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Columna
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La cigarra y la hormiga

Las masas andan estos días alborotadas con la candidatura de Carmen Alborch a la alcaldía de Valencia (primer órdago electoral de Jordi Sevilla-Zapatero a Joan Ignasi Pla) y con la bronca dialéctica y mediática que se han montado la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, y el conseller del ramo, Esteban González Pons, a propósito de los excesos urbanísticos en la costa levantina (en Madrid les encanta el término). Ambos temas levantan clamores populares. Sin ellos, igual las masas se dedicaban a ver los partidos de la selección, española para más desvaríos.

Porque encelarse con un solo juguete es una afición de los políticos y de la sociedad civil valenciana. Mucho disfrutar hoy y poco pensar en el mañana. Cigarras y hormigas. Por ejemplo: a los políticos y a la sociedad civil valenciana les chifla reinventarse en las infraestructuras. No saben hablar de otra cosa. Se juntan dos empresarios y hablan de carreteras. Almuerzan dos concejales de pueblo y hablan de infraestructuras y se pelean por ellas en la plaza, para que todos los vean. Y se juntan dos vecinos y hablan del tráfico que hay por culpa de que no hay infraestructuras. Obsesionados con las autovías de cemento, se nos ha olvidado que ahora circula más gente por las autovías de la información.

Y como ese ejemplo valen todos. Hay en movimiento miles de millones de euros alrededor del ladrillo, pero nadie invierte un euro en los servicios necesarios para los miles de personas que van a venir a vivir a esta costa levantina. Ya no es sólo formar camareros, que lo es, sino preparar redes hospitalarias (públicas y privadas), trenes, barcos, coches y aviones o la formación profesional. Seamos Florida o California habrá que tener el capital humano para ello. ¿Alguien piensa en esto? Ni en la Universidad.

Aquí todos piensan en tiempo electoral, aunque resulte que la política solo dura cuatro años y un campo de naranjas empieza a dar buen fruto a los cinco, una fábrica ve la luz tras otros tantos años de permisos y un PAI tarda hasta diez años en ver el primer apartamento. Todo es para salir mañana en los periódicos. Tal vez por eso Joan Ignasi Pla se marcha a Bruselas con los alcaldes de Elda, Villena y Elx para ver cómo está hoy lo del calzado, cuando adonde debería ir es a China a ver cómo va a estar pasado mañana. Ya dice Jorge Semprún en EL PAÍS que "es difícil saber qué es la izquierda".

Aquí nadie piensa la población que queremos que venga. ¿Van a ser noruegos que vienen a retirarse pagados por su Gobierno? Con tanto PAI se nos ha olvidado preguntar a qué quiere jugar la gente: igual hay que poner un futbolín en lugar de césped para el golf. ¿Cómo competiremos con el macroresort Mediterránea-Saïdia que la empresa española Fadesa está construyendo en Marruecos a una hora de Madrid? El propio gobernador del Banco de España, Jaime Caruana, se pregunta cómo se van a valorar contablemente las inversiones hechas en solares rústicos durante los últimos años.

Nuestro capital humano emigra mientras atraemos inmigrantes como peones y la productividad es muy baja porque muchos piensan que el cambio tecnológico es pasar de la pluma de ave a escribir en ordenador. Pero esto no consta en las reivindicaciones políticas ni de la sociedad civil. No es infraestructura. Y para qué hablar de competitividad. Nadie piensa que España ganó 4-0 después de dejar a Raúl en el banquillo. Aquí estamos a lo que estamos: cantar hoy nuestras excelencias como cigarras, sin pensar en el invierno como hace la hormiga.

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