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Columna
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¿Un 'sí' para el PSC de Maragall?

No estoy muy seguro de que un referéndum sobre una ley o una constitución, con artículos imprecisos y complejos, imposibles de resumir en términos divulgables, sea un instrumento democrático demasiado solvente cuando los textos ya han sido analizados, juzgados y modificados por dos parlamentos que, según dicen, expresan la voluntad popular, y cuando, además, se abren tantas contradicciones previas entre los partidos políticos, que parecen empeñados en fomentar el desconcierto. Por tanto, es lógico que la decisión de los votantes en el referéndum del Estatuto tenga que apoyarse en algo más concreto, como el contenido político y las perspectivas de gobierno que cada partido anuncia con su o con su no. Es decir, en una clara politización de la consulta. Muchos votos se decidirán según la lógica de los futuros apoyos a los partidos políticos, es decir, según la perspectiva política que se intuye en cada respuesta, sobre todo cuando ya se han anunciado elecciones autonómicas inmediatas. Es una línea inevitable y -si me permiten- más lógica que la prescrita neutralidad -antidemocrática- de los juicios colectivos sobre asuntos tan complejos.

"El Gobierno de coalición ha ofrecido una eficaz labor hasta que ERC adoptó una posición difícil y Maragall cometió el error de expulsarla"
"Una buena parte de los 'síes' corresponderán a los ciudadanos que quieren apoyar a Maragall, a pesar de sus errores en la tramitación del Estatuto"

Pero ni siquiera con esta visión ni con la facilidad supletoria de la politización el panorama deja de ser confuso. Por ejemplo: ¿qué grupos apoyan el no y cuáles se beneficiarán de él? A través de la campaña ya pueden conocerse algunos síntomas. Ya comprendemos que el caso de Esquerra Republicana (ERC) sea en sí mismo muy complejo y contradictorio. La posición en contra de la ruptura de la unidad de los partidos catalanes durante la gestión en Madrid -una posición coherente pero casi sólo testimonial- ha llevado al partido a una situación extrema de limitada eficacia política. En cambio, el no del PP es claro y coherente, e incluso, quizá, rentable electoralmente en el resto de España. Un triunfo del no, a pesar del esforzado testimonio republicano, se adjudicará a las fuerzas más conservadoras del país, no sólo al tinglado político y social del PP, sino a los grupos que se le han unido, desde una buena parte de los viejos católicos institucionales hasta esos grupos extemporáneos como los Ciutadans de Catalunya o las últimas derivaciones de ¡Basta ya!, que se proclaman defensores de la unidad de España utilizando incluso verbalizaciones y eslóganes de la dictadura.

Ya sabemos qué partidos apoyan el . Y a lo largo de la campaña se ha visto que dos de ellos argumentan con él sus propias perspectivas políticas: el PSOE en el resto de España y Convergència i Unió (CiU) en Cataluña hacen del la base de su futura campaña electoral, y lo hacen porque se pueden considerar los principales responsables de la redacción definitiva, si no en su entera textualidad, por lo menos en su proclamación simbólica con los acuerdos Rodríguez Zapatero-Mas, interpretados como una respuesta a la impotencia del tripartito. Y lo saben hacer conjuntamente porque en sus programas pueden sugerir unas alianzas futuras contra la recomposición de un gobierno catalanista de izquierda en Cataluña.

Por tanto, el panorama esquizofrénico podría ser un no para el PP y un para el PSOE y CiU. Pero esto no es cierto, porque el Partit dels Socialistes (PSC) maragallista apoya con parecido entusiasmo el y se supone que, quizá, una masiva afirmación ciudadana permitiría a los socialistas catalanes rehacer su Gobierno en las próximas elecciones. Pero ¿el panorama interno del partido está suficientemente claro para esa perspectiva? Con la campaña no sólo no se clarifica, sino que se complica con indecisiones y con dudas, incluso respecto al posible candidato presidencial del PSC. El maragallismo -es decir, la experiencia del Gobierno tripartito- tiene que ser considerado una opción y ha de tener un espacio propio o, por lo menos, una prioridad en la posible rentabilidad del sí. El Gobierno catalanista y de izquierda no sólo ha sido el impulsor inicial del Estatuto, no sólo ha abierto esperanzas nuevas en la reestructuración política de Cataluña, sino que ha ofrecido -a pesar de que sus dos enemigos se empeñen en negarlo- una eficaz labor de gobierno dentro de una nueva cultura de coalición, hasta que ERC adoptó una posición demasiado difícil y Maragall cometió el error de expulsarla del Gobierno. Será difícil, pero son muchos los ciudadanos que esperan justificar un al Estatuto con la esperanza de una cierta continuidad política que permita aprobar en el Parlament las leyes ya preparadas y pendientes de una mayoría solvente que sólo puede ofrecer una coalición de los tres partidos de izquierda.

Como he dicho, el referéndum no admite matices, y por esto hay que intentar superar los maniqueísmos excesivos y de graves de consecuencias políticas. Hay que explicar que una buena parte de los síes corresponderán a los ciudadanos que quieren apoyar a Maragall -al PSC catalanista, que no es lo mismo que el PSOE ni las instancias catalanistas más o menos nacionalistas que a él puedan concurrir-, a pesar de sus errores en la tramitación del Estatuto, atendiendo a su personal capacidad para pilotar -esta vez, esperamos, con mayor autoridad y mejores tácticas- un gobierno socialista y catalanista de coalición, única línea posible desde la izquierda. Hay que insistir en ello para que luego los partidos no traicionen a este sector de voto ni con sociovergencias ni con pesoetismos serviles, dos peligros que se avecinan y que urgentemente habría que alejar, incluso en términos estructurales y simbólicos. Por ejemplo, volviendo a la antigua autonomía del PSC con grupo parlamentario en Madrid, dejando claro que la izquierda tiene todavía camino propio que recorrer antes de acudir a las coaliciones aideológicas y anunciando que Maragall será el próximo candidato.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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