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Escarmentar en cabeza ajena

Todas las decisiones del cuerpo electoral son por definición inapelables. No hay una instancia superior a la que poder recurrir contra dichas decisiones, tanto cuando el cuerpo electoral está constituido por todos los ciudadanos del Estado, como cuando lo está por los ciudadanos de una comunidad autónoma o un municipio. A través de la decisión del cuerpo electoral se constituye la voluntad general y se legitima el ejercicio del poder. Es la única fuente de legitimidad en el Estado constitucional y no admite la existencia de competidores.

Ahora bien, las decisiones del cuerpo electoral en referéndum tienen un grado superior de inapelabilidad. Cuando el cuerpo electoral se pronuncia en un proceso de democracia representativa, su decisión es inapelable, pero el mismo cuerpo electoral que la ha tomado tiene que revisar dicha decisión al final de la legislatura. Cuando se pronuncia en referéndum, la decisión del cuerpo electoral no solamente es inapelable, sino que, además, no es revisable. En teoría se podría pensar en un nuevo referéndum para revisar lo decidido en un referéndum anterior, pero en la práctica eso no es posible. Lo decidido en referéndum queda decidido para siempre, es decir, en tanto dure la fórmula de gobierno en el interior de la cual se ha producido la consulta.

Esto es lo que da un valor tan terrible a la decisión adoptada en referéndum. Mientras nos movemos en el interior de la democracia representativa casi todo puede ser revisado. En el momento en que nos movemos en la democracia directa, ya no hay forma de hacerlo.

Por eso es tan importante acertar en estos casos. De los errores en las consultas electorales los partidos se reponen. Unas veces cuesta más reponerse y otras menos, pero no hay errores electorales irreparables. En el referéndum, sobre todo cuando versa sobre una norma de naturaleza constitucional, esto es, definidora del modelo de convivencia, es distinto. El error puede tener consecuencias irreparables, en la medida en que el partido que lo comete queda en fuera de juego, es decir, tiene, a partir de ese momento, que intentar gestionar un sistema con el que no está de acuerdo en su principio constitutivo.

Obviamente, cuanto más rotundo sea el resultado afirmativo en el referéndum tanto más irreparable será la situación de los partidos que se han opuesto inicialmente a su celebración y que han solicitado un voto negativo tras su convocatoria. Pero incluso si el resultado afirmativo no es muy rotundo, su posición queda muy deteriorada. Un referéndum o se gana o se pierde. En el que se va a celebrar el domingo en Cataluña la suerte está echada. Ni el PP ni ERC tienen posibilidad alguna de corregir su trayectoria. La dirección de ambos partidos tendrán que aplicarse a limitar los daños que se van a derivar de los errores que han cometido.

Pero el PP en Andalucía y el PA sí están a tiempo de escarmentar en cabeza ajena y corregir el rumbo. Tanto por razones profesionales como personales sé cómo es la organización interna de los partidos y lo difícil que resulta reconocer los propios errores y enderezar lo que se ha hecho torcidamente. Pero también sé que el partido que no lo hace está poniendo en riesgo su propia supervivencia.

Los resultados del referéndum catalán van a tener también una lectura andaluza. En Andalucía, el PP tiene la oportunidad de reducir el alcance del error que está cometiendo en Cataluña o de todo lo contrario, debiendo ser consciente de que, para un partido de gobierno de España, el peso que tiene Andalucía es muy superior al que tiene Cataluña. Cataluña puede ser considerada una excepción. Andalucía es la norma estatal. El partido que queda deslegitimado en un referéndum andaluz queda deslegitimado en toda España y no sólo en Andalucía. El voto en el próximo mes de febrero será un voto andaluz, pero materialmente será un voto estatal.

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