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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El espectáculo de morir

La muerte es el bocado más apetitoso del espectáculo. Ni la droga ni el sexo que han proliferado como motivos de explotación mediática hasta la saturación pueden asemejarse en sensacionalismo al supremo impacto del final. Especialmente si se trata de la desaparición de un ídolo y en proporción a su visibilidad. El acontecimiento de la muerte de Rocío Jurado, "la más grande" de la historia de la copla, fue convertido en filón productivo desde mucho antes de la madrugada del jueves. Desde hace unos dos años, a partir del diagnóstico de cáncer de páncreas, Jurado y su entorno familiar han ocupado centenares de horas en los espacios del corazón. De una parte, se trataba de una personalidad de extraordinario cariño y admiración popular y, de otra, su adversidad contribuía a acercarla todavía más al sentir de las gentes. Sólo faltaba, como un tópico que acompaña al padecimiento de la enfermedad, llamar heroína a su víctima y enfatizar su lucha contra la fatalidad. Coraje no le faltaba a la protagonista ni tampoco, como se ha demostrado a lo largo de estos meses, amplia disposición ante los medios de comunicación.

Mientras, por el mismo tiempo, Rocío Dúrcal eligió la discreción y hasta la mayor privacidad, el curso de la dolencia de Rocío Jurado, desde Madrid a Houston, desde Houston a Montepríncipe, ha sido prácticamente transmitido en directo con despliegue de cámaras, comenzando por las de la primera cadena estatal, e informaciones tan profusas que incluso tentaron a la ministra de Cultura para anunciar insólitamente, junto a los Reyes y en la visita a la Feria del Libro, un supuesto infarto cerebral de la cupletista.

Finalmente, la certificación de la muerte, desencadenó una masiva oferta de emisiones especiales donde el dolor por Rocío se tradujo en un dolor nacional rubricado por las declaraciones elogiosas y apesadumbradas del jefe de la oposición, de la vicepresidenta del Gobierno y del propio presidente del Ejecutivo. Porque ¿cómo no aprovechar, uniéndose a la emoción colectiva, el posible rédito político del corazón? La muerte de un deportista superior, la muerte del Papa, han suscitado un fervor indiscriminado, pero la muerte de Rocío Jurado ha sido, sobre todo, fervor español reflejado en Chipiona y la capilla ardiente en el centro de Madrid, una afirmación de la copla y un fuerte acompañamiento del hombre que ha unido su condición de esposo a la de renombrado torero.

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Ha habido y habrá en torno a este fallecimiento y su duelo desatinos y abusos mercantiles. ¿Cómo no esperarlos en el cada vez más desarrollado negocio de la información sentimental? ¿Cómo, de otra parte, no destacar, al margen de la teatralidad mediática y los desafueros, los méritos de una profesional que bregó para hacer valer la calidad de su arte y para repartir por el mundo latino, mientras pudo, incontables momentos de vida feliz?

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