_
_
_
_
DON DE GENTES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Baltasar

Elvira Lindo

TENGO UNA AMIGA americana a la que no le gustan las películas. Mi amiga dice que de las películas suele interesarle el planteamiento, o sea, los primeros diez minutos; el resto, dice mi amiga, suele ser una fucking shit, que viene a ser, traducido literalmente, una mierda como un piano. Mi amiga, sin saberlo, argumenta su desprecio a la manera de Buñuel, que sabía quién iba a morir en una película con ver esos diez primeros minutos. A mí me gusta llevar a mi amiga a cenar con los amigos actores que vienen por Nueva York. Ante la perspectiva de que en una cena sólo se hable de guiones y de meterse en los personajes, yo suelto a mi amiga, como quien suelta un mono en un laboratorio, como ese mono que tenía el pintor Barceló que le volvió del revés el estudio. Mi amiga, en diez minutos, ha dinamitado los cien posibles temas de conversación. Y entonces se hace un silencio y se oyen las masticaciones hasta que poco a poco nos vamos sobreponiendo y buscamos algún tema no cinematográfico de que hablar. Con mi amiga no estoy de acuerdo al cien por cien, pero comparto algunas cosas. A saber: si tuviera que elegir entre vivir dentro de una película o vivir dentro de un anuncio, optaría por lo segundo. En las películas, todo va bien hasta que llega el clásico hijoputa psicópata y rompe la paz de tu hogar; todo va bien hasta que un niño muerto se aparece en los pasillos a esa familia que se las prometía tan felices en su nueva casa, o llega la típica jovencita caliente a cuidar a los niños y de paso se acuesta con el marido; luego, el marido se arrepiente porque la jovencita caliente sufre un trastorno superbipolar, y el marido va y la tiene que matar y se da cuenta de que él en realidad a quien quiere es a su señora (menudo pájaro), y su señora, que es más tonta y no nace, le dice: "No te preocupes, cariño, todo irá bien". Cómo no va a estar mi amiga hasta las narices del cine si el 99,9 por ciento de las películas trata de eso. Sin embargo (estoy de acuerdo con mi amiga), ¡qué bonitos son los anuncios! Y qué cortos, ojo. Da igual lo que anuncien. En los anuncios, todo el mundo baila, va en patines y saca del horno comida transgénica y humeante. Mi ideal de vida. Hace años, siendo yo una inmadura, quería vivir en aquel anuncio que se desarrollaba en una playa tropical en la que había una fiesta y los asistentes se restregaban unos contra otros con la excusa de que estaban bailando La Lambada. Era un anuncio de alcohol. Mi ideal de vida. Lambada, ginebra, playa: Tomate. Mientras gente de mi generación se ha aburguesado, abandonando los principios que abrazaron en su juventud, mis ideales no han cambiado. Lambada, ginebra, playa: Tomate. ¡Viva la coherencia! En los anuncios, la vida, a veces tan perra, mejora. Como decía el cómico Seinfeld: "En los anuncios de Coca-cola se ve a la gente tan feliz, luego te tomas una y no es para tanto". Eso son los anuncios, una mentira estupenda. La prosa de las cremas reafirmantes es mejor que las cremas en sí; los anuncios de los libros, mejores que los libros; los programas de los partidos, mejores que el futuro; los tráilers de las películas, mejores que las películas. Los anuncios son el paradigma de la frivolidad, ¿pero no es la frivolidad lo que nos salva? Durante este último año observé de lejos, de cerca y de refilón a un hombre que sólo conocía por el telediario, tan imbuido por su trabajo aparecía que se me representaba como el hombre misterioso. El hombre, Baltasar, dijo un día adiós a todo eso, dejó ese portal tan televisado de la Audiencia y se vino a Nueva York. A muchos les hubiera resultado difícil dejar de estar en el centro de todas las miradas. El hombre del pelo a dos colores, blanco y negro, y de complexión enorme, ha disfrutado como un niño desde su oficina en la Universidad de Nueva York. En lugar de interrogar a los asesinos que la realidad le pone delante, ha interrogado a personas memorables que hacen algo por ampliar la influencia de la bondad en este mundo. Pero lo que se aprende del hombre es que el compromiso no está reñido con la alegría. Nadie puede decir que Baltasar se lo ha pasado mal por aquí. En esta ciudad de anuncio es un crimen no disfrutar de la belleza. Recuerdo verlo este invierno, abrigado y sonriente, con ese aire de escolar que las bufandas otorgan a las caras. De fondo, la nieve en Washington Square. Recuerdo ahora que un director de cine me dijo: "Mucho hablar de la belleza de la nieve, pero la realidad es que en Nueva York habrán muerto diez mendigos esta noche por el frío". Y yo pensé: "Cómo vas a hacer una buena película si con el compromiso eliminas la belleza". A veces la belleza es dura, insoportable. La belleza de los testimonios de trece personas víctimas de ETA que aparecen en el documental Trece entre mil, de Iñaki Arteta, una película a la que asombrosamente, en vez de sobrarle metraje, le falta para poder escuchar a todos aquellos que en su momento padecieron invisibilidad. Cada historia es tan distinta como cada ser humano. El dolor es tan auténtico que la ficción no podría abordarlo. Vimos la película, tristes y emocionados, en el último acto organizado por el hombre Baltasar en Nueva York. El hombre grande que volverá a las Salesas y al que veremos entrar en su Audiencia con cara grave, como llena de secretos. Ahora sabemos que su misterio reside también en saber disfrutar de la vida. Y eso nos hace querer aún más a ese hombre al que ya estamos echando de menos en la ciudad de los anuncios.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_