Un cuarto de hora basta para alcanzar la gloria
El día de su debut mundialista, Messi ilumina el último tramo del encuentro y emociona a la grada, que le puso "los pelos de punta"
Hace 32 años, en Gelsenkirchen, Argentina sufrió contra Holanda una de las goleadas más humillantes de su historia (4-0). Ayer, ocho mundiales después, del nuevo estadio de la ciudad colgaba una extraña bandera celeste y blanca: "Es argentino y es el Messias". El destinatario emergió de las entrañas del campo con aire ausente. El partido había terminado y el agua caliente de la ducha le había puesto la piel roja. Junto a los tallos serbios (Zigic, Vucinic, Ljuboja, Dragutinovic) parecía un punto rojo diminuto. Los serbios pasaban abatidos junto a él. Pero Leo Messi no los miraba. Su mirada se perdía en algún lugar lejano. Dijo: "No pensé en mi debut. Pensé en ganar el partido y en que tenía ganas de jugar. La verdad todavía no me he puesto a pensar en que estoy en un Mundial y que hoy he cumplido un sueño".
El horizonte de Gelsenkirchen está salpicado de chimeneas. Las industrias del hierro, el acero, el vidrio, los químicos, dominan el paisaje. En una pradera, junto al estadio, crecen los robles y, desde hace dos días, también brotan los hinchas argentinos acampados a la espera de algo. Se amontonaron en furgonetas y tiendas de campaña improvisadas. Ayer antes del partido, desde un coche emanaba el sonido grabado de la voz de Víctor Hugo Morales, relatando el segundo gol de Maradona a Inglaterra en el Mundial de 1986. El registro del locutor uruguayo es un himno desesperado. Música sacra del fútbol. Ayer surgía la misma voz ahogada: "¿...de qué planeta viniste?".
El mito de 1986, en la medida en que forma parte de los sentimientos de la hinchada, ya es más importante que la historia. En sintonía con el mito, y con Víctor Hugo, la aglomeración de camisetas celestes y blancas se citó ayer en Gelsenkirchen a la espera de que algo, tal vez un meteorito desprendido de un planeta de níquel, cayera sobre el estadio y los iluminara. El milagro se produjo en el minuto 75 del partido. Ocurrió cuando Hugo Tocalli, el ayudante de campo de Pékerman, seleccionador de Argentina, llamó a Messi para que se pusiera la camiseta. La gente, que vibraba, no esperó resultados para descargar un murmullo creciente: "¡Oeee-oe-oe-oe-oeee, Me-ssiiiiii, Me-ssiiiii!". Lo que siguió fue una pequeña exhibición de magia. La punta del iceberg. Quince minutos de gambetas, una mente gélida, un competidor superdotado, un pase de gol y un gol. La iluminación.
Lo primero que hizo Messi cuando recibió la pelota fue poner esa cara de nada que inquieta tanto a sus propios compañeros. Esperó a que Duljaj hiciera el primer ademán y entonces despegó. Duljaj le hizo falta. Y comenzó la fiesta. De la mano del chico, Argentina hizo de un partido cerrado un festival de regalo. Desde el fondo sur del campo la parcialidad albiceleste entonó un viejo cántico irónico, pidiendo el final del partido del partido: "¡Borombombóm, Borombomóm / es un afano, suspéndanlo!"
El partido no se suspendió y los goles siguieron llegando al ritmo de los cantos. También hubo una ovación de agradecimiento a Pékerman, el técnico que ha propiciado una selección placentera. Su sensibilidad para manejar los cambios (Saviola por Tévez y Maxi por Messi, y no a la inversa) y para permitir una entrada pausada de la pequeña figura fue reconocida por la grada. Una grada especial, que se resiste a hacer la ola, pero que emociona. Como dijo Messi: "La gente me puso los pelos de punta".
Cuestionado todos los estamentos del fútbol argentino (incluyendo Maradona) para que dé minutos a Messi, Pékerman fue capaz de defender sus ideas y proteger al joven de una exigencia colosal. Cuando le dio entrada, el momento era perfecto para liberarlo de la tormenta. Messi quería jugar cuanto antes y a Pékerman le ocurría lo mismo. Sin embargo, el entrenador actuó con cautela. Primero por motivos culturales: nunca en la historia de la selección argentina se ha dado tanto protagonismo a un chaval menor de 20 años. Maradona, con 18, ya era una figura cuando Menotti lo apartó del Mundial de 1978. Ayer Messi no sólo debutó en una Copa del Mundo con 18 años. Lo hizo cuatro años más joven que Maradona. Cuando el árbitro pitó el final, su viejo ídolo, Aimar, que no jugó, acudió a darle un abrazo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.