vez con un candidato de izquierda que no atribuye todos los males a la sociedad, sino que cree en la responsabilidad individual, no en vano ella se pagó sus estudios y ha educado a sus hijos sin ayudas oficiales.
Ella es la trapecista, él la red
FRANÇOIS, SIN QUERERLO, se ha convertido en la red de la trapecista Ségolène. A él le toca manejar los congresos del PS, buscar la síntesis imposible entre mil contribuciones que desemboca en un programa electoral asumido por todos y aplicado por nadie. Ella no necesita programa porque defiende unos valores. Lo suyo no es una revolución, sino una restauración. Por ejemplo, Ségolène, contraria a priori a la adopción por parte de parejas homosexuales, no habla de matrimonio gay, sino de unión. Para ella, el matrimonio es un sacramento, pero también sabe que no hay que discriminar a nadie por su orientación sexual.
El PS de Mitterrand decía querer "cambiar la vida" antes de que la vida cambiase a todos sus dirigentes. A Ségolène le bastaría con devolverle al mundo algunas referencias sólidas. De la misma manera, no se interesa por los grandes debates sobre Europa -mercado o potencia política, de los Estados o federal, etcétera-, pero sí por la Europa de los proyectos: el problema de la energía, de la investigación, de la equiparación de diplomas...
En definitiva, a François le toca la política organizativa y la teórica mientras Ségolène maneja presupuestos e ideas. François iba a las reuniones de padres en la escuela y filmaba a los hijos, pero era Ségolène la que los ponía en el mundo y los alimentaba. El azar, más que la voluntad conspirativa, ha repartido los papeles. Es más, hubo un momento en que François creyó que la candidatura de su compañera servía para envejecer a sus rivales socialistas y abrirle a él las puertas a la candidatura presidencial. Pero después de un año ella sigue a la cabeza de todos los sondeos.
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