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Columna
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Marcos

Enrique Gil Calvo

Ahora que se cumplen tres años sin víctimas mortales del terrorismo vasco es cuando empiezan a cernirse sombríos nubarrones sobre el llamado proceso de paz. ETA reitera en Gara que su alto el fuego es permanente pero no definitivo, pues está condicionado a que se le pague un precio político: autodeterminación y territorialidad. Además, Batasuna reclama la suspensión del Estado de derecho y la inmediata apertura de una negociación política. A su vez, Rajoy aprovecha para retirar su anterior apoyo al Gobierno, limitándolo a negociar la rendición incondicional. Y al verse así acosado por tirios y troyanos, el presidente Zapatero ha optado por anunciar unilateralmente que da por verificado el final de la violencia, y que se dispone a solicitar en junio autorización al Parlamento para negociar con ETA.

Pero a estas alturas, todavía no contamos con ninguna hoja de ruta que nos indique por dónde espera abrir el Gobierno algún sendero de paz. Ya se nos ha dicho lo que no piensa aceptar: ni precio político, ni amnistía, ni autodeterminación, ni territorialidad. Pero todavía no sabemos lo que espera ofrecer. Y a falta de una estrategia efectiva, sólo contamos con las sibilinas palabras de Rubalcaba: "Ya saben mi tesis, soy monotemático: hay una cosa que se llama Ley de Partidos y ése es el marco. En ese marco se puede jugar en democracia, fuera de ese marco no hay nada que hacer". He ahí el concepto, la nueva metodología: no estrategia ni hoja de ruta sino "marco" (frame). Es el framing o encuadre, hoy de moda en los estudios de agenda pública y movimientos sociales, que hace depender las interacciones estratégicas de los marcos cognitivos que las definen y califican. Y al parecer, el marco que esgrimirá el Gobierno en su negociación con ETA será la Ley de Partidos, como contrapartida del abandono de las armas.

Pero ¿y Batasuna? ¿Cuál será el marco estratégico que esgrimirán los abertzales en su negociación con Zapatero? En su libro sobre ETA, Sánchez-Cuenca distingue tres estrategias sucesivas. En un comienzo, guerra de liberación nacional mediante la espiral acción-reacción para provocar una insurrección popular. Fracasada la vía revolucionaria, se inicia la segunda fase: guerra de desgaste contra el Gobierno, intensificando los atentados para forzar una negociación. Esta etapa se cierra con la caída de Bidart y el llamado espíritu de Ermua, que obliga a ETA a buscar un frente nacionalista con el PNV, sellando así el fracasado Pacto de Lizarra. Finalmente, la irrupción de las masacres islamistas y el efecto Zapatero brindaron a ETA una cuarta oportunidad, abriendo la fase actual de alto el fuego permanente. Pero ¿qué clase de marco estratégico es éste? ¿Un marco irlandés como la paz de Belfast o un marco sudafricano al estilo Mandela?

Cabe plantear la hipótesis de que la estrategia de ETA-Batasuna, en esta cuarta fase de su trayectoria histórica, esgrima un marco zapatista. Con este apelativo no me refiero a Zapatero, sino a la revolución zapatista, armada pero virtual e incruenta, que puso en escena el subcomandante Marcos desde las selvas lacandonas en nombre del indigenismo mexicano. Y ha de recordarse que el sesentayochista Marcos eligió su alias en honor de los frames o marcos cognitivos que justifican las movilizaciones colectivas. Pues bien, lo mismo habría hecho ETA: como tras el 11-S y el 11-M ya no puede matar, ha decidido seguir blandiendo las armas con estrategia ya no mortal sino virtual. Es la continuación de la guerra por otros medios, ahora ficticiamente pacíficos. De ahí que su alto el fuego sólo sea virtual, o sea permanente pero no definitivo, pues no tiene intención de abandonar el escenario, al que desea seguir imponiendo para siempre su propia agenda de cumplimiento imposible. Sabe que nunca logrará la independencia ni la territorialidad, pero quiere seguir monopolizando el protagonismo público con la ficticia representación de un sinfín proceso de paz. Por eso mantiene sus armas en reserva virtual para esgrimirlas indefinidamente como retóricos instrumentos de paz.

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