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Columna
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Prozac

El inicio -o casi- del verano plantea un misterio irresoluble. Si los presos retenidos, sin procesar y sin que nadie sepa qué les están haciendo en el chupadero de Guantánamo, se han suicidado para fastidiar al Gobierno de Estados Unidos, entonces resulta que mi hipótesis primera no era buena: consistía en que les habían retirado súbitamente el Prozac, o bien -no me atrevía ni a pensarlo- en que ¡nunca les habían dado Prozac! En realidad, sólo requiere retirar la capucha un momento: les metes la píldora en la boca y se la haces tragar tapándoles la boca, ni siquiera necesitas un sorbito de fanta.

¿Por qué pensaba yo esto? Porque, al parecer, el triple auto suicidio (en Guantánamo hay que distinguir entre los suicidios autoinfligidos y los infligidos a secas) coincide con un momento romántico entre los laboratorios Prozac y los gabinetes de comunicación que camelan a los periodistas de salud. Se ha producido un aluvión de buenas noticias sobre las ventajas del uso de Prozac para evitar el suicidio. En estas condiciones, ¿qué mejor para la campaña de publicidad que, por ejemplo, sacar a Bush (ya me da hasta pereza poner lo de Jr. a continuación, disculpen) explicándose ante los medios, diciendo?:

-Oh, lo siento, se nos olvidó proporcionarles su dosis diaria de Prozac, el medicamento que anula los efectos de las depresiones incluso cuando te encuentras en un campo de concentración que ningún organismo internacional de derechos humanos puede visitar.

O bien:

-Yo, como cristiano renacido que soy, me opuse a la entrega libre y gratuita de Prozac a los invitados en nuestro parque temático El Torturín de Guantánamo. Pienso que el bienestar sólo nos viene del Señor, y que si el Señor no nos hizo renacer con un frasco de Prozac entre los pañales, por algo habrá sido. Pero debo reconocer mi error, pues ellos no eran cristianos, sino infieles, y si hay que colocarlos high para que no protesten mientras están arrodillados en un cubículo sin saber qué será de ellos en la vida, pues se los coloca y en paz. Lo siento, pues sabía que nueve de cada diez personas que me tratan toman Prozac, miren lo que le ocurrió a Colin Powell cuando se lo retiraron.

Qué publicidad se han perdido.

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