"Tengo hambre de cine"
Manoel de Oliveira (Oporto, 1908) detesta las prisas. Es inútil entrevistarle con un guión porque el decano de los cineastas en activo sólo se ciñe a las reglas del placer de conversar. De Oliveira ha visitado Barcelona para presentar su nueva película, Espejo mágico, que todavía no tiene distribuidora en España. El filme, que inauguró anteayer la Muestra Internacional de Cine Europeo, se basa en la novela El alma de los ricos, de Agustina Bessa-Luís, escritora con la que ya había colaborado anteriormente. Su protagonista es una adinerada burguesa empeñada en que se le aparezca la Virgen. Marisa Paredes interpreta a una de las visiones de la ricachona, la mística santa Teresa de Jesús. "He querido reflejar el sufrimiento del alma. Esta película es un retrato de la condición humana que abarca desde los asesinos a los ascetas. Me gustaría hablar con Dios como si fuese una mujer... El poeta Claudel tuvo una revelación en la catedral de Notre-Dame. Fue tocado por la gracia divina. Solía decir que la Virgen María tenía menstruación, que era una mujer como cualquier otra. Es muy interesante", explica.
Como es bien sabido, el veterano director vive enfrascado en una lucha contra la banalidad. "En el cine estadounidense siempre están hablando, pero no dicen nada. Es un puro bla, bla, bla, bla... Mis personajes hablan menos, pero dicen muchas cosas. Eso no significa que no tengan buen cine. Admiro a Griffith, John Ford y Chaplin".
Al hablar del cine que le gusta hacer se le iluminan los ojos. "El cine es como la pintura o la literatura. Es una imposición genética. Dios creó las ganas de comer para asegurar la supervivencia. Todos tenemos un don que motiva nuestra alma. Somos como robots. Cada uno está dotado para una función. En mi caso, tengo hambre de hacer cine. No es una voluntad, sino una obligación, una necesidad vital".
Con 97 años, le sobran proyectos e ideas. Ya tiene acabados el corto De lo visible a lo invisible y el largometraje Belle toujours, la continuación de Belle de jour, obra maestra de su admirado Luis Buñuel. "En mis películas no aparece gente comiendo. Como mucho se toman un té. No me interesan esas cosas tan materiales. No ruedo ni cenas copiosas, ni escenas sexuales. Me gusta mucho Buñuel. Era un provocador, un pesimista. Decía que no creía en Dios, que era un invento de los hombres. Para justificar su ateísmo, sostenía que nunca había escuchado una palabra de Dios. He reflexionado mucho sobre Buñuel, al que tanto admiro. Pienso que en lo que no creía realmente era en los hombres, que son horribles. Matan y hacen la guerra", lamenta el director, y prosigue: "Su visión tenía un profundo sentido moral. Al final se dio cuenta de que él también era una criatura. Y si todo es creado, debe existir un creador. Buñuel era un hombre de una gran ética, que nunca mezcló lo privado y lo público. En sus películas no hay relaciones sexuales. Si quería mostrar el deseo, plasmaba una mano acariciando el trasero de una mujer".
Parece que su argumentación termina ahí, pero falta el remate: "Por el contrario, el cine de hoy es muy indecoroso. Sobre todo, el de Estados Unidos. Se muestra la gula, hay imágenes pornográficas... Un horror. ¿Para qué exhibir tanta violencia injustificada? Sólo les interesa establecer un juego perverso con el espectador y ahondar en la miseria a través del sufrimiento de los actores. Demasiado masoquismo. Buñuel era irónico, sutil. Me siento cercano a él y algo alejado de los cineastas nórdicos, como Dreyer. Yo soy un ibérico, un peninsular... ¿Comprende?".
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