Nadal, en la final deseada
El mallorquín derrota a Ljubicic y se enfrentará en su segunda final consecutiva en París a Federer, que venció a un lesionado Nalbandián
La pregunta sigue en el aire y lo estará hasta que mañana no salgan de la pista central de Roland Garros Rafael Nadal y Roger Federer: ¿hay alguien capaz de vencer al español en tierra batida? El duelo entre estos dos jugadores está marcando una época y hoy volverán a enfrentarse en la final de París, la segunda consecutiva para el mallorquín y la primera del suizo en el único grand slam que falta todavía en su palmarés. Nadal sigue imbatido en París desde que debutó y ganó el año pasado.
Nadal se impuso al croata Ivan Ljubicic, 4º mundial, y confirmó lo que todo el mundo ya suponía. Con sólo 20 años recién cumplidos, Nadal volvió a demostrar que no basta un buen servicio y dos grandes golpes de fondo para derrotarle. Hace falta un plus adicional de calidad que, aparentemente al menos, sólo posee el número uno del mundo suizo. Federer tal vez podrá ganarle. Es una incógnita. Pero los datos que se poseen hasta el momento confirman que no es del todo seguro. Al margen de que el español lleva una ventaja de 5 a 1 en sus enfrentamientos previos, Nadal ha vencido este año a Federer en las tres finales en que han coincidido: la de Dubai (en pista rápida), la de Montecarlo y la de Roma.
Sin embargo, es cierto que las dos bolas de partido de que dispuso Federer en el Foro Itálico demuestran una evolución impresionante en su juego en tierra batida. No sólo ya por los ajustes técnicos que ha realizado, sino porque, tal como demostró ayer ante el argentino David Nalbandián, sabe reaccionar con paciencia y contundencia cuando las cosas no le van de cara. Está dispuesto a sufrir y ése es un aspecto que se le desconocía al líder de la clasificación mundial.
Nadal, por su parte, no encuentra su techo. Sigue creciendo y creciendo, sin que nadie sea capaz de tenderle un lazo, frenarle y romper una racha de victorias en tierra batida que ayer alcanzó ya el número 59. La solvencia que demostró en su semifinal contra el croata Ivan Ljubicic, cuarto jugador mundial, disipó todas las dudas que pudieran existir sobre su estado físico. Nadal estuvo intratable en las dos primeras mangas y desarboló toda la estrategia del gigante croata (1,93 metros) en poco más de un plis-plás.
Su derrota se concretó en un 6-4, 6-2, 7-6 (9-7) después de 2 horas y 49 minutos. Y, curiosamente, Ljubicic ni siquiera pudo anotarse la manga en la que mejor jugó: la tercera. A lo largo de todo el partido sólo consiguió romper el saque del tenista mallorquín en una ocasión (2-4 en la primera manga) y dispuso de otra bola de break que no logró concretar en la segunda manga. Nada más. En cambio, él concedió a Nadal nueve ocasiones para romperle el saque de las que el mallorquín aprovechó cuatro. Eso es un mundo cuando se está hablando de uno de los jugadores que mejor sacan del planeta. Pero en su descargo hay que dejar constancia de que esta vez estaba jugando en tierra batida y de que hacía mucho viento, algo que pudo perjudicarle no sólo en el saque sino también en sus golpes de fondo, mucho menos liftados que los de Nadal.
El partido había empezado fatal para Ljubicic, que perdió dos veces el saque y se vio dominado por 4-1 casi sin darse cuenta. Después, en la segunda manga, el mallorquín llegó a dominar por 5-1. El croata había basado su estrategia en un gran servicio y en pegar golpes ganadores tanto con el drive como con el revés. Y lo hizo. Pero Nadal, que se movió con su rapidez habitual y aprovechó la circunstancia de ser zurdo, le obligaba siempre a realizar otro tiro. Ljubicic no estaba preparado para tanto. Y cuando el croata bajaba un poco la guardia, el mallorquín lanzaba ataques mortales con su drive. Un gran partido que presagia una final inolvidable.
La final que todo el mundo esperaba se producirá finalmente mañana en la pista central del torneo de Roland Garros. El duelo destinado a marcar una época, volverá a producirse en París, por cuarta vez esta misma temporada.
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